13 de septiembre.
Domingo XXIV del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro de Isaías 50, 5-9A.
El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 114.
Antífona: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco.
Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: “Señor, salva mi vida.”
El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó.
Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 14-18.
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermanos o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: «Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago», y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?
Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta.
Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.»
EVANGELIO.
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 8, 27-35.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: ¿«Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos: «“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.»
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
EL SONIDO DE LA SERPIENTE
Se trate de una persona individual o de “los pobres de Yavé”, el tercer canto del Siervo que recoge la primera lectura de este domingo nos ayuda a darnos cuenta de por qué Jesús rechaza la reacción de Pedro en el evangelio de hoy.
Jesús tiene una comprensión del mesianismo en la línea del “Siervo” de Isaías que sabe confiar porque tiene la experiencia paradójica de la proximidad de Dios. El siervo nos deja intuir la presencia de Dios en el sufrimiento, en la activa esperanza.
Si el pasado domingo veíamos a Jesús realizar lo que habían preconizado los profetas, abriendo los oídos y soltando la traba de la lengua del sordomudo, hoy el Siervo de Isaías nos dice “El Señor me ha abierto el oído;… y yo no me echado atrás.” La presencia de Dios no huye cuando llega el sufrimiento, justo al contrario, esa presencia es mi fortaleza.
De modo que el milagro no es que los sordos oigan o los mudos hablen, el milagro de los milagros consiste en creer en Dios a pesar del sufrimiento, experimentarlo, descubrir a Dios como mi fuerza en el corazón de la adversidad.
Dios no quiere el sufrimiento, pero hay una presencia de Dios en él hecha de fortaleza para nuestra resistencia creativa. De ahí nace una esperanza que es la que este domingo desvela el tercer canto del Siervo.
Hay una ayuda que viene del Señor.
Todo es distinto si dejamos que Dios nos abra el oído. Cuando esto ocurre, nos resulta necio acusarlo a Él de lo que nuestro corazón descubre, siente o sufre. Es verdad que hay un dolor que procede de escuchar el sonido de la serpiente, que no es otra cosa que mi falso ego, mi ensimismamiento, las tretas humanas para acusar a otros y así no asumir las propias responsabilidades. Mías o del grupo humano al que pertenezco. O del encuentro entre el sistema generado por mis irresponsabilidades que potencian las de otros, y las instituciones necesitadas de esa complicidad. La tentación es “echarse atrás”.
¿También tú te quieres echar atrás?. Para el evangelista Marcos, atrás quedan las grandes multitudes. Ahora Jesús va ahondar en la preparación de sus discípulos.
Cuando Jesús nos pregunta ¿quién soy yo para ti?, podemos responder desde los sonidos de la serpiente. Diciéndole que nos resulta fácil creer en él cuando se muestra vengativo ante mis enemigos, violento y rápido en la resolución de mis problemas, imaginativo a la hora de asombrar públicamente, divertido y mágico cuando llegan las horas humanas del aburrimiento. Poderoso cuando quiero sacar pecho… Eso, si no le respondo con lo ya sabido… “tu eres la segunda persona de la Santísima Trinidad”. Verdades teóricas que dejan frío. Pero "No todo el que dice ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" (Mt 7, 21).
La segunda lectura, sea o no un correctivo a cierta comprensión de la enseñanza paulina, pone ante nosotros la misma cuestión. No se trata de teorías sino de vida.
¿Quién desatascará nuestro oído interior a esta Palabra?
El Mesías de Dios es quien hace de su vida y de toda su persona un servicio de amor entregado. ¿Sólo lo sabemos?
El domingo pasado veíamos cómo Jesús hacía un aparte con el sordomudo. En la discreción de esa intimidad realizaba el milagro que transforma a éste en alguien capaz de comunicarse.
En el evangelio de hoy es Pedro quien toma la iniciativa para llevarse aparte a Jesús. Pero habla desde los sonidos de la serpiente: la arrogancia, el éxito, el poder que humilla al frágil. No ha comprendido el mesianismo de Jesús. Se resiste a un discipulado en términos de entrega en vez de posesión.
A Pedro le queda camino por hacer. Tenía una visión triunfalista del Mesías.
En el evangelio se dicen otras cosas de Jesús, cuestiones que tendrán sus consecuencias. Sus parientes decían que “estaba loco” (Marcos 3,21); sus enemigos -autoridades y líderes religiosos- decían que estaba endemoniado (Marcos 3,22) y lo acusaban de “blasfemo” (Marcos 2,7). Le llamaban también “comilón y borracho” (Lucas 7,34), “amigo de pecadores” (Mateo 11,19). Nada de esto aparece en la respuesta de los discípulos ni de Pedro. Se queda en la orilla positiva de la realidad, pero no suficientemente cierta. Porque a Jesús no se le descubre colorísticamente resucitado, sino al pasar con él por la puerta estrecha de la cruz.
Por eso Jesús no entra en el amical juego de Pedro. Rompe ese aparte para, ante todos, decirle que conoce de dónde vienen esas voces. Jesús ya las escuchó en el desierto. Es el sonido de la serpiente que ofrece el facilismo. Son caminos opuestos. No es lo mismo servir que servirse. No es lo mismo amar que explotar. No es lo mismo dar la vida que aprovecharse del otro.
Hay un trabajo por hacer con el “falso yo”, con el “sí mismo”, para entrar en el discipulado de Jesús, buscando una plenitud de humanidad. No valen los mesianismos triunfalistas.
Descubrir quién es Jesús lleva a que conozcamos mejor y más hondamente al ser humano. En esa ruptura de la auto-imagen, de liberación del “falso yo”, hay un sufrimiento imprescindible que Jesús nos pide que integremos para tener acceso ahora a la plenitud que es Él, a la Vida que somos.
En este domingo, permite que el Señor se encuentre contigo y te ayude a conocerte a ti mismo de igual modo que Él te conoce. No temas llegar donde el Señor espera encontrarse contigo con un amor que te transformará aunque esté presente el sufrimiento.