23 de diciembre.
Cuarto Domingo de Adviento

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 7, 10-14.

En aquél tiempo, el Señor habló a Acaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»

Respondió Acaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor.»

Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios?  Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 23.

Antífona: Va a  entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? 
El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos.

Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. 
Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 1, 1-7.

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor.

Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre.  Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús.

A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

EVANGELIO. 

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 1, 18-24

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. 

Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.  Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

Comentario a la Palabra:

El nombre de Jesús

Siendo un hombre justo, decidió hacer lo que creía era lo correcto: repudiar a María, para proteger su buen nombre; hacerlo en secreto, para no condenar a la mujer que amaba a la muerte de las adúlteras.

Hasta que tuvo un sueño: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”.

A la mañana siguiente, María es la misma mujer embarazada del día anterior, pero en el corazón de José las palabras del ángel han creado el espacio para la confianza. Por la puerta de su casa, va a entrar el Misterio que abarca el Universo entero.

 

Las lecturas bíblicas de hoy giran entorno al nombre y a la reputación, al poder de la palabra cuando se le da confianza.

Hay palabras que aún gastadas, siguen siendo necesarias. “Amor” ¡Qué palabra tan mañida y aún así imprescindible!  

Cuando una persona las respalda con su vida, las palabras recobran su dignidad y nobleza, su credibilidad. Entonces, nada tiene más fuerza que una palabra.

“Solidaridad” es sólo una palabra, pero puede levantar escuelas, equipar dispensarios médicos, sostener programas de nutrición.

“Reconciliación” puede parecer otra palabra agotada, pero cuando una comunidad como la de Taizé se compromete con su vida, miles de jóvenes acuden de todas partes.

 

Un hombre justo respeta el buen nombre de los demás. La reputación es la posesión más preciosa de toda persona. Destruirla no es una falta menor, sino un verdadero atraco.

No se puede construir la convivencia si se hace del insulto moneda corriente, ni puede desarrollarse una personalidad, si se pierde el sentido del pudor en el uso de las palabras.

El discurso del Presidente del Congreso, en su despedida de la cámara, sonó a denuncia: "Me niego a aceptar que consenso y sentido del límite son palabras viejas”.

Un teólogo español escribe: “Las palabras no se crean de un golpe desde la nada, sino que advienen tras realizaciones vividas,... Hay palabras vulgares y palabras sublimes. Son éstas las que nos han abierto al misterio del ser, del hombre y de Dios”.

 

José recibe del ángel el encargo de poner nombre al hijo que espera María. De este modo, coloca al niño al amparo de su autoridad y le transmite el buen nombre del linaje de David.

Pero el nombre “Jesús” es mucho más. Lleva comprimido en sus pocas letras la misión de su portador: “Jesús” quiere decir en hebreo “Yahvé salva”, “porque él salvará a su pueblo de los pecados”.

Isaías escribe: “La virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”. Estas palabras sostuvieron durante siglos la esperanza de un pueblo. “Dios-con-nosotros” es el otro nombre de Jesús.

Va a nacer un Niño y sabemos su nombre: “Dios salva”, “Dios con nosotros”. Él es aquel que viene de parte de Dios, pero también aquel que nos lleva en su nombre.

La Humanidad entera es ese “nosotros” del “Dios-con-nosotros”. Somos nosotros el pueblo a quien él viene salvar.

En el nombre de Jesús, Dios y el ser humano han quedado para siempre unidos. Sólo pronunciarlo nos pone en presencia del Misterio que nos transforma.

La persona y la vida de Cristo están tras su nombre: En Él vemos el rostro de Dios que no nos abandona, Dios que viene a arrojar luz al misterio de nuestra humanidad

“El hombre es un ser que siempre ha ido a llamar a la puerta de los dioses para comprenderse y para buscar un poco de luz que le revele su misterio, un misterio que no lograba comprender únicamente compartiendo el destino común. Como si tuviera la oscura sensación de que necesitaba un Dios que le atestiguara lo que era y una trascendencia que lo salvara de una reclusión en sí mismo”.

Por fin, Él viene. Navidad no es sólo una palabra, es ese acontecimiento.