24 de mayo. Ascensión del Señor

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11.

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo.  Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.

Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado.  Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»

Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»

Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad.  Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines del mundo.»

Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.  Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?  El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 46.

Antífona: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. 
Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 1, 17-23.

Hermanos: 

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo.  Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.

Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo.  Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

EVANGELIO.

Conclusión del santo Evangelio según San Marcos 16, 15-20.

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.

El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.

A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño.  Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.”

Después de hablarles, el Señor subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

 

Comentario a la Palabra:

NO LE DETUVIERON
LAS MARCAS DE LA MAREA

Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión del Señor. Día para entrar en esa parte de nuestra realidad que es el horizonte alentador en el itinerario cristiano. Junto a Cristo, hay límites que van a ser sobrepasados.

La palabra ASCENSIÓN se presta a engaño, especialmente si presentamos esta escena del evangelio desconectada del camino hecho por Jesús de Nazaret, separada del misterio de su encarnación.

Para nosotros, ASCENSIÓN es otra manera de decir PASCUA. Es hablar de la presencia mistérica de Jesús junto a Dios y entre nosotros. No siempre la experiencia pascual se formuló con la idea de resurrección, sino también en términos de exaltación y glorificación.

El nazareno, que a través del evangelio se nos presenta subiendo a Jerusalén, llega a la cima de su camino humano glorificando junto a Dios a todas las mujeres y hombres en su condición humana, más allá de lo geográfico y lo temporal. No hay palabras ni imágenes para expresar esa realidad nueva. Tan es así, que no tiene que extrañarnos que este final canónico del evangelio de Marcos, como nos dicen los estudiosos de la Escritura, fuera añadido a mediados del siglo II.

Hay otras ascensiones en la biblia que no podemos ignorar en una fiesta como esta. En concreto, el profeta Elías asciende ante su discípulo Eliseo y el hecho de ser testigo de esta ascensión le hace portador del espíritu del profeta (2R 2,10). Algo así ocurre en la narración de este domingo.

Quienes han conocido cómo el misterio de la encarnación humana de Jesús ha llegado a plenitud con su triunfo sobre la oscuridad y la muerte, ahora son colmados con la plenitud de su Espíritu para que sean capaces de continuar la obra de su Señor, pese a sus pobrezas personales. Hay una lucha que es alimentada por una esperanza que viene de más allá de nuestros límites

Por eso, el engaño de esta palabra estaría en opacar el lado hondo de esta fiesta. Que el que asciende es el mismo que fue capaz de DESCENDER A LOS INFIERNOS. Que la forma de ascender es bajar hasta donde el ser humano podría perderse a sí mismo, pero se encuentra con la posibilidad de nacer de nuevo.

Que celebremos hoy esta otra manera de hablar del hecho pascual supone comprender que si “la cosa comenzó en Galilea” sus consecuencias no terminaron allí, no quedaron limitadas a una localización. Con el Cristo exaltado y glorificado todo puede ser trascendido.

El Cristo Pascual que es el mismo que fue subiendo a Jerusalén haciendo el bien a quienes se le aproximaban, que vivió la tortura, el abandono de sus amigos, que en la oscuridad del sepulcro vivió tres días de lucha con la muerte y todas sus expresiones … éste es el mismo que nos dice “no tengáis miedo…”.

Y desde entonces sabemos que no hemos de andar por nuestro mundo, por inhóspito que resulte, como se camina delante de las casas donde hay un moribundo. No recorremos las carreteras o autopistas de la tierra o de nuestra existencia, como esos personajes del premiado Cormac McCarthy que “han hecho con cada palabra del mundo una mentira”. El fuego de Pascua no es feral sino transfigurador.

Lo que hoy celebramos es que la comunidad cristiana sabe que no camina sola, que no ha sido abandonada en los desiertos de la sed a una taciturna oscuridad… sino que ha brillado para todos una luz que engendra energía en quienes siguen la humanidad del Cristo, aunque experimentemos que “las cosas bellas y armónicas que uno conserva en su corazón tienen una procedencia común en el dolor.”

No, no se trata de una ascensión mágica ni física, ignorante del precio de lo humano, de la lucha localizada y concreta, sino de esa capacidad de elevación que la resurrección del Cristo nos descubre, que Dios ha puesto en las profundidades de cada humano.

En la reunión del jueves pasado con un grupo de la parroquia de los Santos Apóstoles de Las Lomas (Madrid), con asombro me comentaba una amiga la cuestión que le había escuchado a una niña: “¿cómo puede estar Dios en el corazón de cada uno y en el cielo?”. En el centro de la fiesta de la Ascensión está la respuesta a esa ingenua pregunta.

Estamos tan convencidos de que sólo existe lo que vemos que las dimensiones más intensas de la espiritualidad se nos escapan. Nos cuesta trabajo aceptar que desaparecer no es lo mismo que dejar de existir. Así despreciamos realidades espirituales que nos ayudarían a ASCENDER cuando la loca lucha nos hace creer que “no hay nadie a quien hacer señales”.

En la fiesta pascual de la Ascensión se nos propone elevar la mirada, es decir, llegar al fondo de nuestras profundidades para encontrarnos allí con el Dios que ha resucitado a Jesús, que conoce la oscuridad humosa del sepulcro y ha decidido que ese no sea el punto final de quien ha salido de sus manos… ascender, entonces, es acoger su palabra que nos dice “entra en el gozo de tu Señor”. Y eso sabiendo que las aguas sólo son lentas en los países llanos… o a pesar de que los miedos querían impedirnos que pasáramos las marcas de la marea.

Él vive por la gracia en el interior de cada cristiano, y la Eucaristía prolonga esa presencia. Y ahora su amor se expresa en toda acción de quien ame.

¿ASCENDER?. Sí. No quedarnos en la pura pelea cotidiana, en la lucha agotadora que se nos presenta como si solo ella fuera la realidad … hay una posibilidad de transcender, elevarse, ascender a un amor más grande, a una mirada más amplia, a un deseo más intenso, a una acogida más universal, a continuar la presencia del Cristo que ha entrado en la plenitud de Dios y puede más que nunca hacerse presente en cada uno de nosotros.

No es una desaparición, sino una nueva presencia. Su humanidad se ha hecho toda ella espíritu y tira hacia arriba de todos nosotros.

Lo más profundo y lo universal se encuentran en esta fiesta como en toda la Pascua, por eso cantamos y confesamos con la vida y hasta abocinando la mano … JESUS ES SEÑOR … no sólo porque ha ascendido al cielo sino que está junto a Dios en igualdad y con él todos nosotros. ¡Por eso es fiesta!