7 de mayo. Cuarto Domingo de Pascua

Formato PDF. Listo para imprimir

PRIMERA LECTURA

De los Hechos de los Apóstoles 4,8-12

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos de Israel, ya que se nos pide cuentas por el bien que hemos hecho a un hombre enfermo y se nos pregunta de qué modo ha sido curado, sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que éste se encuentra sano ante vosotros en virtud del nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y Dios resucitó de entre los muertos. Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis desechado, y que ha venido a ser la piedra angular. Y no hay salvación en ningún otro, pues no se nos ha dado a los hombres ningún otro nombre debajo del cielo para salvarnos».

SEGUNDA LECTURA

Primera Carta de Juan 3,1-2

Mirad qué gran amor nos ha dado el Padre al hacer que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos de verdad. Si el mundo no nos conoce, es porque no le ha conocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal y como es.

EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (10,11-18)

«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es el pastor ni el propietario de las ovejas, en viendo venir al lobo deja las ovejas y huye, y el lobo ataca y las dispersa, porque es un asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y ellas me conocen a mí, igual que mi Padre me conoce a mí, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil. También a ellas tengo que apacentarlas. Ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me ama, porque yo doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que la doy yo por mí mismo. Tengo el poder de darla y el poder de recobrarla. Tal es el mandato que he recibido de mi Padre».

“ATRAER OTRAS OVEJAS QUE NO SON DE ESTE REDIL”

La imagen del Buen Pastor tiene su origen en un tema de la literatura universal. Más directamente se inspira en un título frecuente en la cultura del Oriente para designar a los reyes. De ahí lo ha tomado el pueblo de Israel para designar a los jefes políticos y, después, también a los guías religiosos.

Cuando el evangelio aplica a Jesús el título de Buen Pastor, nos está diciendo que hay pastores y pastores, que no todos los que presumen de ser “pastores” merecen nuestra confianza. Pues “todos los que han venido antes son ladrones y bandidos” (Juan 10,8). Y no solamente los jefes de las naciones, sátrapas y tiranos de Oriente, abusaron de su pueblo. Claro que les encantaba que la multitud les siguiera ciegamente, ovejunamente. De esa forma han llevado con facilidad al pueblo camino de su ruina.

Pero también los pastores religiosos abusaron de su afán de liderazgo. Ezequiel 34 denuncia a los “pastores de Israel”, los reyes, que, en lugar de apacentar al rebaño, se apacentaron a ellos mismos. Después del destierro, los sacerdotes ocuparon el lugar de jefes del pueblo y, fríamente, Dios destituyó a tres de ellos en un mes (Zacarías 11,8).
La imagen del Buen Pastor se dibuja sobre la denuncia del mercenario o asalariado. Todo lo que se dice, negativamente, de éste no tiene otra finalidad que poner más de relieve la figura del pastor-propietario. Sobre la descripción del asalariado, al que no importan las ovejas y por eso huye al llegar el lobo, destaca con mayor fuerza la conducta del Buen Pastor “que da la vida por las ovejas”.

Destaca sobre todo el conocimiento mutuo entre ovejas y pastor. Conocer entra aquí con todo el sentido pleno que tiene este término bíblico. Designa la estrecha relación interpersonal que en otros lugares se expresa con las fórmulas “nosotros en Cristo”, “Cristo en nosotros”. El fundamento y modelo de esta relación interpersonal es la intercomunión vital entre el Padre y el Hijo.

Para superar el rechazo que suscita la imagen del pastor y el rebaño, hay que insistir en el conocimiento mutuo entre ovejas y pastor. Cuando existe ese conocimiento recíproco, no queda lugar para el engaño. Entre amigos que se conocen bien no hay fraude posible. En la familia, donde todos se conocen, no hay simulación ni engaño que duren. El conocimiento mutuo exige ese lugar común en el que es posible confiar sin reservas y entregarse a fondo. Estando por delante el ejemplo de Jesús, que dio la vida por los suyos, no hay otra prueba que pedir.

Junto al conocimiento mutuo, la libertad. Uno de los elementos que hace poco atractiva la imagen del rebaño es precisamente el seguir ciegamente a la oveja que va por delante. “Dónde va Vicente, donde va la gente”. La libertad se destaca en la independencia de Jesús para entregar su vida, sin perderla. Jesús no tiene por qué someterse a lo que más de una vez, primero en los evangelios y después en la teología de la Cruz, se presenta como “destino inescapable”: Jesús tenía que morir, porque así estaba escrito. A esa exigencia del destino ciego se opone esta disposición con que Jesús entrega libremente su vida, sin que nadie se la quite. Ni le impida recuperarla.

Es verdad que no resulta fácil dar sentido a estas expresiones. Pero el evangelio de Juan tiene un estilo propio de afirmar un hecho por elevación, alzándolo a posturas extremas. Ni todos los pastores que vinieron antes de Jesús eran ladrones ni bandidos. Ni la vida se puede dejar y recuperar como si fuera un bien de usar y tirar. Lo único seguro está en la conclusión. Jesús procedió con plena libertad siguiendo su camino.

Y la consecuencia para nosotros es clara. Siguiendo el camino de Jesús, no renunciamos en modo alguno a nuestra libertad. Es cierto que la imagen del rebaño se rompe. Un rebaño en el que cada uno tira por su lado resulta ingobernable. Pero afortunadamente a Jesús no le preocupaban los problemas que sí ocupan el lugar dominante en las preocupaciones pastorales de quienes después vinieron a conducir el rebaño. El seguimiento de Jesús entusiasma por sí mismo. Si sólo Él es el Buen Pastor, el Pastor del que nos podemos fiar plenamente, porque nos conoce y le conocemos, porque es el Pastor-Dueño, no un asalariado, Él nos guíará respetando nuestra condición de personas que no renuncian a su decisión autónoma ni a su libertad.

La imagen del rebaño de ovejitas que siguen ciegas los silbos del pastor, de cualquiera que se ponga al frente de la grey, salta así por los aires. Pero la confianza en el poder de atracción del Pastor es tal que, en vez de angustiarse porque se pueda desmandar el “pequeño rebaño”, se espera “atraer a otras ovejas que no son de este redil”. Una llamada tan universal supone que los muros se rompen, que la cerca se dilata para que haya lugar para ovejas de clase y pelaje variado. ¿Lo aceptarán así los pastores que han ocupado una función que Jesús parece reservarse en exclusiva para sí?

Si planteáramos la estrategia no desde modelos humanos sino tal como la propone el evangelio, no habría razón para temer. Seguir fielmente a Jesús, sin renunciar a nuestra libertad, se comprende mejor a partir de la relación paradójica entre Jesús y el Padre: lleno de poder, el Hijo se somete radicalmente al Padre hasta entregar su vida.

La relación entre ovejas y Pastor oscila entre idénticos extremos: conocer y dejarse conocer. La figura del Pastor domina en exclusiva. Pero este dominio no destruye: el único que viene en plan de “arrebatar” es el lobo, que designa aquí un peligro genérico. Pero estando presente el Buen Pastor, este mismo peligro está descartado, porque Él no huye. No se destruye ni la misma vida del Pastor: la entrega en la muerte y la vuelve a tomar en la resurrección. En ambos casos actúa en obediencia al Padre. La comunidad vital con el Resucitado no es sesteo, pero sí fundada seguridad.