29 de abril. Cuarto Domingo de Pascua
Formato PDF. Listo para imprimir
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 13, 14. 43—52
En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquía de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios.
El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: «Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.»»
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron.
La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.
Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 99.
Antífona: Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
SEGUNDA LECTURA.
Lectura del libro del Apocalipsis 7, 9. 14b-17
Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y uno de los ancianos me dijo: «Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.»
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 27-30
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Comentario a la Palabra
“EL CORDERO SERÁ SU PASTOR”
El Evangelio de este “Domingo del Buen Pastor” no contiene sino una referencia escueta al tema que ocupa un largo discurso en la primera parte del capítulo 10 del evangelio de san Juan. En la segunda parte se describe la conspiración contra Jesús. El Buen Pastor tiene que escapar de Jerusalén para no ser apedreado por blasfemo.
Jesús perseguido fue modelo para los cristianos que sufrieron la persecución de las autoridades de Roma en las comunidades de la costa occidental de Turquía fundadas por san Pablo. Son las iglesias a las que se dirige el libro del Apocalipsis que este año leemos en los domingos del tiempo pascual.
El Cordero, “que está delante del trono”, es también el pastor. Es protagonista de esta revelación que habla de persecución y de victoria. El Cordero está literal y estructuralmente “en el centro”, en medio del trono, de los veinticuatro Vivientes, de los Ancianos (Apocalipsis 5,6). De las 34 veces que se usa el término “Cordero” en todo el Nuevo Testamento, 29 se encuentran en el Apocalipsis.
La simbología del Cordero no se toma del mundo idílico de la poesía pastoril. En el Salmo 23 se enumeran los motivos por los que un animal, cuya domesticación se inició hace unos 8.000 años en las regiones occidentales de Asia, puede representar una relación de total dependencia respecto de la humanidad. A diferencia de otros animales, la oveja común no puede subsistir sin un pastor que le busque agua, pastos, que la defienda de bestias salvajes, que incluso le asista en los trabajos del parto. La oveja necesita el cuidado de un ser humano lo mismo que lo necesitamos todos los seres humanos. En este sentido es el más “humano” de todos los animales. Por esa razón, Isaac y un cordero se asemejan, pues tanto uno como otro pueden ser conducidos al matadero sin sospechar mala intención. Isaac toma al pie de la letra las palabras de su padre – “Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío” (Génesis 22,8) – sin sospechar que se refiere a él mismo, caminando al lado de su padre como inocente cordero. Será símbolo para el pueblo perseguido y nunca exterminado, según una canción infantil – “Jad Gadyá” – que suele cantarse al final del seder o ritual de la Pascua y que recuerda las persecuciones sin fin del pueblo de Israel. Por lo mismo el pastor de la parábola de Natán cuidaba a su oveja como si fuera una hija (2 Samuel 12,1-4).
La imagen del Siervo Paciente refleja ya la actitud del pueblo que logra dar un sentido al sufrimiento del destierro. “Todos nosotros como ovejas erramos ... Fue oprimido y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja, que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca” (Isaías 53,6-7). Siervo Paciente es el pueblo que supo confiar y que al final triunfó de sus perseguidores sin empuñar las armas contra ellos. Es el triunfo de las víctimas.
El cristianismo desarrolló esta imagen que ocupa un lugar secundario en el simbolismo del Antiguo Testamento y que es central no solamente en el Apocalipsis sino también en los demás escritos de “la escuela de Juan”, evangelio y cartas. Expresamente la muerte de Cristo es enfocada como una nueva liberación de Egipto, sin ensalzar en tonos tan belicosos la victoria del Dios guerrero que con su diestra aplasta al enemigo, pues desata su furor y llena de pavor y espanto a todos los pueblos por donde iba a pasar el pueblo liberado (Exodo 15,1-18). Los cristianos cantarán el cántico de Moisés, pero como cántico del Cordero (Apocalipsis 15,3). No se celebra solamente la liberación de Israel sino la de toda la humanidad. Y, sobre todo, el Dios Salvador y el Autor de la Salvación se unifican en Jesús.
La muerte de Jesús es enfocada como el triunfo de la debilidad sobre el poder bestial del Imperio. La teología de san Juan unió la muerte de Jesús con el problema de por qué Dios parece abandonar a los suyos en manos de los opresores. Para ello fundió el simbolismo del cordero pascual con la intuición del pueblo como Siervo Paciente. Desde las primeras páginas del evangelio Jesús es presentado como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1,29). El carácter “humano” del Cordero servirá para unir al mismo Dios y al cordero pascual a través de la condición “humana” de Jesús.
Jesús como Cordero y Pastor es revelación del misterio de Dios en términos comparables a la revelación sobre el monte Sinaí. Después de las cartas a las iglesias, el Cordero recibe el libro sellado como indicación de que Dios pone en sus manos el futuro de la historia. De ahí brota el cántico de Apocalipsis 5,11-14.
Esta revelación es quizá más comprensible en nuestros
días, pues hemos descartado la imaginería militarista y
triunfante y aceptamos, no sin la colaboración de la denominada
“teología después de Auschwitz”, que la fuerza
de Dios se hace presente de manera más creíble a través
de la debilidad. En lugar de presentar la persecución y la casi
aniquilación de los fieles como castigo de sus pecados, tal como
hacía la teología de los antiguos profetas de Israel y la
teología anterior al Holocausto judío del siglo XX, la visión
del Apocalipsis presenta el sufrimiento y degollación del Cordero
como triunfo de la causa de Dios, pues desenmascara de forma irrefutable
el poder bestial de la Maldad.
Lejos del exclusivismo judío y de la obsesión sectaria que
a veces aflora en las cartas de san Juan, el Apocalipsis anuncia las bodas
del Cordero con la “nueva Jerusalén” (Apocalipsis 22,2),
como propuesta de una nueva humanidad. Prueba de la resonancia universal
de este mensaje es la aceptación del simbolismo del Cordero inmolado,
pero en pie; derrotado, pero con el pendón de la victoria asomando
sobre la cabeza. La imagen impresionó no sólo al cristianismo
de los primeros siglos, sino que continuó en las obras de artistas
plásticos de todos los tiempos. Tanto Bach en la “pasión
de San Mateo” como Haendel en el coro final del Mesías han
exaltado la fuerza sublime de esta imagen.