9 de marzo.
Quinto Domingo de Cuaresma

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del profeta Ezequiel 37, 12-14.

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 129.  

Antífona: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? 
Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a la aurora. 

Aguarde Israel al Señor como el centinela a la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa;
y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 8, 8-11.

Hermanos:

Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios.  Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros.  El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.

Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida.  Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45.

En aquél tiempo, las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»

Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.  Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.

Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.  Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.  Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»

Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»

Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»

Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.  ¿Crees esto?»

Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»

Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»

Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»

Jesús se echó a llorar.  Los judíos comentaban: «“¡Cómo lo quería!»

Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»

Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro.  Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»

Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»

Entonces quitaron la losa.

Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»

Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.  Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron

Comentario a la Palabra

Quitad la losa

Larry Gillick, es uno de mis autores favoritos de homilías en la web. Es un jesuita que trabaja en la pastoral universitaria de Creighton University, Nebraska. Este domingo dice entre otras cosas:

“Para ser sincero, estoy contento de no haber sido nunca testigo de un ‘milagro’ en el sentido corriente del término… Si pudiera elegir, elegiría estar en las Bodas de Caná y que el agua siguiera siendo agua. Elegiría haber contemplado a Jesús tomar los cinco panes y dos peces, entregárselo a gente y decirles, sencillamente, que no hay más. Estaría con María y Marta mientras Jesús llora por la muerte de su buen amigo y caminar con ellos a casa dando gracias por la vida del bueno de Lázaro. Sería el Ciego de nacimiento y querría tener fe para ver, y no recibir la vista y sólo entonces creer. ¡No creo en Jesús por sus milagros! Creo en Jesús por lo que yo soy y por lo que Dios es en mi mente y en mi alma”.

Seguro que el padre Larry ha acompañado a muchas parejas cuyo “vino” se ha acabado, escuchando impotente eso de que “ya no están enamorados”. Quizás una palabra suya pudo ayudarles para retomar el compromiso que un día hicieron, pero sabe bien que no puede hacer milagros.

José Miguel regresó el domingo pasado de Haití, donde el hambre hace que se vendan galletas de barro para engañar al estómago. Acompañado por dos ingenieros del Canal Isabel II fue a estudiar qué proyectos se podrían desarrollar. Vinieron contentos por los planes que han diseñado para llevar agua a la región de Chateau, pero también golpeados por la miseria que han visto. Proveer de alimentación, educación y salud a un pueblo es un esfuerzo inmenso y sostenido, que ningún milagro puede abreviar.

Todos hemos estado con amigos y familiares en momentos de duelo por la muerte de un ser querido. Hemos llorado con ellos y hemos tratado de consolarles. Les hemos animado a mirar al más allá con esperanza, pero nunca hemos podido hacer lo que tantas veces hubiéramos querido: que el difunto no hubiera muerto.

Así es cómo caminamos en la fe los cristianos, sin poder alimentar milagrosamente a los que mastican lodo; sin poder sanar con una varita mágica las heridas del cuerpo y del alma; sin poder resucitar a los muertos. Y, sin embargo, hay veces que desearíamos callar por un momento al sentido común, nuestra Marta que repite: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Quisiéramos perforar la piedra que cierra la vida y sacar de la oscuridad a nuestros amigos.

Este domingo es ya el último domingo de Cuaresma antes de introducirnos en la Semana en que conmemoraremos la muerte de Jesús. Y es justo ahora cuando la Iglesia nos habla de la resurrección de Lázaro. Porque a veces necesitamos ver, aunque sea como en un sueño; nombrar a aquel que es capaz de resucitar a los muertos. Es por eso que nos reunimos a celebrar, domingo a domingo.

A mí me impresiona hoy este Jesús que solloza y rompe a llorar. Este Jesús sacudido hasta las lágrimas por el dolor de sus amigas Marta y María y por la muerte de su buen amigo Lázaro. Me conmueve esta humanidad vulnerable, este cuerpo que colgará de la cruz. Este mismo Jesús, que ahora llorara la muerte y que mañana morirá, perforará la piedra que bloquea nuestro futuro, la que encierra la noche, convirtiéndola en un lugar de hedor.

Sí, brillará la luz de la Pascua. Por eso, quitemos la losa de los que con sus mentiras nos quieren robar la paz. Quitemos la losa de nuestros miedos, de nuestros “no puedo”. Quitemos la losa para que podamos descubrir que allí donde entra la luz de Cristo la muerte no puede permanecer.

Sí, he visto milagros, aunque no “en el sentido corriente del término”. La fe es uno de ellos.