18 de mayo.
Solemnidad de la Santísima Trinidad

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9.

En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronuncio el nombre del Señor. El Señor pasó ante él, proclamando: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.»
Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: «Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»

SALMO RESPONSORIAL.  Dn 3.

Antífona: A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.

Bendito eres sobre el trono de tu reino.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.

Bendito eres en la bóveda del cielo.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 13, 11-13.

Hermanos:

Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz.  Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 3, 16-18.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Comentario a la Palabra

ENSÉÑANOS A CREER EN DIOS

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Este domingo la Iglesia celebra el misterio de Dios. Se nos  invita a reflexionar en la Trinidad Santa que aparece en su intimidad como comunidad de amor y  de unidad.

Los cristianos cuando hablamos de Dios nos referimos al Dios de Jesucristo. Y  sabemos de Dios lo que Él nos ha revelado.

Pensando en que este domingo hemos de hablar de este misterio de gracia, amor y comunión me daba cuenta que el momento mundial que vivimos nos está enfrentando a los horrores de la historia, de la naturaleza y a lo peor del ser humano.

Me pregunto ¿cómo concebir a Dios ante los asesinos de ETA,  los gobernantes de Birmania,  los arquitectos y constructores de las escuelas chinas?. Tiene que haber una respuesta.

Y siento que en esta fiesta de la Trinidad se hace necesario pedirle a Jesús que nos enseñe a creer en Dios. No podemos hablar de ese misterio sin considerar tanto sufrimiento.

Hablar de Dios es aceptar que hay una grieta misteriosa en la creación. Uno se desmorona sabiendo que en cosa de un mes han desaparecido de la tierra, sepultados por un terremoto o un ciclón, miles de personas inocentes que amaban la vida. Sale a la superficie un oculto mundo doliente que hace gritar.

En esto estaba cuando me han enviado un comentario hecho a partir del icono de la hermana Cáritas Müller,  La Trinidad Misericordiosa. Este icono me dice que hemos de comprender a Dios desde otras experiencias.

Quiere  representar la relación de Dios con el hombre: Relación de Dios contigo y conmigo. 

Contemplando la imagen vemos que el hombre está en el centro del amor de Dios. En el centro está el hombre débil, pequeño, que no ha encontrado todavía su estatura de hombre.

Es lo que Jesús nos ha revelado: que pone en el centro de su vida y de su acción a los hombres más pobres, los más débiles, los que no cuentan para nada, los desechados. Los que sufren y los pecadores. El hombre, cada uno personalmente, cuenta tanto a los ojos de Dios que lo coloca en el centro de sus preocupaciones. Toda la atención de Dios está centrada sobre su criatura.

El Padre en el Hijo, por el Espíritu Santo, se preocupan del ser humano. Su intención es idéntica. Actitudes y gestos lo demuestran: una misma atención, un mismo amor apasionado los estimulan hacia el ser humano.  "El que me ha visto a mí, a visto al Padre. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mi Yo no hago nada fuera del Padre" (Jn 14,9-11).

El hombre, en el centro del icono, es la figura más oscura de todas. Color de tierra. Un ser creado por Dios, y que estaría sin vida, si ésta no se la hubiese dado el Creador. Es lo que recuerda el personaje de la derecha: un beso, un soplo de vida. Dios quiere que el ser humano sea un ser viviente, su interlocutor, capaz de responder a su llamada a la vida. Capaz de amar y de asemejársele.

El hombre está en un círculo. El círculo como símbolo de realización significa que el ser humano en su fragilidad y en sus pobrezas está llamado a la plenitud.

Los dos personajes están vueltos hacia el centro. Se inclinan. El de la derecha de rodillas, el de la izquierda sobre sus talones. Dios se abaja para estar cerca de las pobrezas humanas. No nos mira desde arriba sino que sale a nuestro encuentro en nuestras fragilidades, en nuestra vulnerabilidad.

Dios se hace servidor del hombre. Es lo que Jesús ha manifestado a sus discípulos en el lavatorio de los pies. Así, el gesto del personaje de la izquierda, que sostiene los pies con sus manos, llenándolos de besos. El amor que sana y pone de pie.

El personaje de la derecha, tira del hombre para ponerle en pie. Así el buen samaritano, y así el Padre que, al regreso del hijo, lo abraza, y lo cubre de sus besos, de su perdón.

La paloma de fuego es la que aletea “sobre el caos” (Gn 1,1),  la que vuela sobre el hombre yaciente. La  de la creación nueva de Pentecostés. No llenos de miedo sino plenos de la audacia que nos hace testigos del Resucitado, del Amor de Dios que ama al mundo.

El gran círculo de en medio: la tierra, el mundo. El ser humano, creado a imagen de Dios y llamado a responder cooperando para que el Reino de Dios llegue a nosotros: el hombre, como corazón del mundo, ha recibido por vocación cuidar de la tierra, ser su guardián.   La tierra, la naturaleza, que también sufre y gime y protesta ante el maltrato.   

Los tres círculos exteriores, tocan, se empotran en los círculos centrales. Pero la mayor parte de los círculos se queda fuera. Dios es mayor que la Creación, es su Misterio.

Poner en el centro al otro, al pobre, es devolverle su dignidad, darle la oportunidad de vivir el paso de la esclavitud a la amistad, de la dependencia a la libertad.

Jesús, el amor de Dios para el mundo, ha dicho: "He venido a liberar a los cautivos, a devolver la vista a los ciegos" (Le 14,16-21). Y nuestra vocación como cristianos es continuar la obra de Jesús en el mundo.

Ante la grieta de dolor que abren los tiranos, la naturaleza, las idolatrías, los “despidos interiores” no hay otra respuesta que el amor misericordioso en un gesto genuino de confianza.

“La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros”, es la frase con la que el apóstol Pablo solía saludar y despedir a los cristianos de las comunidades que había formado y a las que se dirigía en sus cartas. Tres palabras que vinculadas a "los tres" nos permiten saber algo de Dios: gracia (don), amor, comunión. Es la fórmula bautismal, la fuente de nuestra identidad cristiana.

En la primera lectura Moisés nos está diciendo que sin la compasión, sin el amor, es imposible la vida porque el Señor se da a conocer en términos de acción amorosa. Más que una definición de sí mismo, el Señor señala cómo actúa.

Por eso, en el evangelio de hoy, San Juan nos dice que el mundo es objeto del amor de Dios. Su amor por el mundo es tan grande que "entregó a su Hijo único". Y para san Juan creer es amar, por eso afirma que quien no ama, quien no sale de su egoísmo, quien no se aproxima a los que sufren agranda la grieta del sufrimiento.

Juliana de Norwich, una mística del siglo XIV, escribía: ”Antes de crearnos Dios nos amó y el amor nunca disminuye y nunca disminuirá. Y en este amor ha hecho todas sus palabras y en este amor ha hecho todas las cosas beneficiosas para nosotros y en este amor nuestra vida es perdurable. Hemos empezado a ser cuando hemos sido creados, pero el amor en el que nos ha creado estaba en Él sin principio. En este amor tenemos nosotros nuestro comienzo y todo esto lo veremos en Dios sin fin”.

Siempre es posible nacer del agua y del Espíritu aunque solo podamos gritar implorando la misericordia de la que todo ser humano es capaz porque sabemos que ha salido de las manos de un Dios que es amor. Pero necesitamos aprender a creer en este Dios.