12 de julio.
Domingo XV del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA.

Lectura de la profecía de Amós 7, 12-15.

En aquellos días, dijo Amasías, sacerdote de Casa-de-Dios, a Amós: «Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí.  No vuelvas a profetizar en Casa-de-Dios, porque es el santuario real, el templo del país.»

Respondió Amós: «No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo de Israel’.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 84.

Antífona: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» 
La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. 
La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 1, 3-14.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.  El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.
Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria.

Y también vosotros, que habéis escuchado la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación, en el que creísteis, habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido,  el cual es prenda de nuestra herencia, para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 6, 7-13.

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.  Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

 

Comentario a la Palabra:

Gracias a la hospitalidad de extraños

Recientemente, algunos arqueólogos han puesto en cuestión la existencia de una Jerusalén próspera, capital de las doce tribus hebreas, en tiempos del rey David. El esplendor de la Corte de Salomón, un milenio antes de la Era Cristiana, sería en ese caso una mitificación legendaria. Los restos arqueológicos muestran más bien que, en ese período, la Ciudad Santa era poco más que un pueblo de pastores.

Desde hace décadas se viene sospechando que las profecías de Amós son los textos escritos más antiguos de lo que hoy llamamos “la Biblia”. A mediados del siglo VIII antes de Cristo, en el entorno de lo que hoy es la ciudad palestina de Nablus, la agricultura y la ganadería de subsistencia dieron paso a la explotación intensiva del olivar. La producción y el comercio del aceite crearon, probablemente por primera vez en la Historia de Israel, una clase de urbanitas ricos.

Y en ese mismo tiempo surge la figura de Amós, que denuncia las injusticias de Israel y amenaza con el castigo divino. El diálogo entre el sacerdote Amasías y el profeta suena, después de casi 2800 años, extrañamente actual.

Amasías es el responsable de Bet-El (Casa-de-Dios), el santuario oficial del rey, construido para adorar a YHWH y de paso ofrecer respaldo político a la casa real. Las palabras del sacerdote: “Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí” se podrían también traducir a un castellano más vulgar como: “Lárgate a tu país y métete en tus asuntos” (El Reino de Israel al Norte y Judá eran estados independientes en ese momento).

La respuesta de Amós merece ser escuchada en versión original: “Lo nabí anoji, we lo ben-nabí anoji” (No profeta yo, y no hijo-de-profeta yo). Que se puede subtitularse como “yo no soy un profesional de la religión que haya heredado el oficio de su padre” (como presumiblemente Amasías). Y continúa: “Soy pastor y cultivador de higos”. Es decir: “No me dedico a esto para ganarme la vida”. “El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo de Israel’”.

Asombroso Dios el de Israel, que manda cultivadores de higos a enfrentarse con poderosos sacerdotes para reclamar justicia para los empobrecidos por un sistema económico que parecía funcionar a la perfección (para algunos).

El profeta sin poder arriesgó su vida para proclamar la Palabra de Dios. No sabemos cómo acabó. Lo que sí sabemos es que la parte más oscura del vaticinio de Amós se cumplió, y Samaria fue destruida algunas décadas después por los asirios, sedientos de la riqueza de aquella tierra. Muchos habitantes del Reino del Norte se convirtieron en refugiados en Judá. Alguno llevaba, entre sus pocas pertenencias, un rollo con las palabras que predijeron el desastre. La llegada de estos refugiados –nos dicen los arqueólogos– hizo que Jerusalén adquiriera el tamaño físico y cultural por el que empezará a ser conocido en la Historia.

Jesús se sitúa en la tradición de los profetas. Él no era sacerdote, ni pertenecía al sistema religioso de Israel. Su movimiento no cuenta con el refrendo de la religión oficial. Sus seguidores son pescadores, agricultores y artesanos –como él– y sus métodos nada tienen que ver con la solemnidad de la liturgia en el Templo de Jerusalén.

“Que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto”. El equipo del enviado (en griego “apóstol”) de Jesús es sencillo. Esta simplicidad trasmite sin interferencias el mensaje del Evangelio, que no quiere imponerse por la fuerza del poder o la seducción del prestigio. Pero tiene también otra finalidad: Deja al misionero a merced de la hospitalidad de extraños: “Quedaos en la casa donde entréis”.
El Evangelio de Jesús no es sólo un mensaje doctrinal. Hay algo que sólo puede comprenderse cuando uno abre la puerta de su casa y acoge al extraño que viene a anunciar el Reino de Dios.

Aunque con una equipación menos espartana, este método misionero siguió practicándose después de la Muerte y Resurrección de Cristo. La lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles y de las Cartas nos permite conocer algunos de los nombres de estos misioneros que viajaban de dos en dos. Algunas de estas parejas estaban formadas por dos varones, como en el caso de Pablo y Timoteo, pero en su mayoría eran matrimonios, como Priscila y Aquila (He 18,2.18.26; Rom 16,3; 1Cor 16,19) , Junia y Andrónico (Rom 16,7), o Pedro y su esposa (1Cor 9,5).

Los apóstoles itinerantes y las familias que les acogían fueron formando la red social de la Iglesia primitiva. La escucha de la Palabra de Dios, la acogida de los misioneros y misioneras y el compartir de la Cena del Señor fueron los elementos que fueron tejiendo esta red.

Cuando el pastor y cultivador de higos Amós sintió esa llamada de Dios y ese impulso para reclamar justicia para los oprimidos de Israel, ¿sabría la trascendencia de su decisión de dejar su rebaño y caminar hacia el Norte? A partir de él, un “profeta” no es un vidente o un adivino, sino una persona tocada por Dios cuya Palabra convoca a una fraternidad entre los humanos.

Cristo viene a realizar esta comunión sobre la tierra.