20 de diciembre.
Cuarto Domingo de Adviento

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PRIMERA LECTURA.

Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a

Así dice el Señor:

«Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 79.

Antífona: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece.
Despierta tu poder y ven a salvarnos.

Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.

Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10

Hermanos:

Cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’.»

Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley. Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.»

Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

Comentario a la Palabra:

Me has preparado un cuerpo

Una persona me decía el otro día que quería vivir unas navidades “más espirituales”, menos ocupada “por lo material”. Su buena voluntad era evidente, pero la Navidad es una fiesta tanto de la materia como del espíritu, pues celebramos que la Palabra se hizo carne.

En el evangelio de hoy, dos mujeres embarazadas se encuentran; dos cuerpos llenos de vida. Isabel lleva ya más de seis meses de gestación, y el Espíritu habla a través de las pataditas de su criatura en el vientre.

Jesús, cuando se haga adulto, servirá los cuerpos de los leprosos y lisiados; abrirá los ojos de los ciegos, soltará las lenguas de los mudos.

El pasado miércoles, regresaban de Haití, José Miguel, Alberto, de Canal Voluntarios, y los fotógrafos Jesús Andrés y Alfredo. Venían exhaustos y contentos. Habían podido asistir a la inauguración en Leogane, de un centro para acoger a 40 niños sin familia; y en Puerto Príncipe, de la ampliación de la Escuela San Gerardo.  En Chateau, realizaron  la entrega de 22 depósitos de captación de agua pluvial, que facilitarán el acceso a agua potable a 2500 personas en una región empobrecida, al Sur del país.

Tertuliano, un cristiano del siglo III, escribía: “La carne es el eje de la salvación”. La salvación cristiana gira entorno al cuerpo.

Cristo viene a salvar no sólo un destilado puro de mi ser, “mi alma”, sino todo lo que soy. “Al yo y sus circunstancias”, como diría el filósofo. A todo ese cúmulo complejo de relaciones en las que estoy entretejido, ese yo concreto y real que no puede explicarse sin “sus circunstancias”.

La fe se abre camino desde la preocupación de María por su prima, tan mayor y embarazada. No se queda sentada, esperando a que le sirvan, endiosada en su recién estrenado estatus de “Madre de Dios”. Inicia un fatigoso viaje a través de los caminos montañosos de Judea al encuentro de su prima. Los gestos y palabras de la acogida de Isabel: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” han quedado incrustados en nuestro Ave María.

En la mayoría de las religiones de la Antigüedad, incluido el judaísmo, la parte más importante del culto a la divinidad era el ofrecimiento de sacrificios. Imaginaban que Dios se ponía muy contento –como nos ponemos nosotros, los humanos– cuando le hacían un regalo. Y ofrecían sobre el altar lo que creían era su comida favorita, generalmente, carne asada.

Siguiendo una intuición de los profetas de Israel, la Carta a los Hebreos deja claro que Dios tiene otros gustos, prefiere otro tipo de regalos:

«Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’.»

Dios aceptó un cuerpo como el nuestro, se hizo humano con todas sus consecuencias. Entró en nuestra Historia y es parte ya de esa inextricable red que enlaza la Humanidad entera a través de los siglos. Él forma parte de lo que somos.

Por eso,

es también, a partir de la primera Navidad, cuerpo de Dios.

Hace un año, por estas fechas, el hermano Alois de Taizé escribía:

Consintamos entonces en lo que somos o no somos, hasta asumir aquello que no hemos elegido, pero que forma parte de nuestra vida. Atrevámonos a crear incluso a partir de lo que no es perfecto. Y encontraremos una libertad. Incluso sobrecargados, recibiremos nuestra vida como un don y cada día como un hoy de Dios.

No nos hagamos ilusiones. Las Navidades –también las de este año– son un tiempo complicado. No van a ser pura iluminación espiritual. ¡Gracias a Dios! Navidad es comida familiar, decidir con quién cenamos esta Nochebuena. Son regalos y visitas. Alegría por la ilusión de los niños y dolor por las relaciones que se han malogrado; nostalgia por aquellos que ya no están aquí. Yo y mis circunstancias. Cuerpo.

Dios viene para acoger mi cuerpo; para abrazarlo, como al leproso; para abrir mis oídos y mis ojos. Él nos ofrece también la posibilidad de servirle en los que carecen de agua potable o de medicinas; de alimentos o de una educación que les capacite para el futuro. En todos aquellos que necesitan un abrazo, una caricia o una palabra de aliento.

Está a punto de llegar. Dios tan enamorado del ser humano, que pidió un cuerpo para sí.