8 de junio.
Domingo X del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA.

Lectura de la profecía de Oseas 6, 3-6.

Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra. «¿Qué haré de ti, Efraín?  ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 49.

Antífona: Al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios.

El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente. 
«No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.»

«Si tuviera hambre, no te lo diría; pues el orbe y cuanto lo llena es mío. 
¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?»

«Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria.»

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 4, 18-25.

Hermanos:

Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto –tenía unos cien años-, y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación. Y no sólo por él está escrito: “Le valió”, sino también por nosotros, a quienes nos valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.

EVANGELIO. 

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 9, 9-13.

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.» Él se levantó y lo siguió.

Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»

Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.  Andad, aprended lo que significa ´´misericordia quiero y no sacrificios``: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Comentario a la Palabra

JESÚS,

         MATEO,

                   SUS COLEGAS,

                                          LOS DISCÍPULOS

                                                                      Y “LOS JUSTOS”: LA IGLESIA.

El Evangelio de este domingo nos presenta a un hombre sentado, instalado en un oficio nada inocente, recaudando impuestos para el poder romano como un colaboracionista más. Un tipo despreciable social y religiosamente para los contemporáneos de Jesús.

En esa situación, nada dada al fervor religioso, se produce el encuentro con Jesús. El nazareno no se queda en la mirada, lo llama pidiéndole que lo siga.

No es una experiencia cualquiera. El SÍGUEME de Jesús pone de pie a Mateo (otros evangelistas lo llaman Leví) y echa a andar siguiéndolo. Por lo visto en esa persona no todo era despreciable,  había algo más que un colaboracionista.

Hasta aquí el primer cuadro. Jesús que llama a un tipo no muy recomendable para que pase a formar parte de su grupo.  ¿Qué vio Jesús en esta persona? Conociendo cómo sigue la historia podríamos decir que Jesús no se quedó en las apariencias, ni en los prejuicios. Vio a un ser humano capaz de salir de sus propios esquemas, dispuesto a vivir la gratuidad del Evangelio. Aparentemente no era una buena compañía, pero Jesús lo llama.

En la segunda escena parece que la iniciativa la lleva Mateo. Ha conseguido que Jesús entre a comer en su casa. La respuesta a la llamada de Jesús comienza con una comida. Sorprende que siendo un tipo tan desprestigiado la casa se llenara de invitados. ¿Será que seguir a Jesús es acoger a todos los que van con él?

El centro de la reunión es una comida, una experiencia de acogida mutua, de compartir. Una metáfora del Reino.

Con Jesús van sus discípulos. Con Mateo, sus heterodoxos colegas. También hay un grupo de fariseos que no sabemos quién los habría invitado. Eran los oficialmente piadosos. Quizás los llevó hasta allí su curiosidad, quizás llegaron atraídos por Jesús.

Queda claro que la comida no se celebra en una mesa cerrada, excluyente. Era una mesa abierta a todos, en la que Jesús aparece consciente de lo que estaba sucediendo. A juzgar por cómo sigue la narración, diría que muy atento.

En la sala hay un clima de fiesta. Jesús atrae y empatiza, por algo se le llamó amigo de comilones. En ese ambiente de gozo y  camaradería hay un grupo que, so capa de religiosidad,  empieza a meter cizaña.

Ahí están los neuróticos del carisma, de la ortodoxia, de la ley, de la pureza, los de la norma es la norma, los cobardes incapaces de ir de frente, los dispuestos a la difamación y la maledicencia, los que dicen: “¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?” ¿Cómo os relacionáis con una persona tan poco convencional? Haciendo estas cosas nunca perteneceréis a la institución. Estos gestos no son institucionales. Así siembran la sospecha entre Jesús y sus amigos.

Ahí están los que “impiden dar cursos de verano a un sacerdote debidamente secularizado, secuestran revistas, imponen, prohíben, marginan, desdeñan”…“incluso al precio de sus vergonzosas mentiras”.

Estos, que tenían a Jesús a su lado, no fueron capaces de ir a Jesús y hacerle la pregunta a él mismo. En el fondo, buscaban juzgarlo desde sus categorías de pureza legal. Desde su sentimiento de superioridad, autoconsiderándose los justos, excluyendo como malos a los demás.

Y ya está el veneno esparcido. ¿Te imaginas la cara de los discípulos? ¿Con quién estaban ellos? ¿Con los pecadores amigotes de Mateo o con los piadosos publicanos amargafiestas? La respuesta es otra: Jesús estaba con ellos y eso transforma la situación. No se trata de buenos o malos, de institucionalistas o carismáticos sino de MISERICORDIA, de apertura de corazón.

Jesús estaba al quite. Tengo para mí que los había calado nada más verlos entrar en el comedor. No se necesita ser un lince para detectar a estos institucionalistas de la pureza ritual.

La pregunta ha quedado en el aire y Jesús decide intervenir. Tira del velo, remite a lo esencial.

La imagen que me transmite esta tercera escena es la de un Jesús con una media sonrisa llena de bondad e inteligente ironía. Descolocándonos a todos al afirmar que, los buenos no lo son tanto como ellos se creen. Se atreven a juzgar a los otros como si estuvieran condenados, cuando solo están enfermos. Él está con ellos como el que sana, no como el que juzga, porque busca la relación personal que transforma. Y la manera de estar Jesús es la manera querida por Dios.

Bella la imagen de este domingo: Jesús en una mesa abierta que sana y genera comunidad acogiéndonos tal cual somos. Llamando la atención del que se atreve a juzgar para que se abra a la misericordia. Interponiéndose entre los que condenan y los acusados para que nadie les amargue la fiesta.

Así da un vuelco a la realidad: Jesús aclara que hay justos que sólo lo son ante ellos mismos, porque su mismo sentido de la justicia los aparta de la fraternidad, de la respetuosa pluralidad, de la mesa abierta a todos. Incapacitados para reconciliar liturgia y vida en todos sus tonos, a causa de la opacidad de su soberbia e hipocresía. No pueden comprender que Dios es compasión.

Un hombre de Iglesia, el cardenal Carlo María Martini, dice en su último libro COLOQUIOS NOCTURNOS EN JERUSALÉN: "He soñado con una Iglesia que da espacio a las personas que piensan más allá. Una Iglesia que transmite valor, en especial a quien se siente pequeño o pecador. Una Iglesia joven. Hoy ya no tengo esos sueños. Después de los 75 años he decidido rogar por la Iglesia".

El historiador Juan María Laboa lo ha dicho, en una de sus columnas de mayo en la revista Vida Nueva: “Demasiados sacerdotes y laicos se encuentran en un indeseado “despido interior”, descontentos, desplazados, imposibilitados a identificarse con un discurso, un modelo, unas propuestas, unas preferencias y unas exclusiones que no consideran evangélicas”.

Demasiados están en nuestra Iglesia bajo sospecha.

Desde el Evangelio de este domingo quiero pensar que Jesús está al quite, que nos ve venir y que de una u otra manera nos impulsa y da el coraje necesarios para, al amar, dejar en evidencia que “la Iglesia debe tener el valor de reformarse”, de transformarse en un espacio de misericordia. Es Jesús quien se interpone, quiere que la comida sea una fiesta plural.

Él mismo nos descubre el peligro que corremos creyéndonos leales a Dios habiendo olvidado la misericordia.

Rogar por la Iglesia, sí. Experimentar el “despido interior”, también. Pero sin olvidar que Jesús está al quite para que tengamos el valor de seguir insistiendo en la necesaria reforma de la Iglesia, en el gusto por una mesa común, plural y accesible. Sin olvidar que si la Iglesia, es decir tú y yo, pierde la misericordia, lo ha perdido todo.