31 de mayo. Pentecostés
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 103.
Antífona: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.
Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra.
ria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13.
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
SECUENCIA.
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Comentario a la Palabra
La Fiesta del Espíritu
Sentarse y respirar. Concentrarte en el aire que entra y sale por la nariz,… inspirar, espirar,… Es un ejercicio que, con variantes, se practica en diversas tradiciones religiosas, desde algunas escuelas de meditación cristiana hasta el vipassana, el yoga o el budismo zen.
Casi nunca prestamos atención al acto de respirar, pero cuando lo hacemos, una puerta se abre: Nuestra mente se topa con la evidencia de que no lo es todo y me doy cuenta de que yo no soy esa charla interminable que llena mi cabeza de ruido. ¿Quién soy yo entonces?
Espíritu. Si lo pronunciamos en el hebreo original del Antiguo Testamento (ruaj) o en el griego del Nuevo (pneuma) decimos sencillamente “aire”. El que entra y sale de nuestros pulmones, el que sopla en los días de tormenta derribando árboles, o refresca suavemente en las tardes de estío. Aire. Sólo eso. Invisible y real, poderoso y sutil, fuente de vida. Las células de nuestro cuerpo -diez mil veces más numerosas que los humanos que pueblan la Tierra- viven de su oxígeno, que circula a cada latido, disuelto en sangre. Cada una cumple su misión para mantenernos en la vida.
Ya al principio de todo, en el caos oscuro del abismo, ruaj elohim, el Espíritu de Dios, aleteaba sobre la faz de las aguas. Desde entonces, no ha habido un instante sin Espíritu. El aliento de Dios ha acompañado al Universo y a los humanos –a todos sin excepción– desde que la evolución nos trajo la conciencia y la palabra.
Jesús Resucitado exhala su aliento sobre los discípulos, aún llenos de miedo: “Recibid el Espíritu Santo” y les da el poder de perdonar, de desatascar lo que el pasado ha obstruido, sin más restricciones que la voluntad de no retener. Dejar fluir. “El Espíritu sopla donde quiere, oyes su voz, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3,8).
tiano es respirar este aire, llenar nuestros pulmones del aliento de Jesús. De él conservamos no sólo sus palabras en los evangelios, algunos recuerdos de su paso por el mundo. Tenemos su mismo Espíritu, que nos permite relacionarnos con Dios como él: “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! ¡Padre!” (Gal 4,6). Una aventura interior se inicia cuando nos damos cuenta de que el Espíritu nos habita y ora en nosotros con palabras que no podemos comprender (Rom 8,26).
Cada cristiano tiene un cierto “talento”, un don personal que el Espíritu ha puesto en él o en ella: “En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. ¿Cuál es el tuyo?
Porque el Espíritu no nos deja quietos. Trabaja en nuestros silencios para prepararnos a la fiesta de los frutos. Nos impulsa a ir hacia los otros, a rebasar las barreras que compartimentan nuestras sociedades.
En su esencia, la Iglesia no es otra cosa que ese proyecto de comunión impulsado por el Espíritu. Todo en ella está dispuesto para realizar el deseo de Dios de entrar en comunión con el mundo: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos”.
Yves Congar, uno de los grandes teólogos del siglo XX, afirmaba que la conexión entre los medios de gracia de la Iglesia y la efusión del Espíritu no era un asunto mecánico. En principio, los sacramentos y la liturgia de la Iglesia sirven para comunicar el Espíritu a los creyentes, pero el Espíritu es libre. Muchos, sin acceso a esos sacramentos o simplemente fuera de la Iglesia institucional, nos demuestran por su vida que están llenos de Espíritu.
El Espíritu es la fuente que anima la Iglesia en sus profundidades. Ella está llamada a ser una primavera. Claro que para afirmar esto hace falta (bastante) fe. A veces, más bien parece un muro con el que uno se topa, como decía El Quijote.
No se trata de ser acríticos, pero los días de fiesta están ahí para descansar y celebrar, y mucho es el fruto que el Espíritu ha producido y produce, a veces hasta haciendo florecer las pequeñas plantas que echan sus raíces en las grietas del muro.
Celebramos hoy el asombro de tantos niños y niñas que han recibido la Primera Comunión y de los jóvenes que han confirmado su fe. Damos gracias por el trabajo de tantos catequistas que hacen posible que una nueva generación pueda acceder al Misterio. Nos sentimos orgullosos de tantos voluntarios que en estos meses difíciles escuchan historias de dolor, muchas de las cuales no pueden resolver. Nos alegramos con los lazos de fraternidad que se han ido tejiendo con Haití, Níger, Bangladesh,… y tantas otras comunidades llenas de esperanza.
Sin duda. El Espíritu hace su trabajo. Hoy celebramos su fiesta.