14 de diciembre.
Tercer Domingo de Adviento

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Primera Lectura

Del profeta Isaías 61, 1-2a. 10-11

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.

Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace protar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Cántico reponsorial. Magnificat. (Lucas 1)

Antífona: Me alegro con mi Dios

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia.

Segunda Lectura

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonisenses 5,16-24

Hermanos:

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.

El que os ha llamado es  fiel y cumplirá sus promesas.

Evangelio

Lectura del evangelio según san Juan 1,6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.

No era él la luz, sino testigo de la luz.

Y éste fue el testimonio de Juan cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?”

Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”

Le preguntaron: “¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?

Él dijo: “No lo soy”

“¿Eres tú el Profeta?”

Respondió: “No”

Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?

Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”

Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.”

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Comentario a la Palabra

COMO JARDIN QUE HACE BROTAR SUS SEMILLAS

Este es el tercer domingo de Adviento, llamado de GAUDETE. Los textos nos invitan a la ALEGRÍA.  Cercana ya la Navidad se nos recuerda esta realidad esencial a la vida cristiana.

ALEGRIA es una de esas palabras que utilizamos tanto para expresar ciertas desinhibiciones groseras como para los más delicados sentimientos. Sin embargo los cristianos sabemos que desde el corazón del Evangelio, y ya antes, se nos hace una llamada a vivir en el gozo, en la ALEGRIA.

El profeta Isaías nos da pistas sobre dónde está la fuente de esta alegría: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”.  La comunión con Dios es una de las fuentes de la alegría. Natural entonces que, preparándonos para celebrar que Dios ha elegido “la encarnación” como un modo de presencia entre nosotros, desbrocemos los accesos a una comunión mayor con Dios y podamos así experimentar que una silenciosa alegría despierta en nosotros, “como un jardín hace brotar sus semillas”. Tranquila y naturalmente. Al vivir.

También el autor de la carta a los de Tesalónica nos ofrece pistas para acceder a la alegría que buscamos.  Nos dice: “no apaguéis el espíritu”. Una intuición que desde distintos ángulos escuchamos cada vez más: sin espíritu no es posible encontrarse con lo mejor que hay en el ser humano. Sin espíritu no hay persona. Y allí donde desaparece la persona, la alegría es más semejante a la frustración que al gozo de saber que no hemos sido creados para la destrucción sino para la plenitud.

Este domingo de GAUDETE se nos recuerda que es bueno mantener despierto el espíritu, esto es, que seamos constantes en la oración, en la gratitud, en el discernimiento y en la confianza de que Aquel que nos “ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas”. Hay una alegría en dar nuestra confianza a quien nos impulsa para ganar en humanidad.

En este clima interior de gozo y confianza, de oración y discernimiento, de comunión con el Dios que nos quiere humanos y felices, podemos plantearnos en este tercer domingo de Adviento la pregunta que da inicio a la narración del evangelio de Juan: “¿Tú quién eres?”.

Tantas respuestas como lectores. Pero el evangelista quiere marcar las diferencias entre Juan y Jesús. De todos modos, si te haces la pregunta tómate tiempo y dale calma a la cuestión.

Sabemos que no podemos estar abriendo ese interrogante constantemente si queremos madurar. Pero tampoco dejarlo atrás, como si sólo fuera válido para adolescentes y jóvenes.

A las puertas de la Navidad, sabiendo que nos relacionamos con un Dios que trae una “buena noticia a los que sufren”, que viene “para vendar los corazones desgarrados”,  que quiere la libertad para los que son cautivos, prisioneros de tantas sombras o adicciones, que quiere nacer humano para abrir un año de gracia del Señor que durará una eternidad … ante este Dios que quiere ser como tu suelo, tu tierra firme, puede resonar igualmente la segunda pregunta del evangelio de hoy … “¿qué dices de ti mismo?”

Tal vez podríamos encontrar una respuesta en nosotros similar a la que ofrece el Magníficat de María que leemos este domingo a modo de Salmo.

¿Qué puedo decir de mi mismo?. Que conozco existencialmente  la alegría de la misericordia. Que hay una alegría que viene de saber que Él ha actuado en mi, que procedo de sus  manos. Y que ese dinamismo lo mantiene de generación en generación. Que no espera que me vista a la moda Juan Bautista, Él ha cruzado el Jordán. Juan quedó atrás. Él quiere verme vestido de novio/novia… Él ha envuelto mi vida en un manto de triunfo.

Entonces, ¿qué puedo decir de mi mismo?. Mucho. Pero quizás una respuesta se vuelve esencial: Que no me identifico con ninguna figura mesiánica. Que quiero encontrarme con Él, seguir al que carga con el pecado del mundo.

Adviento me llama a un ensanchamiento de conciencia. Hasta acoger la afirmación del evangelio: “Entre vosotros hay uno que no conocéis”.  Hay una realidad velada a mis ojos y a mi comprensión del misterio de Dios que siempre es más. Está entre nosotros y no le conocemos.

Está en la oración

Está en la Palabra

Está en el Espíritu que nos impulsa  a salir de nuestro aislamiento e ir hasta quienes nos necesitan…  Espíritu que hace posible los sacramentos de la Iglesia.

Entonces… no valen las palabras aprendidas, las definiciones hechas, los títulos dados a la persona de Jesús, a la realidad de Dios, al empuje del Espíritu.

De mí puede brotar una vivencia nueva que rompa la tela y haga posible un dulce encuentro,  sin huir de las preguntas que abren los ya tres millones de parados en España, la violencia destructiva en algunos jóvenes griegos, la humillación del miedo que hace sumisos a la Camorra a ciertos italianos,  el reparto de dinero entre los que ya se quedaron con el dinero de otros…

“Hay uno entre vosotros que no conocéis”. Que no conoces.  Pero El te busca para que seas “testigo de la luz”.

La sonrisa que estos días nos ha regalado nuestro amigo Nicolás, varias veces amenazado en Níger, y a donde volvió el martes pasado por amor a Ese que está en medio de nosotros y que inspira un proyecto de justicia, nos recuerda que es posible la alegría de la que hoy nos habla el evangelio.

Sí, en medio de nosotros hay uno que quiere darse a conocer a través de una callada alegría que abre a la esperanza, “como jardín que hace brotar sus semillas”.