10 de febrero.
Domingo I de Cuaresma
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro del Génesis 2, 7-9; 3, 1-7.
El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?» La mujer respondió a la serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: 'No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte'.»
La serpiente replicó a la mujer: «No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal.»
La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 50.
Antífona: Misericordia, Señor: hemos pecado.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos, 12. 17-19.
Hermanos:
Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación.
En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida.
Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 4, 1-11.
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»
Pero él le contestó, diciendo: «Está escrito: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios'.»
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: 'Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras'.»
Jesús le dijo: «También está escrito: 'No tentarás al Señor, tu Dios'.»
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto'.»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.
Comentario a la Palabra:
“Para ser Tentado por el Diablo”
La triple tentación de Jesús en el desierto recuerda nuestra fragilidad ante la seducción del mal. Si Jesús fue tentado, nada extraño que nosotros lo seamos también. En el padrenuestro pedimos que “no nos deje caer en la tentación”.
La primera lectura nos recuerda que la tentación es tan antigua como la misma humanidad. La primera pareja se encontraba “desnuda” y, de momento, ni se avergonzaban. Hasta que hizo su entrada el mal, bajo la forma de un animal también “desnudo”, sin pelos ni plumas, pero que en su “desnudez” ocultaba una “astucia” en grado máximo. El término hebreo con que juega el redactor, ´arum, puede significar ambas cosas a la vez: desnudo y astuto.
Es una sensación semejante a la que más de una mañana tenemos al abrir la radio o el periódico. La humanidad se encuentra desnuda o desprotegida o ingenuamente confiada, mientras los agentes de maldad utilizan su perversa astucia para causar el mayor estrago posible. No es la primera vez que lo hacen, pero, cuando la semana pasada el terrorismo utilizó a dos mujeres psíquicamente deficientes para provocar un centenar de muertos en el mercado de animales mascotas de Bagdad, sentimos horror especial al ver qué extremos puede alcanzar la astucia de los malvados.
Una humanidad ingenua, que se deja engañar, un Jesús recién bautizado que se deja tentar. ¿Por qué los evangelistas, especialmente Mateo y Lucas, describen con tanto detalle las tentaciones de Jesús? Seguramente, porque describiendo las tentaciones del Maestro querían alertar a la comunidad cristiana y a cada cristiano en particular del riesgo de torcer el mensaje del evangelio.
El relato de las tentaciones está compuesto sobre el texto de las tentaciones del pueblo de Israel durante su marcha por el desierto. Jesús responde al tentador con frases del libro del Deuteronomio. A la tentación del hambre responde con palabras de Deuteronomio 8,3. A la tentación sobre el pináculo del Templo, en que el diablo utiliza palabras del Salmo 90,11-12, responde Jesús con el texto de Deuteronomio 6,16, que alude a la tentación de la sed. La tercera tentación se rechaza con una frase de Deuteronomio 6,13, relacionada con la seducción de la idolatría.
El evangelio de san Mateo quiere presentar a Jesús como auténtico israelita, ya desde el nacimiento, tal como pretenden probar la genealogía y las cinco escenas de la infancia: “hijo de David”, “estrella de Jacob”, “hijo de Israel”, “resto salvado y salvador”, “nazareno”. Existía la convicción de que todo israelita debía superar individualmente las pruebas a las que fue sometido el pueblo en el desierto: el hambre, la sed y la idolatría.
Tentador es el “diablo”, mencionado cuatro veces, o el “tentador”, una vez, o bien “Satanás”, en el rechazo final de Jesús. Esta última designación recuerda el rechazo, casi en los mismos términos, con que Jesús corrige a Pedro, cuando éste pretendía apartarle de su misión: “Apártate de mí, Satanás, porque quieres hacerme tropezar, ya que no piensas según Dios, sino con criterios humanos” (Mateo 16,23).
Sin tanta fantasmagoría, la carta de Santiago sitúa el origen de nuestras tentaciones en la facilidad con que nos dejamos seducir por el mal (Santiago 1,14). La victoria de Jesús sobre las tentaciones clásicas del pueblo judío es ejemplo para las pruebas que habrá de superar la Iglesia. Si Pedro, el primer Papa, llegó a ponerse de parte de Satanás, ¿qué mejor advertencia para que la Iglesia futura se mantenga siempre en guardia? Quienes disfrutan contemplándolo todo desde el pináculo de los templos harían bien en no intentar ninguna acrobacia que ponga a prueba no tanto las palmas de los ángeles como la capacidad de aguante de los fieles. Demasiadas veces se lanzan a sus antojos y luego esperan que los recibamos con tolerancia e incluso con amor. Demasiado.
Pero hay también un mensaje personal para cada uno de nosotros. Con varias modalidades, nuestra fe sigue expuesta a la tentación. El mundo que cada uno habita y ha recibido como su morada, puede ser un jardín, cuidado con esmero, en el que dé gusto vivir, o bien un nido de víboras que se multiplican por nuestra incuria. Es cierto que no todo depende de nosotros. No está plenamente asegurado que, ante la alternativa vida o muerte, escojamos siempre lo mejor, la vida. Pero tampoco es una elección imposible, colocada en las nubes, en lo más alto del cielo o en lo más hondo del mar, sino que, pronunciada con los labios, echa raíces en el corazón, está al alcance de nuestra capacidad de decisión y podemos ponerla en práctica (Deuteronomio 30,11-16). Como dice la segunda lectura, Jesús nos enseña un camino de obediencia. Para los tiempos que corren es un ejemplo duro. Pero hay que entenderlo como una exhortación a poner nuestra vida en consonancia con el plan de Dios que quiere vida feliz para el mundo.
El mundo en general y el pequeño mundo en que cada uno se mueve a su aire, serían espacios más felices, si no volviéramos la espalda a Dios. A muchos sorprende que para buscar una explicación del mal en el mundo se repita la vieja historia del paraíso. Pero ese relato tiene hoy también un mensaje, si no lo leemos infantilmente como crónica de lo que sucedió en la noche de los tiempos. Hablando de la primera pareja humana, el autor pensaba en la historia de la humanidad que para entonces había recorrido ya largo trecho. Pensaba en los desarreglos de la sociedad contemporánea: en el desvío de los prepotentes, en la desigualdad que achataba el valor de la mujer, en las ocasiones espléndidas que se dejaban escapar para mejorar la vida en el jardín.
En lugar de alcanzar esa meta ideal, pero posible, la humanidad se empeña en perseguir sus caprichos. Y lo peor es que efectivamente los consigue, pues en general nos encontramos desnudos, indefensos ante la maldad que astutamente serpea por cualquier rendija, a fin de aumentar el sufrimiento y acabar con la dicha del mundo.