29 de noviembre.
Primer Domingo de Adviento

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Jeremías 33, 14-16

«Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: «Señor—nuestra—justicia».»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 24.

Antífona: A ti, Señor, levanto mi alma.

Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza
y sus mandatos. El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3, 12—4, 2

Hermanos:

Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre. En fin, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 21, 25-28. 34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedaran sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán.

Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.

Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.

Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»

Comentario a la Palabra:

Verán al Hijo del Hombre Venir

¡Feliz Año Nuevo! En la Iglesia Católica y en muchas otras iglesias cristianas comenzamos un nuevo año litúrgico con la celebración del Primer Domingo de Adviento. Dejamos el evangelio según San Marcos, que ha venido acompañándonos desde el Adviento anterior y tomamos el evangelio según San Lucas, que nos guiará durante los próximos doce meses.

Nuevo año litúrgico y nuevo evangelista, pero seguimos con el mismo tema incómodo de los últimos domingos: el fin del mundo, el apocalipsis.

Un par de siglos antes de Cristo, surgió en la cultura judía un nuevo género literario, el apocalíptico, que narra visiones sobre los terribles acontecimientos que tendrán lugar al final de los tiempos. Como cualquier otro género, fue desarrollando a través del tiempo una serie de clichés. En este caso: revelaciones de ángeles, luchas con seres monstruosos, cataclismos cósmicos, números esotéricos, etc.

Era una literatura que daba cauce a la angustia, escrita por personas que vivían situaciones de conflicto o de grave crisis. El ejemplo clásico lo tenemos en el Antiguo Testamento, en el libro de Daniel, escrito durante las persecuciones anti-semitas del régimen de Antíoco IV.

En el capítulo 7 de este libro, se narra un sueño. El profeta apocalíptico contempla una visión: Aparece un monstruo horrible. Después, una segunda bestia, más brutal aún. A este le sucede un tercer ser todavía más terrorífico y sanguinario. Hasta que por último ve “una cuarta bestia terrible, espantosa, extraordinariamente fuerte. Tenía enormes dientes de hierro, comía y trituraba, y lo sobrante lo pisoteaba con sus patas…”

En el libro de Daniel, el autor da suficientes pistas para que el lector avezado pueda entender que estas bestias son metáforas de los cuatro grandes imperios que han sometido al pueblo judío a través de los siglos. La apocalíptica de Daniel es historia política, a la vez que literatura fantástica o de terror. Es como si su autor nos dijera: “la Historia de nuestro pueblo es una historia de sufrimiento causada por una sucesión de imperios bestiales que han practicado una extrema crueldad sobre nuestro suelo”.

La revelación (ese es el sentido original de la palabra “apocalipsis”) no está en esta descripción de las cuatro bestias, sino en lo que viene a continuación: “Yo seguía contemplando en mis visiones nocturnas: En las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y se presentó ante él. Se le dio poder, gloria e imperio,…”

Daniel se atrevió a soñar que las bestias no tendrían la última palabra sobre la Historia. Al final triunfaría el Hijo del Hombre, lo humano sobre lo bestial. La violencia y la sinrazón no se alzarán con la victoria final.

Jesús, en el tiempo que estuvo en la Tierra, no se presentó como “Hijo de Dios”, y cuando fue reconocido como Mesías por Pedro, le mandó guardar silencio. Sin embargo, le escuchamos a menudo refiriéndose a sí mismo como “el Hijo del Hombre”.

Se sentía cómodo con este título. Él es el humano que viene a vencer a las bestias con no-violencia.

Los cristianos sabemos que todo esto empezó en un pesebre en Belén. En el bebé recién nacido descubrimos al Hijo del Hombre, al humano, que viene a traer por fin la soñada justicia y la paz para todos los pueblos.

Pero no nos adelantemos a la Navidad (como han hecho ya las campañas publicitarias y los alcaldes de las grandes ciudades). Aún es Adviento. Todavía estamos a la espera de su Venida.

Sentimos el latido del Hijo del Hombre, como siente la madre las patadas de su bebé en el vientre. Él está cerca.

Para este tiempo de espera, el evangelio de hoy sólo nos da un consejo: Que no se os embote la mente, manteneos despiertos, estad alerta.

En muchas tradiciones religiosas, especialmente en Asia, “salir del sueño” es una metáfora que evoca el comienzo de una vida más honda, iluminada por el Espíritu.

Este “despertar” tiene mucho que ver con “despejar” lo que atasca la agilidad de la vida. Es algo que sucede al mismo tiempo dentro y fuera de mí.

“Que no se os eche encima de repente aquel día”. El evangelio nos urge sobre el Último Día, pero para nosotros puede ser también una referencia a la Navidad, que cada año parece que llega antes, porque el tiempo vuela. Que no nos pille otra vez agobiados, atascados, dispersos.

Él está cerca, a la puerta. Da respingos el corazón al presentir su llegada. Él viene, en este año marcado por la crisis; quizás, gracias a Dios, con menos regalos y más simplicidad. Quisiéramos estar, este año, menos distraídos, más atentos al cariño que nos une a los que amamos, al Misterio que nos sostiene a todos. Más solidarios con aquellos que ya estaban en crisis, aún durante nuestras vacas gordas, y que nos necesitan hoy más que nunca.