4 de mayo. Ascensión del Señor
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11.
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines del mundo.»
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 46.
Antífona: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.
Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad.
Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 1, 17-23.
Hermanos:
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pie, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
EVANGELIO
Conclusión del santo evangelio según San Mateo 28, 16-20.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Comentario a la Palabra
Que el ojo de tu corazón se llene de luz
Una estadística reciente señala a España como el país donde los hijos tardan más tiempo en emanciparse. En nuestro país, muchos jóvenes que superan los treinta siguen viviendo con sus padres. Los altos precios de los pisos o la precariedad laboral se citan como posibles causas de esta resistencia a abandonar el nido paterno. ¿Pero son las únicas?
El Dios de Jesús parece tener prisa de que sus hijos se marchen de casa. En la parábola del hijo pródigo, el padre entrega su parte de la herencia a un hijo que demostrará no tener la madurez suficiente para responsabilizarse de estos bienes. Pero sólo este hijo descubrirá la verdad acerca del amor.
La primera lectura de hoy está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles. Comienza con las palabras: “En mi primer libro, querido Teófilo…” Este primer libro es el evangelio según San Lucas. Hechos de los Apóstoles es el “segundo libro” de este evangelista.
La idea de una secuela no se le ocurrió a Lucas como parte de una estrategia de marketing. El evangelista se sintió urgido a continuar escribiendo porque estaba convencido de que la “buena noticia” no había acabado con la resurrección de Cristo.
La Ascensión, narrada dos veces, al final del evangelio y al comienzo de Hechos, sirve de quicio a las dos partes de esta “buena noticia”. La fiesta de hoy es la celebración de un relevo. Cristo que nos dice: “ahora os toca a vosotros”. Él desaparece de la tierra para hacer espacio a nuestra madurez, para provocarnos a tomar iniciativas y a asumir responsabilidades.
Hechos de los Apóstoles narrará cómo el evangelio se va extendiendo “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines del mundo”. Siempre me ha hecho gracia esta enumeración. Judea y Samaria eran dos regiones muy pequeñas. Ambas sumadas no llegan al tamaño de una provincia española de tamaño medio. Traducido a nuestra geografía la expresión equivaldría a algo así como “en Madrid capital, su provincia, Guadalajara, y hasta los confines del mundo”.
Llama la atención la desmesura entre la pequeñez de las regiones nombradas y “los confines del mundo”. Esta desproporción se corresponde a la diferencia de extensión entre las tierras recorridas por Jesús, que pasó casi toda su vida en Galilea (un territorio de unos 3000 kilómetros cuadrados, compárese con los 12000 de la provincia de Granada o de Madrid) y el resto del mundo, cuya evangelización es encomendada a sus seguidores.
En la generación siguiente a la muerte y la resurrección de Cristo, los cristianos extendieron el evangelio no sólo por un territorio mucho mayor, sino que tuvieron que traducir el mensaje del Maestro a una cultura compleja y cosmopolita. El mensaje –en arameo– del carpintero de Nazaret se tradujo y se ha conservado hasta hoy en el griego de las ciudades helenísticas. Las palabras de este judío marginal han marcado la vida de mujeres y hombres de las más diversas formas de vida.
Y Jesús no estará ahí para dirigir todo este gran proyecto. Él deliberadamente se retira “al Cielo”. La tarea de la Iglesia, como la de cada cristiano, no consiste en ejecutar con escrupulosa exactitud unos planes determinados de antemano. Se trata de crear.
Entonces como hoy, ser cristiano no consiste en aprender una serie de dogmas o cumplir un conjunto de normas. Como el padre del Hijo pródigo, Dios nos entrega la herencia. La responsabilidad es nuestra.
En la segunda lectura, San Pablo reza al Padre para que “llene de luz los ojos de vuestro corazón”. Los antiguos creían que los ojos no eran meros receptores de luz, como afirma la medicina moderna, sino también emisores de luz. Según la fisiología greco-romana, los ojos funcionan como radares. Emiten un rayo, que ilumina el objeto enfocado y al retornar nos trae su imagen.
El autor de la Carta ruega para que recibamos el “espíritu de sabiduría” que abre el “tercer ojo”, que él no sitúa en la frente –como los tibetanos– sino en el corazón. Lleno de luz este ojo interior, podremos apreciar cuál es “la riqueza de gloria” y “la extraordinaria grandeza” de la herencia que hemos recibido.
El maestro de este aprendizaje es el Espíritu Santo. A diferencia del Padre y el Hijo, el Espíritu es conocido con un nombre que no corresponde a una imagen humana.
Los humanos necesitamos de un cierto espacio personal. Hasta con la persona más amada debemos guardar una cierta distancia para no agobiar. Una excesiva proximidad mantenida a lo largo del tiempo crea una presión insoportable o conduce a una atrofia de la autonomía personal.
El Espíritu –su nombre quiere decir originalmente aliento– puede entrar en nosotros sin violentarnos. Se mezcla con nuestra propia respiración.
El otro día, un hombre maduro, que había tomado una decisión con honestidad, me preguntó: “¿Cómo puedo saber que estoy haciendo lo que Dios quiere y no mi propia voluntad?” Me acordé de lo que nos dejó dicho José María Mardones: “La voluntad de Dios es mi propia voluntad cuando decido en conciencia”.
El Espíritu Santo no es una especie de mecanismo que asegura la receta adecuada ante cada problema que pueda presentarse en la vida del cristiano o de la Iglesia. Libera nuestra propia capacidad para percibir y obrar; nos provoca a crear nuevas soluciones ante situaciones nuevas.
El teólogo anglicano John Polkinghorne imagina a Dios como un músico de Jazz, que improvisa. El Espíritu de Dios, energía que renueva la faz de la tierra, viene para hacer de nosotros unos artistas.
La fiesta de la Ascensión celebra el exquisito respeto de Dios por nuestra libertad. Cristo que deja la tierra para que nos emancipemos. Como el hijo pródigo de la parábola es posible que no estemos aún maduros para darnos cuenta de la riqueza de la herencia recibida. Pero Él ya cuenta con que nos equivocaremos. Para eso está su perdón.
Como San Pablo hace dos mil años, oramos que venga el Espíritu, que abre el ojo del corazón. Así sentiremos el estremecimiento de quien se da cuenta de esta inmensa fortuna: Dios lo ha dado todo para llevarnos a la plenitud.