23 de noviembre.
Solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo

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PRIMERA LECTURA.

Lectura de la profecía de Ezequiel 34, 11-12. 15-17.

Así dice el Señor Dios: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear –oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido. Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 22.  

Antífona: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar.

Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. 

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 15, 20-26. 28.

Hermanos:

Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.  Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección.  Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies.  El último enemigo aniquilado será la muerte.  Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios  lo será todo para todos.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 25, 31-46.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme’.

Entonces los justos le contestarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?’

Y el rey les dirá: ‘Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’.

Y entonces dirá a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.  Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis’.

Entonces también éstos contestarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’

Y él replicará: ‘Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo’. Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»

Comentario a la Palabra

EL  FINAL  ES  DE  TODOS

Llegamos al último domingo del año litúrgico. La Iglesia celebra a Jesucristo Rey del Universo. Y el evangelio nos dice una última palabra de Jesús refiriéndose al  “juicio”.
La escena ha dado mucho de sí,  tanto en la predicación como en la espiritualidad. También en el arte. La capilla Sixtina ha fijado en el imaginario creyente una idea del juicio no exenta de exageración.  

A creyentes y no creyentes, judíos, cristianos o budistas va dirigida la palabra de este domingo. A todos los humanos. A “todas las naciones”.

La sorpresa que destaca en este evangelio muestra algo inaudito: que creyentes, paganos o gentiles… todos, aparecemos al final como actores. Conocer o no conocer a Dios no será un obstáculo. Dios se expresa en la humanidad de Jesús y en la nuestra. Pero conocer o no a Jesús tampoco será determinante. No hay ninguna connotación religiosa en compartir la comida, facilitar el agua, acoger al forastero, al diferente, al que la sociedad pone en la cuneta, conseguir ropa para cubrir la desnudez que humilla, hiere o avergüenza. Tampoco la hay en la tierna atención dispensada al que está enfermo o en la cárcel de su historia, en su propia prisión interior o en la cárcel social.
Sorpresa porque lo verdaderamente importante son nuestras actitudes, la acogida que hacemos a aquellos con los que Jesús se ha identificado: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.” (Mateo 10,40). Más, “lo que hacéis a uno de estos más pequeños, a mi me lo hacéis”

Cristo se ha identificado con los últimos, con los que no tienen defensor. Y la palabra, la situación, de estos indefensos es el juicio.

Sorpresa, porque Dios se hace accesible también por caminos no religiosos. ¡Los caminos de la solidaridad humanitaria, de la compasión y el compartir! ¡Los caminos que dignifican y construyen a la persona haciéndola avanzar en humanidad! Los caminos que llevan a conquistar lo que aún falta a nuestra vida.

El evangelio de hoy se parece más a las Bienaventuranzas que al Decálogo. Se nos está diciendo que la última palabra será humana misericordia, sin más requisitos. Entonces, ¿qué significa hablar de “juicio”?

Los que hemos ido leyendo el evangelio de Mateo a través de este año litúrgico que termina, sabemos que la palabra “juicio” debemos matizarla. El mismo evangelista nos dice: “No juzguéis para que no seáis juzgados”. (Mateo 7,1). ¿Cómo es posible que el Jesús que nos aconseja no juzgar luego se presente como juez?

Ante una palabra como la de este domingo no podemos olvidar la belleza de otros textos que nos ayudan a comprender con más profundidad el tema de fondo: “Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo; porque no vine a juzgar  al mundo, sino a salvar al mundo” (Juan 12,46-48). … “¿Si Dios es el que salva, quién acusará? ¿Quién será el que condene, si Cristo Jesús ha muerto, más aún, ha resucitado y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros? (Romanos 8,33-34).

Ni Dios ni Jesús son nuestros jueces. La Capilla Sixtina necesita algunos retoques. El Espíritu que es la vivacidad de Jesús está diciéndonos “no te quedes en el juicio, avanza, crece, madura, entra en la incondicionalidad de la confianza”. La vida no está conquistada del todo, nos recuerda la segunda lectura de hoy.

Dios busca a su pueblo y siente preocupación por él, como nos recuerda el salmo responsorial y la primera lectura. Dios nos guía. En él hay cuidado. Algunos lo conocen y otros no, pero él siente interés por todos. Y no es prisionero de nadie.

Es verdad que la tradición nos aporta palabras que expresan las categorías de una época. Pastor, Rey, Juez son algunas de ellas; pero no podemos trasladarlas hasta nosotros sin más. ¿Cómo encontrar la manera de expresar esas experiencias con las palabras que nos hagan accesible la Buena Nueva que hay en ellas? ¿Qué entenderán los jóvenes que participen en la eucaristía de este domingo cuando se hable de separar a las cabras de los carneros?

Estoy con los que dudan de que Cristo se llamara a sí mismo rey o se atribuyera las funciones de juez. Más bien se trata de  una composición literaria construida por el evangelista Mateo que requiere una mayor profundización. El texto nos está diciendo que el pueblo de Dios es más amplio que una confesión religiosa o una familia espiritual, que una iglesia o una etnia. Allí donde hay humanidad, donde hay amor, Dios se hace presente.

Alguno puede preguntarse, ¿entonces, para qué creer? Me vale como respuesta un grupo de hombres y mujeres de religiones y culturas diferentes que se han reunido en Chipre estos días, para dialogar y orar por una civilización de la paz. En su comunicado final han escrito:

“Muchos sufren en este nuestro mundo, por las guerras, la pobreza, la violencia. No se puede ser feliz en un mundo lleno de sufrimientos. No se puede cerrar el corazón a la compasión. Sentimos el dolor de los pueblos prisioneros de la guerra, de los que han de dejar sus casas por el odio étnico o por los nacionalismos, de los que son secuestrados o han desaparecido. Muchos, demasiados, están sufriendo.

Este no es el momento de encerrarse en el pesimismo. Pero es la hora de escuchar el dolor de muchos y de trabajar para fundar un nuevo orden mundial de paz. La búsqueda de la justicia, del diálogo, del respeto por los más débiles, son los instrumentos para construir este nuevo orden. Pero, para hacer esto, ¡hace falta más espíritu! ¡Más sentido de humanidad! Un mundo sin espíritu enseguida deviene inhumano”.

Los cristianos, como cualquier otro ciudadano, tenemos la responsabilidad de buscar un mundo más fraterno, más humano. Pero la humilde confianza de la fe nos lleva a descubrir la presencia de Dios, de su espíritu, en lo que nos hace más genuinamente humanos. Es otra manera de servir: mostrar dónde hay una fuente de humanidad que lleva al prójimo y aporta paz. Una realidad en la que siempre es posible transformar nuestras actitudes a favor de un mundo más solidario y fraterno, generador de gratuidad. Vivacidad de espíritu que nos recuerda que aún falta mucho por conquistar en lo humano.

En la Europa con cúpulas de veinte millones de euros para honrar a los derechos humanos, aún hay escritores como Roberto Saviano que tienen que esconderse por poner ante nuestros ojos el maléfico y alarmante imperio de la Camorra en el Nápoles actual. Lo podemos ver en la película Gomorra o leerlo en su libro.  Y en el norte de España hay familias que tienen que exilarse, como nos ha mostrado Iñaki Arteta en su película “Infierno Vasco”. Dos películas que son más que denuncia de una Europa que juega con fuego. El juicio está ahí.

Lo fácil es condenar, quedarse en el “juicio”… pero el Evangelio nos impulsa a recordar con hechos que es posible conquistar lo más genuinamente humano: la compasión, la misericordia, la ternura, el amor, el espíritu que habita en todos. Y ese trabajo es responsabilidad de todos. En este último domingo del año litúrgico y a las puertas del Adviento, todos  somos convocados.