22 de junio.
Domingo XII del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13.

Dijo Jeremías: «Oía el cuchicheo de la gente: ‘Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo’. Mis amigos acechaban mi traspié: ‘A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él’. Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 68.

Antífona: Que me escuche tu gran bondad, Señor.

Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro. 
Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Pero mi oración se dirige a ti, Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. 
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí.

Miradlo, los humildes, y alegraos, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. 
Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos. 
Alábenlo el cielo y la tierra, las aguas y cuanto bulle en ellas.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 5, 12-15.

Hermanos:

Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Porque, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había Ley.  A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir. Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud.

EVANGELIO. 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 10, 26-33.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.  No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. 

¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos?  Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre.  Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados.  Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.  Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»

Comentario a la Palabra

“No tengáis Miedo”

Hasta tres veces repite el evangelio de hoy estas palabras.  Razón de que había graves nubarrones en el horizonte.  Como los hay también en nuestros días:  miedo a catástrofes naturales, miedo al futuro de la economía y, sin ahondar más, los miedos particulares de cada persona.  Para colmo, hasta el miedo de perder el cabello que menciona el mismo evangelio y que a tantos perdedores y a los dermatólogos más avispados les trae de cabeza.

El evangelio se va por las nubes, literalmente “a pájaros”.  El gorrión se llama en hebreo tsippor deror (“pájaro libre”), porque, aunque viva en zonas habitadas, no puede ser domesticado.  Es el pájaro más común en Israel y por eso es mencionado con frecuencia en dichos proverbiales de la literatura judía.  Van por lo común en bandadas, devorando cuanto pillan.  Son atrevidos, desvergonzados devoradores de las cosechas.  No sirven para el puchero.  No es posible pillarlos al vuelo.

“Hemos salvado la vida como un pájaro (tsippor) de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos” (Salmo 124,7).

Hay demasiadas trampas, demasiado crueles, para tantos gorrioncillos que vuelan despreocupados por el mundo.  No son únicamente las víctimas de terremotos, como el de Sechuán, en el occidente de China, que se cebó de malas maneras con las escuelas infantiles.  Es la infancia multitudinaria que carece de alimento y de las condiciones básicas de salud.  ¿Cómo no van a reflejar el miedo en sus ojos aterrados? Son los más pequeños que padecen la violencia doméstica.  Y quienes son abusados, explotados, convertidos inconscientemente en protagonistas de filmados infames.

¿Y el evangelio nos tranquiliza con la cantinela de que ni un gorrioncillo cae al suelo sin que lo disponga el Padre Celestial?   Ya sabemos que muchos que se preocupan de los gorrioncillos, de las focas y hasta de las mariposas no demuestran idéntica sensibilidad hacia los niños privados de la vida antes de nacer.  Isaías soñó un mundo tan en orden que un niño podría introducir ingenuamente su mano en el nido del áspid (Isaías 11,8). Este mundo es el que nosotros tenemos que promover.  Aquí es donde el evangelio se hace palabra creíble y nos invita a actuar sin miedo.

Son las buenas personas quienes dan de comer a los pajarillos.  Las buenas personas quienes se empeñan en crear ese mundo en el que sea apetecible vivir libremente.  El 10 de Mayo murió en Varsovia una de estas personas a las que en Jerusalén se les da el título de “justa entre las naciones”.  Como enfermera, Irena Sendler logró acceso al ghetto de Varsovia.  Con un principio elemental – si alguien está a punto de morir ahogado, le extenderé siempre mi mano – consiguió salvar de la muerte a 2.500 niños, a los que sacaba escondidos en baúles o bajo sus faldones.  Con detalle particular, anotó sus nombres y su pequeña historia.  En el campo de exterminio aquellos niños hubieran tenido a lo más un número tatuado en el brazo.  Irena no quiso que perdieran su nombre, como personas.  Y así fue posible rescatarlos de las casas familiares o de las instituciones que les abrieron las puertas.  Aquellos 2.500 sí que pudieron cantar:  “Hemos salvado la vida como un pájaro ... la trampa se rompió y escapamos”.  Pero quien la rompió fue aquella valiente mujer que no temió a la cárcel ni a la tortura.

Los pájaros no tienen miedo cuando vuelan en un mundo civilizado.  Los niños pueden cantar felices en sus escuelas cuando los edificios se han construido con garantías, incluso a prueba de terremoto.  Los niños podrán corretear por las calles, cuando “la tierra esté llena del conocimiento de Dios, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11,9).
Jesús quiere librarnos del miedo que paraliza y entrega la victoria al enemigo, aun antes de comenzar la lid.  Ni soñó que perdiéramos el miedo prudente, que es cautela.  Sí, el miedo que esclaviza.  Los primeros traductores de la Biblia Hebrea a la lengua griega utilizaron el término parresía para indicar el paso de la esclavitud a la libertad:  “Yo os saqué del país de Egipto, para que no fueseis sus esclavos; rompí las coyundas de vuestro yugo y os hice andar con la cabeza erguida” (Levítico 26,13).  El término proviene de la esfera política y designa una de las características del ciudadano libre, según el ideal democrático de Atenas.  La persona libre puede moverse en público y exponer sin miedo su opinión.

En el evangelio de san Juan la parresía es una cualidad distintiva de la actuación de Jesús, que, como Revelador del Padre, se mueve con libertad en público, pues no tiene por qué ocultarse en el secreto (Juan 18,20).  De esta forma se caracterizaba también a la futura iglesia, no como una secta, sino como una agrupación abierta, sin miedo a la autoridad (Juan 7,25-26).

En el libro de los Hechos, los Apóstoles predican, primero ante el pueblo judío y sus autoridades, y después ante cualquier otro auditorio en el ámbito de mundo romano, con plena libertad y confianza interior, parresía (Actos 4,29. 31; 9,27s; 18,25s). Se presentaban ante las autoridades “predicando la Palabra con toda valentía” (Actos 4,29).   Esta presencia de ánimo, como también el don para articular su mensaje, llamaban la atención del auditorio, ya que los apóstoles pasaban por ser “hombres sin instrucción ni cultura” (Actos 4,13). Sin duda, esta valentía y acierto para difundir el mensaje cristiano fue considerado uno de los carismas fundamentales de la primera iglesia. Los viajes de san Pablo alcanzan su meta, cuando, en prisión domiciliaria, consigue predicar en Roma durante dos años, “con toda libertad, parresía, sin estorbo alguno” (Actos 28,31).

Valentía para profesar y testimoniar la fe es lo que nos pide el evangelio de hoy, aun sabiendo que, como en el caso de Jeremías al que alude la primera lectura, haya quienes acechen y cuchicheen en torno alimentando nuestro miedo o nuestro traspiés.