17 de febrero.
Segundo Domingo de Cuaresma

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro del Génesis 12, 1-4a.

 En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré.

Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición.

Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan.  Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.»

Abrán marchó, como le había dicho el Señor.

 

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 32.   

Antífona:
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. 
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo 1, 8b-10.

Querido hermano:

Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios.

Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio. 

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 17 1-9.

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta.

Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí!  Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.  Escuchadlo.»

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.»

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Comentario a la Palabra

UNA ENFERMEDAD LLAMADA SATISFACCIÓN

Avanza la Cuaresma. Ya estamos en el segundo domingo. Los textos nos hablan del comienzo de una peregrinación de fe, iniciada en Ur de los caldeos, y que continúa hasta hoy.

Aparecen figuras señeras de la fe: Abrahán, Moisés, Elías, Jesús, tres apóstoles. Y especialmente una petición de Dios: que escuchemos a Jesús.
Pero la cuestión está en que escucharlo es hacer con Él nuestro propio itinerario existencial.

Desde los orígenes, el hecho de ponerse en camino marca la búsqueda religiosa. Desde entonces, la tentación de instalarse y adorar a los ídolos se hace presente en quienes han optado por contar con el misterio de Dios en la explicación y desarrollo de su propio camino.

La vida creyente es una peregrinación urgida por el deseo de ir más allá de los conformismos que, a la postre, terminan siendo chozas para siete días. Intuimos que hay un amor de eternidad.

En el trasfondo del Evangelio de este domingo está la Fiesta de los Tabernáculos y el Éxodo. Están la Ley y los Profetas. Pero también un ser humano, Jesús de Nazaret, que pide a sus amigos suban con Él a la montaña.

El hombre Jesús aparece necesitado de la presencia afectiva de sus amigos.
Antes del evangelio de hoy Jesús se había sincerado con ellos diciéndoles que las cosas iban a tener un precio alto, que lo matarían, que si querían ser sus discípulos entraran en el “olvido de sí mismo”, que lo siguieran integrando la propia cruz (Mt 16,24). Sí, que se desinstalaran. El sabe que con frecuencia se cae en el camino. La muerte acompasa el caminar de quienes han elegido no detenerse ante los muros, de ahí que sea tan necesaria la fe.

Los discípulos amigos Pedro, Santiago y Juan van a entrar en la luz increada de la transfiguración, pero también asistirán a la caída por tierra de Jesús en Getsemaní. Serán testigos de qué ocurre cuando “la desgracia de los otros entra en la propia carne”.

Jesús ha tenido que hacer su peregrinación, subir su montaña de la fe. Y en Cuaresma nosotros redescubrimos esta humanidad habitada de Jesús. Sin ignorar que estamos ante un relato literario con un estilo concreto, el que la Biblia utiliza cuando quiere destacar una manifestación de Dios.

Desde la cima del Tabor nos llega la voz de Dios que revela a los seguidores de Jesús quién es éste y hasta qué punto vive una comunión con Él. A Jesús, que experimentará radicalmente la soledad del sentimiento de abandono, se le confirma en su comunión total con Dios. En el Tabor suena esta voz también para Jesús, la que no escuchará ni en Getsemaní ni en el Gólgota, lugares de libertad extrema en la entrega personal.

La historia de las migraciones, de los exilios, de las guerras, de las búsquedas de libertad está llena de esos silencios, de esas escandalosas ausencias. Mujeres y hombres de nuestro tiempo son incapaces de superar esa muralla. Pero si te niegas a caminar, si te resistes a avanzar, toda tu existencia corre peligro, toda tu vida se opaca. De ahí la importancia de esos instantes de luz que alientan la peregrinación de toda una vida.
Hay oscuridades intensas, pero también la luz y la voz del Tabor.

Moussa Traoré es una de las 5.686 personas que durante el primer semestre del 2007 consiguieron llegar a España, huyendo de un país en conflicto y utilizando el cayuco como medio de transporte. Casi 7.000 personas fallecieron al intentarlo durante 2006. Organizaciones de derechos humanos dicen que una de cada dos personas que emprenden la travesía muere en el océano.

Hemos de tener cuidado cuando ponderamos eso de “ponerse en camino”.
Moussa es una excepción. Fue deportado 14 veces, vio cómo compañeros suyos morían por las balas de los gendarmes marroquíes en la valla de Ceuta, y cómo otros fallecieron a su lado en el desierto en el que en ocasiones fueron abandonados. Cuando uno escucha sus historias comprende más fácilmente a los que han decidido permanecer encerrados en una seguridad que los mata de hambre o de frustración.

En el Tabor están la Jerarquía, la Tradición y el Profetismo junto a la tentación de igualarlo todo, de ponerlo todo a la altura de Jesús. Pero Jesús es lo nuevo de Dios hecho humanidad. Sólo el rostro de Jesús brilla con la luz increada de Dios. Moisés y Elías quedaron atrás, apagados.
Ahora lo que cuenta es ESCUCHAR al que está habitado por la luz samaritana de Dios.

A Jesús no se le puede intentar meter en una “choza” para aislarlo en beneficio de nuestra propia satisfacción, Él ha sido enviado para alentarnos a caminar.

No podemos desentendernos, ni espiritualizar alienadoramente la fe. Hay que poner los pies en el suelo y decidirse a descender, a ir hasta los fondos donde el sufrimiento hace enmudecer o blasfemar, allí donde se rompen aparentemente las esperanzas, donde la vida pierde todo su encanto, donde hay quien maldice haberse puesto en camino.

Pese a esa oscuridad tan intensa no podemos aislarnos, y menos para celebrar la fiesta de las chozas, es decir, excusándose con un motivo religioso. Dios quiere ser celebrado de otra manera: escuchando a Jesús.
Al que nos toca y nos fortalece diciéndonos: “Levantaos, no temáis”. Y lo dice porque sabe que hay razones para el temor. Por eso toca a sus amigos, porque hay vidas tan satisfechas que la enfermedad está en su propia satisfacción.

Como a cualquier otro enfermo Jesús pone sus manos sobre los amigos temerosos y los cura para que no teman descender con Él.

Jesús los toca, los cura y los llama al seguimiento. Escuchadle es seguirlo, dejarse impregnar por su luminosidad samaritana, superación de la luz del Sinaí.

El transfigurado es ahora la presencia de Dios entre nosotros, el que insistentemente, a través de todo el Evangelio, nos dice: “No temáis”. La esperanza mesiánica es ya realidad. La gloria de Dios habita al ser humano para que éste avance. ¡Llaman a descender!