24 de enero.
III Domingo del Tiempo Ordinario

 

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Nehemías 8,  2-4a.  5-6.  8-10

En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley.

Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo —pues se hallaba en un puesto elevado— y cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: 

—«Amén, amén.» 

Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. 

Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis.» 

Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 18.

Antífona: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. 

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Señor, roca mía, redentor mío.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12,  12-14. 27

Hermanos: 

Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. 

Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. 
El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo.

Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Excelentísimo Teófilo: 

Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. 

Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: 

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. 

Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. 

Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» 

Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: 

«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»

 

Comentario a la Palabra:

El año de gracia del Señor

Hace unos años, Bono, el cantante de U2, fue invitado como predicador a Washington, al Desayuno Nacional de Oración. Pronunció la que quizás fue una de las mejores homilías que he oído nunca, y sin duda, la más macarra de todas.   

En ella, el rockero contó su autobiografía espiritual, una infancia marcada por su madre católica y su padre protestante, en un país como Irlanda, donde la línea divisoria entre ambas confesiones era bien literalmente “una frontera de guerra”.

"Recuerdo cómo mi madre nos llevaba a la iglesia los domingos… y mi padre solía quedarse esperándonos fuera. Una de las cosas que percibí de mi padre y mi madre fue la sensación de que la religión a menudo se interpone en el camino hacia Dios".

Había vivido en su propia carne el escándalo de la separación de las iglesias. Eso contribuyó a su alejamiento de la fe al abandonar la infancia. A partir de entonces,  “he evitado a la gente religiosa la mayor parte de mi vida”. Hasta 1997.

Aquel año, el cantante se encontró con “un par de excéntricos septuagenarios británicos cristianos que arruinaron el truco: mis reproches”. Estos dos ingleses, junto a miles de otros, estaban realizando la Campaña del Jubileo 2000, que pedía la cancelación para ese año las deudas de los países más pobres de la Tierra.

El Jubileo es una idea antigua. Su descripción se encuentra en uno de los libros más oscuros del Antiguo Testamento, el Levítico. La propuesta era la siguiente: Cada 7 años sabáticos, es decir cada 49 años, se debía de proclamar el Jubileo como “el año de gracia del Señor”. En aquel año, todos los esclavos israelitas quedaban libres. Todas las tierras expropiadas debido al impago de hipotecas eran restituidas a sus antiguos dueños. Era un año para empezar de nuevo, libres de los lastres del pasado, una especie de “reseteo” de la vida social y económica del país.

Los historiadores dudan si el Jubileo llegó a realizarse una sola vez. No hay constancia de ello. Era quizás era una idea demasiado radical y utópica. Pero la propuesta de un año de gracia, un año para empezar de nuevo como personas y como pueblo quedó grabado en el imaginario colectivo del pueblo judío.

La lectura de hoy del Antiguo Testamento resuena poderosamente con imágenes que hemos visto en los medios durante los últimos días. En el año 586 a.C. una terrible guerra había destruido Jerusalén, el Templo se había derrumbado pasto de las llamas. Su población fue exilada y la ciudad abandonada. A los cincuenta años del desastre, un grupo de exilados judíos consiguen permiso para retornar a su país. Sucesivas oleadas van regresando a Jerusalén, pero en el momento  en que el gobernador Nehemías y el escriba Esdras llegan a la ciudad, ésta es todavía poco más que un montón de escombros.

Sobre el trasfondo de una Jerusalén aún en ruinas, sus nuevos ciudadanos improvisan un escenario de madera. Esdras se sube a él y empieza a proclamar la Toráh, que se traduce al español por “Ley”, pero que es en realidad mucho más que un código de leyes. Este “libro de la ley” que proclaman en público es la versión primitiva de lo que nosotros llamamos Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia Hebrea).

Al leer la historia de su pueblo, relatado en estos textos: las andanzas de los patriarcas, la liberación de Egipto, la llegada a la Tierra Prometida,… la gente que lo escucha vuelve a conectar con su propia identidad. Las viejas historias acerca de un Dios que les ayudó en el pasado a salir de la esclavitud y establecerse como un pueblo de hombres y mujeres libres recobran actualidad. Ya no se trata de aburridas historias repetidas por los viejos, es presencia de Dios cargada de futuro. Dios mismo les está invitando a hacer de su desgracia Jubileo, un año de gracia del Señor, un momento para escribir de la historia de nuevo.

Jesús está también comenzando. Es la primera vez que iba a su pueblo en su nuevo rol de predicador. Le entregan el rollo de Isaías que habla de un año de gracia, de un nuevo comienzo. Les dice: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

Año 2010. Puerto Príncipe  ha quedado arrasada. Más de cien mil muertos. Barrios enteros como el de Carrefour tendrán que ser demolidos en su totalidad para ser edificados de nuevo. Llevaremos para siempre en la memoria y en el corazón la tragedia de esos 300 niños del turno de tarde de la Escuela San Gerardo que han perdido la vida. Se dice que no hay ni un solo haitiano que no haya perdido a un familiar en la tragedia.

Creemos en un Dios que acoge en su Reino a las víctimas, y trabaja codo con codo con aquellos que no se rinden a la fatalidad. Dios anuncia en la desgracia un Jubileo, un año de gracia en el que comenzar de nuevo.

Gracia para los que, animados por las ayudas que llegan de todo el mundo, deciden empezar de nuevo sus vidas. Gracia también para nosotros, para Europa y los Estados Unidos, que tenemos una oportunidad de oro para hacernos perdonar por un pueblo abandonado durante décadas y que hoy representa a esa mayoría de la humanidad que podría vivir con lo que nosotros nos gastamos en un café.

Jesús nos vuelve a decir hoy  que ha sido enviado “para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista.  Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”

Y nos pide que le echemos una mano.

Una oración que nos ha llegado estos días

Después de vivir estos días totalmente conmocionada,
de ver y volver a ver las imágenes
y llorar una y mil veces…
Me he sentido totalmente inútil, totalmente paralizada.
He rezado mucho preguntándome
¿Por qué Dios les has puesto a ellos allí y a mí aquí?
Esta pregunta me ha machacado durante mucho tiempo
(tengo una hija etíope que me hace cuestionar tantas y tantas cosas..).
Al final una vez más la conclusión es que se espera mucho de mí,
mucho de cada uno de nosotros
así que me niego a paralizarme,
a dejarme invadir por el desánimo,
quiero reaccionar…
Pido a Dios por todos los afectados,
que puedan sentirle cerca en su dolor,
pero también pido por mí,
que a veces me adormezco en mi vida “cómoda” ,
le pido que me de el don de tener los ojos bien abiertos
y el corazón sensible,
que no deje nunca de hacer mío el dolor de los demás,
que sea valiente para dar,
que no olvide que Dios me ha puesto aquí,
me ha regalado mi vida para algo…