28 de junio.
Domingo XIII del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro de la Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24.
Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes.
Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la justicia es inmortal.
Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido pasarán por ella.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 29.
Antífona: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante; su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 8, 7. 9. 13-15.
Hermanos:
Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis, distinguíos también ahora por vuestra generosidad.
Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza.
Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá igualdad.
Es lo que dice la Escritura: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba.»
EVANGELIO.
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 5, 21-43.
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: ´´¿Quién me ha tocado?``»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Comentario a la Palabra:
“Se puso en Pie inmediatamente y echó a andar”
Este comentario se limita al relato de la curación de la hija de Jairo, omitiendo lo referente a la hemorroísa (versículos 25 a 34), según la lectura más breve que permite el leccionario.
El relato de san Marcos presenta muchos detalles propios, algunos exclusivos de este evangelista. El padre lleva un nombre común en el judaísmo, que significa “que Dios ilumine”. Además de varios personajes mencionados en la Biblia Hebrea, Jairo fue padre de Eleazar, el comandante de la guarnición judía que resistió hasta el final el asedio del ejército romano contra la fortaleza de Masada. Solamente Marcos lo presenta como “uno de los jefes de la sinagoga”, “uno de los archisinagogos”, según el término transcrito del griego al latín y, posteriormente, a las versiones castellanas más literales. Lucas lo llama genéricamente “jefe, arjon, de la sinagoga” y Mateo “jefe” a secas.
El milagro de Jesús parece orientado al principio hacia un milagro de sanación de la chica enferma. Pero, después de la sanación de la mujer que toca a Jesús y queda curada del flujo de sangre, parece más bien que se trató de la resurrección de quien ya estaba muerta. El relato de curación se transforma en relato de una vuelta a la vida. La mención del nombre del padre llama también la atención, porque en el evangelio no es frecuente recordar el nombre de quien solicita el milagro y tampoco el nombre de quienes fueron agraciados por la intervención prodigiosa de Jesús. En este caso no solamente se recuerda el nombre del padre sino que las palabras dirigidas a la niña han sido conservadas en la lengua que probablemente utilizaba Jesús cuando se movía entre las gentes sencillas de Galilea. Marcos cita además la palabra aramea pronunciada por Jesús para sanar al sordomudo: effaza, “ábrete” (Marcos 7,34). Para colmo de sorpresas, el verbo utilizado para “despertar” a la niña está en masculino, kum, en lugar del femenino kumi. Solamente algunos códices han corregido el texto kum, que parece ser el auténtico u original. Siempre queda la solución de que el verbo kum se utilizara ya como interjección, equivalente a nuestro “en pie”, sin atención a la persona a quien se dirige.
Y no acaban aquí los rasgos peculiares de este relato. Solamente en este lugar se dice que el público “se reía” (katageláo) de Jesús. Que, después de un hecho tan prodigioso, se insista en el “silencio mesiánico”, el silencio que el evangelista Marcos recuerda sobre todo en el caso de curación de endemoniados, es un elemento que parece inapropiado. Lo menciona también el evangelio de san Lucas, mientras que, más coherente con la intención de lo sucedido, san Mateo dice que “la fama de Jesús se extendió por toda aquella región”. Llama la atención que sea el mismo Jesús quien “echa fuera a todos”. Marcos es el único que da la edad de la niña, “doce años”, los mismos que los tres evangelistas sinópticos señalan para la enfermedad de la hemorroísa.
Este análisis del texto tiene su importancia, porque nos descubre un relato que ofrece cierta garantía de pertenecer al fondo literario más antiguo del evangelio de Marcos. Esto no significa que por este análisis podamos concluir que tenemos la prueba de un hecho que pertenezca sin duda a la acción original de Jesús. Tratándose de una composición literaria, lo único seguro es que el evangelista compuso una viñeta en la que se recoge un dato que clarifica la actuación de Jesús. Leyendo el evangelio, los cristianos comprenderían hasta dónde llegaba la proximidad de Jesús con el pueblo de Galilea y hasta qué punto le interesaba responder a la solicitud de un padre angustiado por la salud de su hija, aunque para ello el padre tuviera que olvidarse de su condición de “jefe de la sinagoga” y los lectores cristianos del evangelio tuvieran que olvidar de momento las persecuciones de la sinagoga.
Cuando en este domingo escuchemos el relato de la hija de Jairo, no deberíamos dejar se lado la resonancia del gesto de Jesús en nuestras comunidades cristianas. Eugen Drewermann se ha aventurado a actualizar el mensaje de este fragmento evangélico. La niña del “archisinagogo” vivía hasta los doce años en un ambiente de exigencias impropias para su edad, de prohibiciones y limitaciones. No podía ser “una más” entre las niñas de la aldea, no podía hablar la lengua vulgar, el arameo popular que hasta hoy se distingue como “arameo galileo”, seguramente lleno de incorrecciones, como refleja la fórmula atribuida al mismo Jesús.
Echando fuera a la gente, Jesús da un paso decisivo para romper aquel encierro. Por vez primera, alguien le habla a la niña en la lengua en la que ella quería, pero no le consentían expresarse, ya que, como “hija del archisinagogo”, debía utilizar solamente la lengua perfecta, la lengua sagrada. Gracias a la mano de Jesús, se pone en pie, se siente libre de ser ella misma y echa a andar. Aquí es donde el evangelista introduce el dato de los doce años. En aquellas tierras la maduración de las adolescentes se adelanta a la edad normal entre nosotros. Atendiendo a las exigencias de la edad, Jesús pide que “le den de comer a la niña”. Es otro rasgo que destaca la humanidad de Jesús, algo que en la composición del relato llama la atención. Parece un gesto de pura humanidad. Sin relevancia cristológica, para Jesús no hay otro título que el de “maestro”, didáskalos.
En estos días en que hemos vivido la tragedia de las manifestaciones en Irán, reflejadas en la cara destrozada de Neda Zoltan, tenemos motivos para descubrir en el evangelio de hoy una invitación a ver a Jesús en medio de las mujeres que en Irán y en muchas otras naciones dominadas por el machismo islámico, luchan por alcanzar una libertad que les consienta ser ellas mismas. En la rebelión ciudadana contra las elecciones trufadas está la esposa del candidato descartado, que ha querido dar voz a las mujeres oprimidas por un régimen de clérigos fanáticos.