22 de febrero.
Domingo VII del Tiempo Ordinario

Versión PDF

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 43, 18-19. 21-22. 24b-25.

Así dice el Señor: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?

Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo,
para apagar la sed del pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.

Pero tú no me invocabas, Jacob, ni te esforzabas por mí, Israel;
me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas.
Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 40.

Antífona: Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor. 
El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entrega a la saña de sus enemigos.

El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor, calmará los dolores de su enfermedad. 
Yo dije: «Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.»

A mí, en cambio, me conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia. 
Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre.  Amén.  Amén.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 1, 18-22

Hermanos:

¡Dios me es testigo!

La palabra que os dirigimos no fue primero «sí» y luego «no».

Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo os hemos anunciado, no fue primero «sí» y luego «no»; en él todo se ha convertido en un «sí»; en él todas las promesas han recibido un «sí».  Y por él podemos responder: «Amén» a Dios, para gloria suya.

Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 2, 1-12.

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta.  Él les proponía la palabra.

Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.

Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados  quedan perdonados.»

Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: «¿Por qué habla éste así?  Blasfema.  ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?»

Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico ‘tus pecados quedan perdonados’ o decirle ‘levántate, coge la camilla y echa a andar’?

Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…»

Entonces le dijo al paralítico: «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.»

Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos.  Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual.»

Comentario a la Palabra:

EL PEZ EMPIEZA A PODRIRSE
POR LA CABEZA

Solemos decir que “nadie comienza la casa por el tejado”, pero el evangelio de hoy me lleva a pensar que sí. Y a darme cuenta que ese refrán responde a una manera vieja de pensar.

La arquitectura moderna hace tiempo que lo ha demostrado. El final de la construcción de las cuatro torres de Madrid lo ha hecho visible a todos.

Estos días vuelvo a Haití con los dos ingenieros del Canal Isabel II que van a supervisar la construcción de los depósitos para agua pluvial. La manera de conseguir agua para los empobrecidos de la sierra de Chateau, ha sido acudiendo a los frágiles tejados de sus chozas-casas. Esto me lleva a leer el evangelio de este domingo poniendo mis ojos en el techo de la casa que hace imposible llegar hasta Jesús.

En el evangelio de este domingo también hay un hombre paralítico que va a “tocar techo”... y por ahí va a comenzar algo nuevo para él.

En domingos anteriores, en el primer capítulo de Marcos, hemos visto cómo Jesús no se deja aprisionar por la sinagoga ni por la casa de Pedro. Tampoco se sentía especialmente atraído por la multitud que buscaba en él un fácil curandero de éxito. Aunque fuera Pedro el portador de esa tentadora seducción.

Jesús busca un  espacio abierto y se entrega a la oración. Fuera de la ciudad. Pero, ¿quién aparece? ¿Dios? No. Aquel para quien no había sitio ni en los ámbitos religiosos ni en los sociales: un leproso.

Vuelve el evangelista Marcos a presentarnos este domingo a Jesús aprisionado dentro de una casa. Hay una multitud que lo hace inaccesible al necesitado que lo busca.  Y no todos los que están dentro han venido para acoger la Palabra que Jesús PROPONE.

Escribas pertenecientes al partido de los fariseos se han aposentado dentro de la casa. Su presencia deja presentir ya una tensión que sabemos cómo culminará. Pero Jesús LES PROPONIA LA PALABRA.

A Jesús se le quiere encerrar en una comprensión de Dios que tiene más que ver con el NO que con el SI. El evangelista no narra el contenido de la palabra que Jesús propone, pero sí pone ante nuestros ojos un hecho concreto. Relato que aparece también en los evangelistas Mateo y Lucas: La curación de un paralítico.

La multitud aparece obstruccionista. Hay un tapón insolidario de gente en la puerta de la casa.  Tan celosamente preocupados están de su interés por Jesús que no son capaces de abrir un pasillo humanitario para que los cuatro amigos del paralítico puedan llegar con éste hasta Jesús.

Frente a ese grupo, aparecen los cuatro amigos porteadores. Ellos son la amistad como esa silenciosa fuerza que nos hace osados. Que provoca maneras nuevas de comprender. Hay una fe que está hecha de pasión humana y que se explicita en sus hechos. Esa  fuerza abre boquetes de esperanza cuando la realidad parece negarlo todo.

¿La puerta?, taponada por gente insensible. Cuatro personas buscan ayudar a su amigo enfermo. El no y el si. ¿No me dejas entrar por la puerta? Me colaré por la terraza. Empezaremos a expresar este nuevo edificio de la fe por el tejado.

No debió costarles mucho horadar la techumbre y poner en el centro de la casa a quien es sujeto del amor de Dios: el ser humano paralizado, impedido, bloqueado por un sentimiento de pecado que le roba autonomía.

Jesús ante el paralítico dice una primera palabra de perdón porque ha visto la fe que tenían… no solo el paralítico, sino él y sus amigos los porteadores. Es un grupo que ha “tocado techo”, pero se han dado cuenta que el mal es una limitación que hace posible la persistencia en el error o la apertura creativa a un crecimiento que lo trastoca todo. Y este pequeño grupo ha optado por esa osadía, por esa fe profundamente humana.  

Jesús proclama su palabra de perdón, la que ha dado a la Iglesia: “Tus pecados quedan perdonados”. Así, sin más. Pura gratuidad, gracia plena.

Y  surge el conflicto. Los celosos escribas salen en defensa de Dios y en menosprecio del hombre enfermo. Ellos son la cabeza del poder religioso. Pero la palabra de Jesús realiza lo que dice y va a llevar a su culmen la afirmación del perdón devolviendo la salud al tullido. Él ha venido a traer perdón para ayudarnos a vivir… Habla palabra de Dios por eso abre la puerta de una nueva comunión con Él. Y lo demuestra con hechos que hacen saltar de sus asientos a los escribas. Comienzan las discusiones.

Los hombres de la mar saben que los peces empiezan a podrirse por la cabeza. Jesús cuestiona la comprensión de Dios que tienen estas cabezas de la ortodoxia. Su Dios, ¿nos deja ver a Dios?

Los porteadores, llenos de la pasión humana que llamamos amistad, esa fe que pone alegría en los rostros, han ayudado a Jesús a romper el enclaustramiento de la casa. Por el tejado, por la terraza, han comenzado un nuevo edificio por el que se llega al Dios que dice: “Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo”… “tus pecados son perdonados… levántate, coge tu camilla y vete a casa”. En él todo se ha convertido en un “SÍ”. Pero no ignoramos el precio que ha tenido que pagar.