4 de febrero. Quinto Domingo del T.O.

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PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Isaías 6, 1-2a. 3-8

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!» Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.

Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.»
Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: «Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.»

Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?»
Contesté: —«Aquí estoy, mándame.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 137.

Antífona: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario.

Daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma.

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande.

Tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 15, 1-11

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mi. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 5, 1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»

Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»

Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»

Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.»
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Comentario a la Palabra

LA PALABRA QUE NOS DESAFÍA
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El Evangelio de este domingo presenta tres acontecimientos unidos por la transformadora Palabra de Dios:

- la predicación de Jesús
- el milagro de la pesca
- y la decisión de abrirse al hoy de Dios al seguir a Jesús

Podríamos verlos como momentos que dan profundidad al proceso vocacional de los apóstoles; pero mejor si los enmarcamos como una catequesis programática que nos aclara las características de quien busca ser discípulo de Jesús.

Lucas distingue entre la gente que se agolpa alrededor de Jesús y los discípulos. Y aquí discípulo viene a ser sinónimo de cristiano.

No se es discípulo, no se es cristiano, por el solo hecho de buscar o acudir a Jesús.

Vemos a Jesús también este domingo rodeado por la gente, pero no para despeñarlo como el domingo pasado, sino para escuchar su palabra, que resuena concreta:

- rema mar adentro
- echad las redes
- serás pescador

De fondo, el conflicto con las evidencias, con la lógica aplastante de lo obvio, de lo vivido. La tensión entre la palabra de Jesús y la experiencia de Pedro. El que sabe de pesca es Pedro, no Jesús. La pesca ha de aprovechar la noche, pero Jesús invita a pescar a pleno día.

Hay trozos de este evangelio que nos recuerdan la mañana de Pascua: Pedro llamando “Señor” a Jesús. Pedro reconociendo su pecado, el de quién sabe qué negaciones. Pedro dando una preferente confianza a la Palabra de Jesús, antes que a la lógica de su experiencia anterior.

Asombrado por la acción de Jesús, por su gracia, brotará del corazón del pescador una súplica que parece una oración:

“Señor, apártate de mi, que soy un pecador”

Jesús no niega la confesión de Pedro. Como si ese reconocimiento fuera necesario para avanzar. El cara a cara con Cristo lleva de una manera natural al cuestionamiento de las propias actitudes. Pero ahí nos quiere vivos, activos.

Así como no es suficiente con buscar a Jesús, rodearlo, escucharlo y punto; así tampoco, cuando uno es confrontado con la verdad de Su Palabra o se experimenta a si mismo como indigno de estar ante Él, tampoco es suficiente con detenerse ahí.

La Palabra de Dios, la Palabra de Jesús, introduce a quien llega hasta ahí en una manera nueva de ver su propia vida.

Esta Palabra tiene el poder de transformar, abrir sentidos nuevos incluso a lo vivido, a la vida de las personas que se abren a ella existencialmente.

Este domingo somos invitados a acoger la Palabra de Jesús como una realidad viva. Palabra que hace ser.

Palabra que llega hasta mis sombras más inconscientes
Palabra que limpia sin negar lo vivido
Palabra que renueva la esperanza ante el rudo realismo o la lógica de los hechos
Palabra Viva que transforma y crea

¿Seré capaz de hacer mía esta Palabra?
¿De verdad quiero salir del coro de los que sólo rodean a Jesús?

¿De verdad quiero fiarme de Jesús?
¿Dejaré, cuando Él aparezca, que Su presencia sanadora someta a crítica mi estilo de vida?
¿Le daré mi confianza, libre de autoculpaciones, implicándome en la suerte de los que son obligados a descender o a infravivir?

Entonces… echa las redes… confía en Su Palabra… cree en la capacidad transformadora de la generosidad. Que el mar de tu vida compartida deje de ser morada de las fuerzas contrarias a Dios

Entre los primeros cristianos “el pez” era el símbolo de Cristo. Te sorprenderás descubriendo que es él quien quiere ser pescado por ti. Es Él quien espera de ti hoy que digas en su nombre una palabra viva y humilde.