14 de enero. Segundo Domingo del T.O.
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PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro de Isaías 62, 1 5
Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén
no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee
como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»;
a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada»,
porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará tu Dios contigo.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 95.
Antífona: Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.
Proclamad día tras día su victoria,
contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor.
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente.»
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 4 11
Hermanos:
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad
de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones,
pero un mismo Dios que obra todo en todos.
En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu.
Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 2, 1 11
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: «No les queda vino.»
Jesús le contestó: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.»
Su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él diga.»
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo: «Llenad las tinajas de agua.»
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó: «Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.»
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde
venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían
sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
«Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están
bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta
ahora.»
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.
Comentario bíblico:
¿DÓNDE ESTÁ
EL VINO BUENO DE LA COMUNIDAD CRISTIANA?
De bruces en el 2007. Celebrando ya el segundo domingo del tiempo ordinario.
Hemos visto al Señor manifestándose a los sabios de Oriente,
en el Jordán y ahora en la falta de vino durante una boda en Caná.
Manifestación y carencia. Ante el que viene de lejos y desde otra tradición espiritual en los sabios de Oriente, ante quien consciente de su pecado pide un bautismo de perdón, junto a quienes presienten que se les puede fastidiar la fiesta de bodas porque han calculado mal el vino. Ante tanta carencia, “manifestó su gloria”.
Las bodas en la Galilea de Jesús eran una verdadera fiesta. La oportunidad para el encuentro con familiares y amigos, para cantar, beber y bailar.
Pero esta es una boda especial: no se nos dicen los nombres de los novios. Sólo se habla del problema que les ha surgido porque han calculado mal. El protagonista es otro, el hijo de una de las invitadas y los amigos de éste.
Estamos ante un evangelio profundamente simbólico. Para San Juan el agua y el vino funcionan como símbolos de dos órdenes distintos: la frialdad de la ley (el judaísmo) y la fiesta del amor (Jesús). El orden religioso judío ha quedado superado por el vino que hace posible la fiesta que es Jesús.
Jesús es la fiesta del amor. ¿Pero qué amor? Ese
del cual no se puede prescindir. Del que si lo eliges nunca saldrás
ileso porque se trata de una entrega continuada que comporta el don de
sí.
Por eso “la hora” no es el momento del milagro, sino el de
la pasión, y sólo llega cuando acontece la fe.
La transformación del agua en vino significa la abundancia de
la vida que Jesús ha venido a traer hasta en la más radical
carencia.
Hay días en nuestra vida en que uno va a la oración o al
trabajo o sale a la calle sin más, con esas carencias en el corazón:
“no tienen vino”… “no nos queda aceite”
(Mt25,8) … “no tienen suficiente pan” (Jn 6,1ss)
“¿Qué se puede celebrar con el corazón triste y vacío de amor?”
Donde esperaba una felicidad cómoda me doy de bruces con algo
que no funciona, con una trampa humana, con los resultados de mi imprevisión.
¡Fallaron las reservas! Yo creía que lo tenía todo
bien calculado, que sería capaz, y resulta que falta el vino de
la fiesta. ¡Es el momento de la fe!
El autor del cuarto evangelio utiliza “la hora” para referirse
a la glorificación de Jesús, a su pasión en el Calvario.
El vino funciona como signo de Jesús.
El tiempo del agua, el de las purificaciones judías, ha sido superado por el amor mostrado en la cruz. Desde la cruz entramos en el tiempo del vino, el que hace posible la fiesta de Pascua.
Cuando siento que no puedo amar, cuando se agotan las reservas de la paciencia, cuando me falta el vino… la Madre de Jesús, un amigo, un familiar, un miembro de mi comunidad, una pequeña asociación, alguna ONG, alguien que se entrega libremente en una oración genuinamente fraterna, da la voz de alarma: ¡No tienen vino!. Y la fe hace posible que viva mi hora de la resurrección.
Roto el bloqueo, sería posible decirse: “elige amar, elige la esperanza”… la fiesta ha de continuar. Pero sabemos que las cosas no siempre son así de fáciles.
“La hora” en que me quedo sin vino es una situación existencial frecuentemente dramática. No salimos de ella ilesos sino transformados, salimos viviendo un tiempo nuevo.
Sea al tercer día o al séptimo, descubro que no puedo seguir a Jesús sin cuidar más en mi y con los otros/as la alegría de quien ha superado “la hora”, de quien ha salido de la frialdad del agua para gozar íntimamente del rojo calor del vino bueno de Jesús.
Entonces, no nos justificamos preguntando ¿dónde está el vino bueno de la comunidad cristiana?, sino entregándonos para que sea posible la fiesta.