1 de febrero.
Domingo IV del Tiempo Ordinario
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PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro del Deuteronomio 18, 15-20.
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios.
A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: ‘No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir.’
El Señor me respondió: ‘Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá’.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 94.
Antífona: ¡Ojalá escuchéis hoy su voz! «No endurezcáis vuestros corazones.»
Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.
Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.»
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 7, 32-35.
Hermanos:
Quiero que os ahorréis preocupaciones: el soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido.
Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido.
Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1, 21-28.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús le increpó: «Cállate y sal de él.”»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Comentario a la Palabra¡SAL DE ÉL!
Cuando aprendes a conducir te dicen que pierdes campo de visión si no miras al horizonte. Cuesta elevar la mirada. La vida tiene sus planos oscuros, sus zonas de lucha, sus propios fantasmas y demonios.
Doce siglos antes de Cristo se había prometido a Moisés un profeta que hablaría al pueblo en nombre de Dios para ensanchar su campo de visión abriendo un horizonte nuevo y más hondo.
Dios no pactará con nada ni nadie que produzca esclavitud, que ate a la persona, que encasille o aprisione a los pueblos. Dios viene empujando desde entonces para que “el ser humano sea una fuente de alegría para su prójimo”. Y cuando no es así, la vida se encarga de ponerlo en evidencia.
El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús como el profeta prometido por Dios que habla el lenguaje que comprende la gente sencilla de su tierra. Ese lenguaje es el de quien sabe que para los sufrientes “el dolor es la verdad y todo lo demás está sujeto a duda”.
No actuaban así los maestros de su tiempo, que hablaban de memoria repitiendo la Ley sin más aportación que la transmisión literal. La vida, el dolor, lo que oprime lo ignoraban porque rompía el traje de la ortodoxia.
Pero “vivir es lo más peligroso que tiene la vida”. Y el Dios de Jesús es un Dios de vivos que no quiere nuestras ratoneras, nuestras obsesivas preocupaciones, los muros en los que cierta ortodoxia nos encierra, sea la escuela o la cárcel, el cine o el dormitorio, la cátedra o sus caniches. Todo lo que hay en esa larga calle de la soledad insolidaria que termina en la tristeza.
Dios no nos quiere prisioneros de nada ni de nadie. Lo suyo es DESATAR, limpiar de nosotros “la inmundicia”, la porquería que nos hace resbalar en lo que nos niega habitándonos.
Jesús habla dura y severamente al espíritu de esas ataduras. La palabra de Jesús destruye esas amarras. ESA ES SU AUTORIDAD.
Quien habla en nombre de Dios no puede limitarse a ofrecer información, sino arrimar el hombro para que la vida se pueda vivir con más plenitud y un sentido más gozoso.
Leyendo a Marcos nos damos cuenta cómo Jesús sabe que es conocido por la oscuridad que aprisiona al ser humano. Esa tiniebla que no soporta la verdad de su voz.
En el evangelio de Marcos Jesús es conocido por la realidad que se apropia destructivamente del ser humano. El espíritu de las sombras que impide la comunión con Dios.
Pero Jesús ha venido a destruirlo y lo ha vencido. Está vencido… ¿entonces?... Trata con el Señor sin preocupaciones. Ocúpate gozosamente en desplegar el don que Dios ha puesto en ti.
Basta su palabra: ¡SAL DE ÉL! El Cristo no necesita ningún exorcismo especial. ¡SAL DE ÉL! Su palabra expresa su deseo y realiza lo que dice.
No juzga a la persona prisionera de energías dañinas, destructivas o enfermizas. Le habla a quien se apropia del ser humano queriendo impedir la relación con el don de Dios. Destruye esas fuerzas ante las que pareciera que nosotros no podemos hacer nada.
Acción liberadora de obstáculos. Fuerza de la palabra de vida.
¿Qué fuerza sanante tiene hoy nuestra palabra, la de nuestros maestros, liturgos, catequistas, obispos, políticos, dentro o fuera de la Iglesia?
Se proyecta estos días una película francesa que podría ser este año la ganadora del Oscar a la mejor película extranjera. Ya ganó la Palma de Oro en el pasado festival de Cannes. En español se titula LA CLASE, pero el original francés es ENTRE LES MURS. En ella, François, un joven profesor de lengua en un instituto conflictivo, no duda en enfrentarse a Esmeralda, Souleymane, Khoumba y a los demás alumnos consciente de lo que está en juego para esos chicos y chicas de entre 14 y 15 años. Son prisioneros de los muros étnicos, culturales, familiares, afectivos. Hay verdaderas batallas verbales intentando horadar esos muros levantados en nuestras queridas democracias y que amenazan con frustrar tantas vidas jóvenes.
Adolescentes y jóvenes tan heridos, tan rotos, tan sin hacer que ya no saben salir de sí mismos, como el poseído del evangelio de este domingo. Necesitados de la palabra que limpia. ¿Cómo derribar esos muros?
La película deja un sabor a imposibilidad. A incapacidad para ser sanados por la palabra profesionalizada. Pero el intento muestra que no hay poder sanador sin verdad.
El evangelista Marcos no nos cuenta las palabras con las que Jesús enseñaba en la sinagoga. Nos transmite aquellas con las que hizo que un hombre atenazado volviera a ser una persona libre.
¿Qué será ese “trato con el Señor sin preocupaciones”? Dejar que se despliegue en nosotros el mismo espíritu que le hace a Jesús comportarse así ante una víctima.
Tratar con el Señor sin preocupaciones es no quedarse solo en palabras ante quienes han sido poseídos por una realidad que les destruye.