28 de diciembre. Sagrada Familia
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14.
Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole.
El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas.
La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 127.
Antífona: Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a Colosenses 3, 12-21.
Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo.
Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2, 22-40.
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones.”
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.”
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.”
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Comentario a la Palabra
SAGRADAS SON LAS PERSONAS
Si en la Noche Buena asistíamos al nacimiento de Jesús y a la adoración de los pastores, en la fiesta de la Sagrada Familia encontramos a Jesús en Jerusalén en brazos de sus primerizos padres y reconocido por dos ancianos Simeón y Ana.
Otra manera de reconocer el misterio de Dios en el que nos introduce Jesús. El que viene como signo de contradicción… y cuya palabra atravesará el alma de María.
La Palabra es esa espada de doble filo a causa de la cual María será llevada hasta el extremo de su confianza. Ante la Palabra se dividirán las opciones y quedarán al descubierto las intenciones de muchos corazones.
Jesús, signo de contradicción. ¿Qué tiene que ver esta realidad del Cristo con la institución familiar? Diría que más bien poco. No me imagino a Jesús sacralizando ninguna institución. Tampoco la familiar. Sagradas son las personas, no las instituciones. Incluso llegará a decir que su madre y sus hermanos son los que realizan la voluntad del Padre Dios. Y que en determinados momentos habrá que discernir entre algún que otro deber familiar y seguirle a Él.
La familia tiene que facilitar los espacios necesarios para que podamos llegar a ser la persona que Dios quiere que seamos. Pero quien importa es la persona.
La historia, la sociología, la sensibilidad social, los humanos concretos nos demuestran que la realidad familiar no siempre fue comprendida desde los mismos intereses. Tampoco en todas las culturas se comprende desde los mismos valores. Ni siquiera en la nuestra. Sabemos que se está gestando una nueva manera de comprender no solo las relaciones familiares sino también la misma realidad de la familia. Permanecer abiertos, esperanzados como los ancianos Ana y Simeón, nos puede aportar más de un asombro.
La feminista francesa Benoîte Groult, que no envejece precisamente como la Ana del Evangelio de hoy, en su último libro Pulsa la estrella, llena de ironía escribe: “Por supuesto, está la familia. Pero poco a poco dejamos de ser individuos para los nuestros y nos convertimos en los 'padres', hasta que finalmente se refieren a nosotros como 'la pobre mamá' o 'mi anciano padre' … No esperan nada sorprendente de nosotros, sólo infartos, fracturas de fémur, un accidente vascular cerebral o el lento horror del Alzheimer [...] Lo más triste de envejecer es que te das cuenta de que las tradiciones más nefastas, los prejuicios y los comportamientos más censurables, que sociólogos y psicólogos de distintas ideologías han venido condenando desde hace treinta años, permanecen imperturbables"
A la hora de mirar desde su propia familia las consecuencias de las luchas de su generación, dice: “Si algo ha cambiado, ha sido para peor: nuestros hijos y nuestros nietos son nuestros iguales, ¡por no decir nuestros amos! Han asimilado lo menos bueno del 68: la insolencia, el desprecio por los poderes establecidos, la violencia y la complacencia”.
Y sigue: “Pero no podemos perder la esperanza, que resurgirá como las olas, al asalto de las mismas rocas. Y contra viento y marea, un día serán las rocas las que cederán… si lo dudase, no valdría la pena vivir.”
Pues eso, aunque no defendamos los mismos valores, somos muchos los que sabemos que ese jugar a perseguirse de las olas termina afectando a las rocas. Y conseguiremos que la familia sea ese espacio donde uno puede desarrollar toda su humanidad.
Sagrados son Jesús, María, José, Juan, Mamadous, Pedro, Leopoldo, Isabel, Mousa, Leandro, Longinos, Carmen, Julio, Bachar, Javier, Loreto, Antonio, Cristina, Yaki, Santiago, Paloma, Alfonso, Beatriz, Enrique, Coro, Encarnación, Rafael, Inma, Maku, Urbano, Pilar, Rosa, Prado, Francisco, Daniel, Clara… en su intento de ser personas junto a otros sin quedarse encerrados en sus solos intereses.