14 de mayo. Domingo quinto de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 9, 26-31.

En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles.

Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.

Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.

La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 21.

Antífona: El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.

Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por siempre.

Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Juan 3, 18-24.

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.
En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.

Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos los que le agrada.

ento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 15, 1-8.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.

A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmiento; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.

Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

 

JESÚS SOLO ES LA VID

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En el Evangelio de San Juan, cuando Jesús está pidiéndole a Pedro que se deje lavar, hay una afirmación que siempre me ha llamado la atención. Solemos poner la mirada en el hecho y la importancia del gesto que Jesús realiza, con lo que suele quedar en el aire esta afirmación: “vosotros estáis limpios” (Jn 13,10), para a continuación decir: “aunque no todos”.

Jesús está entre sus amigos afirmando la esperanza y a la vez no negando la realidad. Sabe que hay algo sucio entre sus discípulos, pero Él está entre ellos como quien ha optado por estar ahí sirviendo, para quitar dramatismo a esa suciedad.

Con una humildad diáfana Él se pone a la altura de los ojos de sus amigos, no como el que juzga sino como quien busca acogerlos para transformar así lo que es inaceptable en ellos.
Repite Jesús en el Evangelio de este quinto domingo de Pascua esa misma afirmación: “Vosotros ya estáis limpios”; pero…

Quiero creer que esa limpieza nos viene de haber elegido a Cristo y dejarnos contrastar con su Palabra. De haber optado por dejar que su persona y su evangelio configuren nuestro comportamiento y el hacerse de nuestra persona. Pero que esa opción no puede ser algo estático. Quien elige seguir a Cristo a de saber que su vida entra en el dinamismo del Espíritu. Limpios, sí; pero para meternos en el cenagal, de ahí la importancia de no detenerse, de no quedarse ni siquiera en la primera acogida que Cristo nos hace.

Jesús nos habla hoy de un Dios que actúa en la vida cotidiana: arranca, poda, da crecimiento, hace posible los frutos… No, no es un Dios curvado sobre sí mismo. Tan ha deseado salir de sí que incluso ha querido tener un cuerpo y sentir la intensidad del latir humano. A través de ese cuerpo quiere que pase la savia de su vida a todos aquellos que han elegido vivir una comunión con Él. Jesús sólo es la vid. La opción no se detiene en Él. Quiere que conozcamos al Labrador, al que nos cuida.

Jesús, que habla en su nombre, le hacen decir este domingo siete veces “permanecer” vinculados a esa vida. Y el nexo es el Cristo de la Pascua.

Como Él aprendió del Padre a permanecer unido, quiere crear vínculos recíprocos con nosotros: “vosotros en mi y yo en vosotros”. Es pura actividad. Creación constante de la persona. Por tanto, aunque “estemos limpios” hay que seguir avanzando. No podemos conformarnos con la estética de las hojas.

El judaísmo para Jesús había llegado a ser sólo follaje, de ahí su desprecio por la higuera en la que no encontró frutos. Aquel pueblo se había quedado detenido en cierta ortodoxia legalista, de ahí que Jesús los llamase “guías ciegos” y afirmara: “Toda planta que no haya plantado mi Padre del cielo será arrancada de raíz”. (Mt 15,13). Se habían quedado en la formalidad de la norma, se habían conformado con la primera opción, habían congelado la presencia de Dios envolviéndolo en un purismo estéril.

¿No conoce nuestro tiempo también esa tentación?

Ahora la cuestión no es si uno está limpio o sucio, ahora se trata de que la savia de la vida de Cristo pase activa y fecunda por mí y me oriente hacia lo que da gloria a Dios: los frutos, que no el activismo ni el hacer por hacer. De ahí la importancia del verbo “permanecer”.

Elegir a Cristo, hasta cierto punto es fácil; pero lo que cuenta es dejar que su presencia gane espacio en nosotros, que su vida transforme lo que hay en mí de inaceptable y me relance. Por eso, desde la mirada que da la Pascua, se nos pide avanzar en apertura, en libertad para dejarnos hacer, en sencillez para ser podados por la Palabra de Jesús, en sentido de la gratuidad ante los frutos.

¿Qué será ese “dar fruto”?. Hay una respuesta en el Evangelio: "el grano de trigo que cae en tierra y muere da mucho fruto" (Jn 12, 24). Es una experiencia pascual. Pasar de la muerte a la vida, ir del desaliento y los desconciertos a la humilde confianza de la fe en la vida que el Resucitado nos ofrece.

Tiene mucho que ver con la gratuidad de estar expuesto a la luz y al calor del sol.
Tiene mucho que ver con la mirada creyente de Pascua.

La fe de Pascua es “un amor podado”. Creemos a Jesús cuando nos dice: "Yo soy la verdadera vid". (Y que así se pone en mi lugar como lo hizo situándose en la esterilidad del pueblo de Israel).

El Resucitado llega hasta esa zona donde mi vida sólo genera inutilidades que entorpecen la gloria de Dios, para convertirse en el mejor fruto de mi vida. Para que el Labrador encuentre en mí eso que sabe puedo producir.

Hay una pintura de Juan de Bellegambe (1518) en el museo de bellas artes de Lille (Francia) que me ayuda a comprender el sentido activo de esta permanencia en Cristo: la gloria de Dios es que la vida de Cristo esté en nosotros y así demos los frutos abundantes que nos hacen sus discípulos; pero… dejándonos acoger como el Padre hace con Jesús y la savia de su Espíritu.

Sí, el criterio de discernimiento cristiano son los frutos: el árbol se conoce por el fruto (Mat. 12, 33; Luc. 6, 43)