2 de marzo.
Cuarto Domingo de Cuaresma

PRIMERA LECTURA.

Lectura del primer libro de Samuel 16, 1b. 6-7- 10-13a.

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: «Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.»

Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: «Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.»

Pero el Señor le dijo: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura.  Lo rechazo.  Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia: el Señor ve el corazón.»

Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: «Tampoco a éstos los ha elegido el Señor»

Luego preguntó a Jesé: «¿Se acabaron los muchachos?»

Jesé respondió: «Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.»

Samuel dijo: «Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.»

Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo.  Entonces el Señor dijo a Samuel: «Anda, úngelo, porque es éste.»

Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.  En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 22.   

Antífona: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. 
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 5, 8-14.

Hermanos:

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor.

Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.

Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.

Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz.

Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

EVANGELIO.  

Lectura del santo Evangelio según San Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38.

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.

Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»

Él fue, se lavó, y volvió con vista.  Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»

Unos decían: «El mismo.»

Otro decían: «No es él, pero se le parece.»

Él respondía: «Soy yo.»

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego.  Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.  También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»

Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»

Otro replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»

Y estaban divididos.  Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»

Él contestó: «Que es un profeta.»

Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»

Y lo expulsaron.  Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»

Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»

Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»

Él dijo: «Creo, Señor.»

Y se postró ante él.

Comentario a la Palabra

“Ahora sois Luz en el Señor”

Esta afirmación tomada de la segunda Lectura (Efesios 5,8) puede servir de eje o clave para la comprensión del evangelio.  El tema de la luz aparece en la primera parte del evangelio de Juan, desde el prólogo hasta el capítulo 12, para presentar la persona y el mensaje de Jesús en lucha con la ceguera, la incredulidad, representada en los judíos.

De hecho el milagro de la curación del ciego de nacimiento es el marco para una defensa de Jesús ante las denuncias del judaísmo.  En los tiempos actuales hay que utilizar con prudencia la identificación de la incredulidad con el judaísmo, precisamente porque desde el concilio Vaticano II se había omitido en las preces solemnes del Viernes Santo la mención de la ceguera de los judíos.  El texto aprobado recientemente por el Vaticano para la celebración de la misa en latín, aunque no menciona la ceguera, recoge la esperanza de que los judíos reconozcan a Jesús como salvador de todos los pueblos, ya que, cuando todas las naciones lleguen a la fe, también Israel será salvado. 

epresentantes del judaísmo han manifestado su disgusto por estas expresiones.  Lo mejor es dejar a los judíos en paz, sin juzgar su propio camino de salvación.

El ciego de nacimiento es uno de los personajes centrales del evangelio de Juan, junto con Nicodemo, la Samaritana, Marta y María.  Los diálogos de Jesús con el ciego y con los fariseos se encuentran en uno de los pasajes literariamente más elaborados de este evangelio.  En la comunidad en la que se redactó este evangelio subsistía un grupo expulsado de la sinagoga, tal como lo había anunciado Jesús: “os expulsarán de las sinagogas” (Juan 16,2; la expulsión se menciona en 9,22 y 12,42).  El conflicto con el judaísmo se desarrolla ampliamente en este relato de la curación del ciego y se justificaría por la pretensión de Jesús de “hacerse igual a Dios” (Juan 5,18).  La ruptura final con el judaísmo explica también el uso peyorativo que recibe el término “judío” como sinónimo de increyente o infiel (Juan 9,18; 10,31; 18,12. 36-38; 19,12).

Sorprende que Jesús aparezca a veces hablando como si Él no fuera judío (Juan 7,19; 8,17; 10,34).  En realidad el cuarto evangelio no se entiende fuera del ámbito cultural y religioso del judaísmo, como demuestran la insistencia en la fiesta central judía de la Pascua (Juan 2,13; 6,4; 11,5; 13,1), en la fiesta de los Tabernáculos, mencionada en 7,1, como tiempo de la estancia de Jesús en Jerusalén, que se prolonga hasta 10,22, donde se introduce la mención de la fiesta de la Dedicación o Janukáh (Juan 10,22).  Es frecuente el recurso a imágenes del Antiguo Testamento ( Juan 10,11; 15,1-4; 6,51).

Si dejamos a los judíos en paz, nos sobran grupos que cubren con igual  o más derecho el papel de la incredulidad.  Porque la fe no se evidencia por sí misma.  Si la luz fuera el ambiente normal en que transcurre nuestra vida, no habría escape posible hacia la tiniebla.  Pero desde el principio, como tiene que reconocer el autor del relato tan ordenado de la creación (Génesis 1), la separación de los elementos no elimina la tensión día/noche, luz/tinieblas.  En el libro de Isaías se refleja también la misma tensión respecto de la fe.  Por un lado, se promete “despegar los ojos de los ciegos” y “abrir las orejas de los sordos” (Isaías 35,5).  “Que los ciegos ven”, es una de las señales que Jesús trasmite a los discípulos de Juan Bautista como prueba de su condición mesiánica (Mateo 11,4).  Pero igualmente se asegura que escuchar no es garantía de comprensión y que ver no asegura entender.  Se requiere además un corazón bien dispuesto, “no atocinado”, para que el oído no se endurezca ni los ojos se cierren (Isaías 6,9-10).  El juicio que Jesús trae al mundo se orienta a que “los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos” (Juan 9,39). Con igual dureza juzgan los otros evangelistas la incomprensión del auditorio, a pesar de la enseñanza de Jesús en parábolas (Mateo 13,14-15).

Es probable que esta posibilidad de endurecer el corazón y volverse de espaldas a la luz esté aludida ya en el mismo dato de que el ciego curado por Jesús era “ciego de nacimiento” (ek genetés, Juan 9,1).  Esta deficiencia connatural de la persona es la que promete curar Jesús.  Lo que no puede curar es la ceguera de un corazón endurecido por autosuficiencia o por ostinación en el pecado.  En contra de una opinión que todavía subsiste incluso en almas cristianas, un defecto físico no es de por sí castigo de un pecado.  Sí lo es empeñarse en vivir de espaldas a la luz.

Como otros hechos prodigiosos realizados por Jesús, Juan define la curación del ciego como un “signo”, un hecho que tiene una verificación real y un significado simbólico.  El público ilustrado define gustosamente los milagros narrados por los evangelistas como relatos simbólicos.  Pero en el caso de este ciego lo que hiere y lo que muchos rechazan es precisamente el significado simbólico.  Los jueces de Jesús pertenecen al grupo fariseo, un grupo laico, celoso de las observancias judías.  Éstos, “ciegos que guían a otros ciegos” (Mateo 15,14), se atreven a juzgar a Jesús.  Pero los acusadores se ven a su vez acusados:  “¿Es que también nosotros somos ciegos?”  La respuesta de Jesús es dura porque responde a la dureza de corazones empecinados:  “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís «vemos», vuestro pecado permanece” (Juan 9,40).

Aquí hay una lección para nuestros días.  Con frecuencia nos maravilla la obstinación de quienes, ante lo que para la mayoría es una realidad evidente, ni quieren mirar ni quieren ver.  El dicho popular asegura que no hay peor ciego que quien no quiere ver. 

Los signos del evangelio no son realidades contundentes, pero sí una invitación a buscar un sentido y a tomar una decisión.  La información de la que hoy disponemos nos previene ante una lectura infantil del evangelio.  La triste experiencia de la utilización del evangelio como arma antijudía ha de evitar volver a las andadas.  Pero hoy siguen presentes muchos fariseos, también entre los cristianos, que presumen que “ven”, cuando en realidad en esa misma presunción se delata su pecado.