21 de enero. Tercer Domingo del T.O.

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Nehemías 8, 2-4a. 5 6. 8 10

En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley.

Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo —pues se hallaba en un puesto elevado— y cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: —«Amén, amén.»
Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.

Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis.»

Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 18.

Antífona: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.
Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.
Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, roca mía, redentor mío.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 12 14. 27

Hermanos:

Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 1 4; 4, 14 21

Excelentísimo Teófilo:

Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»

Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:

«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»

Comentario:

“PARA ANUNCIAR
EL AÑO DE GRACIA DEL SEÑOR”

En el evangelio hay dos partes diferenciadas. En primer lugar leemos el prólogo a todo el evangelio y después viene la presentación del programa de acción de Jesús en la sinagoga de Nazaret.

Una referencia al prólogo servirá para dar algunos datos sobre este evangelio que en este año vamos a escuchar de forma preferente: tercero de los evangelios sinópticos; primera parte de una obra histórica que por vez primera se proponía narrar de manera fiel y ordenada los orígenes del cristianismo desde “lo que Jesús hizo y enseñó” (Actos 1,1) hasta la llegada de Pablo a Roma, del evangelio a los Hechos de los Apóstoles (segunda parte).

A pesar de presentarse como investigador concienzudo de la verdad histórica (prólogo del evangelio), Lucas ha sabido escribir la historia de Jesús en un estilo libre, según el género seguido por los historiadores helenistas. Narraban deleitando. Seleccionaban y coloreaban los hechos de acuerdo con sus preferencias hacia el personaje.

La escena de la sinagoga es un ejemplo de esta libertad del historiador. Lucas ha escenificado en la sinagoga del pueblo donde Jesús era conocido, porque en “Nazaret se había criado”, la presentación ante sus paisanos. Se le ha escapado del detalle de que, antes de la presentación del programa en Nazaret, Jesús ha venido actuando ya en Cafarnaún (Lucas 4,23). El “cumplimiento del tiempo” (Marcos 1,15) se enmarca en la lectura de un oráculo de Isaías (61,1-2), del que se omiten la mención del “día de la venganza de nuestro Dios” y también la promesa de “consuelo a todos los afligidos”.
La lectura se interrumpe no porque el texto, al estilo hebreo, oscila entre dos extremos para mantener el paralelismo, mirando para aquí y para allá, sino porque Jesús introduce el anuncio del cumplimiento. Pero lo que “se cumple” no es “el tiempo”, sino la Escritura que anuncia una buena noticia de liberación, excarcelación y sanación. El tono del anuncio trasmite la alegría con que, en el Sermón del Monte, el evangelio de san Mateo ha presentado el comienzo de la predicación de Jesús con la proclamación de las Bienaventuranzas.

“Hoy se cumple esta Escritura”. El adverbio temporal “hoy” recibe en el evangelio de san Lucas un valor especial. No es una referencia al tiempo en que sucedió un determinado episodio de la vida de Jesús, sino una llamada a actualizar la oferta de salvación en el “aquí y ahora” de nuestra propia vida.

Este “hoy” resuena también en la primera lectura que reconstruye idealmente el inicio de la restauración de la nación judía en su tierra a la vuelta del Destierro. En muchos aspectos es el comienzo histórico del judaísmo. La Ley o Torah de Moisés, nuestro Pentateuco original, es proclamado solemnente fuera del espacio sagrado del Templo, como base religiosa y política de la futura nación. Los textos antiguos, redactados en hebreo, incomprensibles ya para la mayoría de la gente son parafraseados en la lengua aramea, que era la lengua común en el imperio persa.

También en este caso se invita a hacer de aquel día, aquel “hoy”, un día de celebración y fiesta. En la lectura en la sinagoga de Nazaret y en la solemne celebración de la Palabra a la vuelta del Destierro, el “hoy” es un punto de partida hacia el futuro. El texto de Isaías que lee Jesús y los párrafos de la Ley de Moisés, que los levitas iban leyendo “con claridad y explicando el sentido al pueblo”, no son una acusación que cae como una losa encima de la pobre gente. Son el primer paso hacia un futuro distinto: “No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”.

Si la proclamación del Antiguo Testamento no lleva un impulso de liberación, hay que dudar de que el predicador haya acertado con el sentido auténtico. Si la proclamación del evangelio viene solamente a aumentar nuestra angustia, seguro que el predicador no ha encontrado el tono propio de la Buena Noticia. Este doble criterio debiera guiar la búsqueda de sentido en los textos que se proclaman en nuestra liturgia.

La proclamación del tiempo de gracia tiene en este domingo un sentido concreto dentro del Octavario de Oración por la Unión de las Iglesias. Este año es el 90 de una celebración que sigue adelante con resultados no muy espectaculares, pero que ha ido cambiando las relaciones entre los diversos grupos cristianos. El lema de este año encaja con el programa fijado en la sinagoga de Nazaret: “Hacer oir a los sordos y hablar a los mudos” (Marcos 7,37). Son palabras tomadas de la alabanza que la gente habría dirigido a Jesús después de la curación del sordomudo.

Sordos son los que no quieren oir el clamor de las bases, del pueblo fiel, para poner fin a los exclusivismos y ambiciones de los jefes de las diversas iglesias. Y quienes cierran oídos – y ojos – al sufrimiento clamoroso de los pobres de la tierra. Mudos somos quienes desde esas bases no tenemos ni voz ni voto. Somos los cristianos que sufrimos por la desunión. Y son los pobres que no pueden hacerse oir. Jesús puede curar a unos y otros. Y como no es cuestión de precedencia, aunque los sordos se nieguen a oir, no tenemos por qué esperar. Al menos nosotros hemos de seguir haciendo lo posible para acelerar la Unión. Y hacernos portavoces de los pobres sin voz.

La segunda lectura utiliza el símil del cuerpo humano para describir la unidad y diversidad de la Iglesia. El símil era conocido en la literatura contemporánea y se utilizaba para justificar la diversidad de capas o estratos en la sociedad romana. Pero en la carta a los Corintios no es una justificación de la fragmentación de la sociedad, como si cada uno tuviera que contentarse con la función que le corresponde en la división impuesta desde arriba. En la lectura de hoy la división no se mantiene, sino que se orienta a la fusión de todos en el Espíritu. Es una división que supera la variedad de miembros igualando a todos en un mismo Espíritu y en un mismo Bautismo.

Éste ha de ser el punto de partida, el “hoy” desde el que miramos hacia el futuro de la Unión, dejando atrás las divisiones creadas por la historia y por la ambición de los dirigentes.