25 de mayo. Corpus Christi

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PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a.

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios.

No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 147.

Antífona: Glorifica al Señor, Jerusalén.

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. 
Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 10, 16-17.

Hermanos:

El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 51-58.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.  Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer de su carne?»

Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.  El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.

Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»

Comentario a la Palabra:

Presencias reales

Hace algunos veranos en Taizé, el Hermano Roger, fundador de la comunidad, leyó una oración que había escrito su ahijada el día de su primera comunión:

“Te doy gracias, Jesús, por tu presencia en la Eucaristía, aunque yo no entiendo muy bien cómo es posible,… ni mi padrino tampoco”

Una religión en la que todo se pudiese comprender sería, por lo mismo, totalmente inútil. En nosotros hay un impulso por ascender, pero el Misterio permanecerá para siempre una cumbre virgen, tan deslumbrante en su belleza como inaccesible a la razón.

Es necesaria una cierta dosis de espíritu de infancia para aceptar de corazón que Cristo está ahí, presente en el pan que comulgamos. Lo bueno de ser católico es que eso no te parece tan difícil.

Más arduo es reconocer la presencia real de Cristo en su cuerpo, la Iglesia. Me refiero a la Iglesia real, la que inició las Cruzadas, la que aún en el siglo XIX practicaba la pena de muerte y ofrecía coartada ideológica a la esclavitud. La que aún hoy sucumbe a tentaciones de poder y fuerza al “despido interior” a tantos servidores fieles de Cristo.
Esa misma.

No se trata de volvernos acríticos. No se puede desandar el camino de la Ilustración. La regresión a una era pre-crítica es para los más ingenuos, un espejismo; para otros, una estrategia de poder; para nadie, un camino de maduración humana y fidelidad cristiana.
Mientras que el Islam cree que la Palabra de Dios se hizo libro, el cristianismo confiesa que la Palabra se hizo carne. El centro de la Revelación lo ocupa Cristo, de quien la palabra bíblica es testigo.

Nuestra fe consiste en este asombro: Contemplar a Dios en un ser humano, Jesús. Dios no nos ha entregado un libro con instrucciones para vivir “como Dios manda”. Se ha entregado a sí mismo.

Hace unos años, Timothy Radcliffe, uno de los hombres de Iglesia más lúcidos, dio una conferencia en Madrid sobre Eucaristía y afectividad. Dijo:

Las palabras centrales de la Última Cena fueron “Este es mi cuerpo y os lo doy”. La eucaristía, como el sexo, se centra en el don del cuerpo. […] El cuerpo no es simplemente una cosa que poseo, soy yo, es mi ser como don recibido de mis padres, y de sus padres antes de ellos, y en última instancia de Dios. Por eso cuando Jesús dice “Este es mi cuerpo y yo os lo entrego”, no está disponiendo de algo que le pertenece, está pasando a los demás el don que Él es.

Ser católico es tomarse en serio esta presencia real de Cristo en el pan y en la comunidad que suscita el pan, la Iglesia.

Wolfgang Amadeus Mozart tenía experiencia de primera mano de los desmanes del poder eclesiástico, no en vano vivía en Salzburgo, ciudad regentada por el arzobispo-príncipe Hieronymus Colloredo. Cuando Mozart abandonó Salzburgo para escapar de la asfixiante atmósfera de la corte episcopal, al arzobispo no le tembló la mano al firmar como represalia el despido del padre de Mozart, empleado de la corte.

Camino de París, el genial músico escribe a su padre: “Entendemos que el ayatola HC [Hieronymus Colloredo] es un cipote, pero que hay un Dios compasivo, misericordioso y afable”.  Y no permitirá que este inicidente arroja siquiera un mancha a la diáfana alegría de su Misa en do mayor.

Madurar en la fe es llegar a consentir a esta locura de Dios que consistió no sólo en aceptar un cuerpo humano durante unos pocos años, sino confiarse para el resto de la Historia a ese Cuerpo que es la Iglesia.

“Con la Iglesia hemos topado, mi querido Sancho”. Hasta el que arremetió contra los gigantes, sabía que no había mucho que hacer. Quejarse de la Iglesia es quizás, para los que nos sentimos parte de ella, inevitable. Pero tiene más sentido lanzarse contra molinos de viento. Hay un camino más sabio.

Los pobres están muy explotados, no sólo por las injustas leyes del comercio, sino por políticos –y eclesiásticos– que los mentan sin cesar para ascender o mantenerse en el poder. No se debe tomar su nombre en vano. Aún así hay que decirlo: Cristo está realmente presente en los pobres.

Jesús dijo que siempre los tendremos con nosotros. Siempre podrá encontrarse una forma de servirles. Ellos nos muestran un rodeo que resulta luego ser un atajo a una Iglesia desarmada, una Iglesia que acoge.

Y descubrimos hombres y mujeres comprometidos hasta el heroísmo en las situaciones más extremas de miseria o violencia, comunidades que casi con nada celebran liturgias llenas de vida.

Nos emocionamos con historias de fidelidad mantenida. Nos dejamos conmover por la integridad de conciencia y la generosidad de tantos que se nutren del Cuerpo de Cristo, y lo nutren con su vida.

Es verdad lo que escribía Mozart, puede que el arzobispo sea un cipote. Pero la Iglesia es otra cosa. Ave verum corpus. Con asombro y cortesía saludamos Su presencia en este misterio único de comunión. ¿Quién se acuerda ya de HC?