15 de abril. Segundo Domingo de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 12-16

Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 117.

Antífona: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación; Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor; el Señor es Dios, él nos ilumina.


SEGUNDA LECTURA

Lectura del libro del Apocalipsis 1, 9 11a. 12-13. 17-19

Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios, y haber dado testimonio de Jesús.

Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: «Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia.»

Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo:

«No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo.
Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.»

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19-31.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros.”

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.”

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.”

Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.”

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros.”

Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”

Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”

Jesús le dijo: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.”
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Comentario a la Palabra

El Espíritu que expulsa todo temor

El domingo pasado, Pedro y el discípulo amado, avisados por María Magdalena, se acercaron a la carrera a la tumba vacía de Jesús. “Vio y creyó” así acababa aquel pasaje evangélico. Entonces, ¿qué hacen ahora encerrados esos mismos hombres, llenos de miedo?

El corazón humano es lento en abandonar los hábitos. A pesar de la luz de la Pascua, los viejos esquemas vuelven una y otra vez: el miedo se resiste a ser desalojado, ese miedo que nos incapacita para abrir las puertas, para escuchar, para atreverse, para emprender. Miedo y dudas que paralizan y nos devuelven a nuestros pensamientos obsesivos, a nuestros comportamientos repetitivos, a más de lo mismo. ¿Quién desalojará el aire viciado de nuestro interior para hacer posible lo nuevo?

Cristo cuenta con nuestra fragilidad y nuestras resistencias, incluso con lo que hay en nosotros de enfermizo. Se acerca ahora hasta la propia casa donde están los discípulos para decirles “Paz a vosotros”. En sus palabras, ninguna recriminación.

Una y otra vez, Él viene, también para Tomás que se resiste a creer, para disipar el temor y asistir en el comienzo y recomienzo de la fe. La Cuarentena pascual que estamos iniciando es este tiempo especial que recuerda la presencia paciente y llena de ternura del Resucitado.

El texto del Apocalipsis viene a recordarnos que el acompañamiento del Cristo no tiene un límite en el tiempo. Él está especialmente cerca de los que sufren la prueba.

Patmos se encuentra en el Egeo, no lejos de la costa turca. Hace dos años, un grupo de Acoger y Compartir visitó esta pequeña isla con forma de corazón coronada por un monasterio milenario. Ahí está la cueva en la que, según la tradición, Juan recibió el “apocalipsis”, la “revelación”.

Hace dos milenios, Patmos no era el paraíso turístico que es hoy, sino una isla-prisión, una especie de Alcatraz romana para presos peligrosos. “Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, me encontraba en la isla llamada Patmos, a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús” (Ap 1.9).

En la persecución, Juan acoge una visita del Resucitado, que le repite “No tengas miedo”.

Ambas apariciones de Jesús, la de Patmos y la de Jerusalén, están unidos por el tema del envío. Cristo nunca viene sólo para mí. Siempre nos invita a salir de nuestros enclaustramientos, a ir a los demás. En el caso del vidente del Apocalipsis, este envío se va a realizar utilizando los medios técnicos de la época. No existiendo aún el e-mail, a Juan se le pide que escriba siete cartas, para animar a las siete iglesias del Asia Menor.

Perder el miedo, salir, anunciar lo increíble de un Jesús que no está ya muerto, sino que vive de una manera nueva. Su palabra “Recibid el espíritu santo” nos habla de una forma de presencia.

“Pneuma” la palabra del Nuevo Testamento que traducimos por “Espíritu” quiere decir en griego “aire”. De ahí el gesto de exhalar su aliento. El aliento de Jesús se hace nuestro aliento. Al igual que el oxígeno, que llegando hasta la última de nuestras células nos sostiene en la vida, el “pneuma” que llena el cuerpo resucitado de Jesús se nos entrega para animar en nosotros una presencia: el aliento de Jesús es ahora nuestro aliento, su Espíritu nos habita.

Juan escribirá: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Jn 4,18). Como aire limpio que entra nuestros pulmones, el espíritu de Jesús expulsa de nosotros el humo tóxico del miedo y purifica lo viciado de nuestro corazón.
Es un proceso que requiere paciencia y fe... Y ya vamos siendo transformados.