21 de febrero.
Primer Domingo de Cuaresma

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro del Deuteronomio 26, 4-10

Dijo Moisés al pueblo: «El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.  Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios:

«Mi padre fue un arameo errante,
que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. 
Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa.
Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. 
Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia.
El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido,
en medio de gran terror, con signos y portentos. 
Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. 
Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo
que tú, Señor, me has dado.» 

Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 90.

Antífona: Acompáñame, Señor, en la tribulación. 

Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.»

No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos.

Te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.

«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré.»

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 10, 8-13

Hermanos: 

La Escritura dice: «La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón.» 

Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos.  Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás.  Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación.  Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.»  Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan.  Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.» 

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.  Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.

Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.»

Jesús le contestó: «Está escrito: 'No sólo de pan vive el hombre'.» 

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.» 

Jesús le contestó: «Está escrito: 'Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto'.»

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras».» 

Jesús le contestó: «Está mandado: 'No tentarás al Señor, tu Dios'.» 

Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Comentario a la Palabra:

“El Espíritu lo fue llevando
por el Desierto”

Parece que el mismo evangelista ha querido ponernos en guardia para no suponer que Jesús se enfrentó con el demonio en su lucha con la tentación.  Ésta se realizó sin que Jesús saliera del círculo de influencia del Espíritu.  Al salir del desierto, también el demonio sale de la vida de Jesús “hasta otra ocasión”, en concreto, hasta el tiempo de la pasión, cuando Jesús será entregado “al poder de las tinieblas” (Lucas 22,53).  Sin embargo, en la pasión el demonio actúa sobre los discípulos.  Satanás entra en Judas cuando éste decide entregar a Jesús (Lucas 22,3).  La pasión será motivo de tentación para Pedro y los demás (Lucas 22,40.46).  Los discípulos serán “cribados como el trigo”, pero por intercesión del Maestro, su fe no desfallecerá (Lucas 22,31).  

San Lucas no da muchos detalles para que nosotros sepamos cuál era su creencia sobre el poder del diablo.  Siete veces lo designa con el término griego “diablo”, diábolos, y siete veces conserva el apelativo hebreo, Satanás.  Pero el traslado de la “tentación” de Jesús a los discípulos ante el escándalo de la pasión del Resucitado, da a la tentación, peirasmós, un significado más accesible.  No es preciso entrar en discusiones sobre las ideas en torno a la existencia e influjo del demonio en nuestra vida personal.

A continuación del Bautismo, el relato de la tentación en el desierto responde a la convicción judía de que las personas elegidas por Dios han de superar una prueba que demuestre su calidad religiosa.  Ese momento de prueba o tentación aparece en las historias de Adán, Abrahán, Moisés, Job.  En el judaísmo contemporáneo del Nuevo Testamento, existía la convicción de que todo israelita debía superar individualmente las pruebas a que el pueblo de Israel se vio sometido durante el largo tiempo de marcha por el desierto.  Esta convicción ha guiado al autor del relato para encontrar los términos de la disputa escriturística entre Jesús y el tentador.

La primera tentación, la del hambre, se rechaza con la cita de Deuteronomio 8,3:  “No sólo de pan vive el hombre”.  San Lucas no alude a una intención expresa del ayuno, sino de forma genérica que Jesús estuvo sin comer y por eso al final de aquel período en el desierto “sintió hambre”.

La segunda tentación, que se refiere a la idolatría, es rechazada citando Deuteronomio 6,13.  La referencia a la idolatría, como tentación constante en la época del asentamiento en la cultura de Canaán, se encuentra propiamente en Deuteronomio 6,14:  “No vayáis detrás de los dioses de las naciones que tendréis a vuestro alrededor”.
La tercera tentación se refiere a la sed que el pueblo de Israel tuvo que padecer durante la marcha por el desierto sin agua: “No tentaréis al Señor vuestro Dios, como lo habéis tentado en Masá” (Deuteronomio 6,16).

Superada la prueba, Jesús aparecería como auténtico israelita.  Pero la intención del evangelio es más bien la de prevenir sobre el camino paradójico del mesianismo que iba a ofrecer Jesús.  En lugar de una aparición fulgurante en poder y gloria, iba a seguir un camino de negación y de cruz.  La personificación de Satanás se da cuando Pedro se opone al anuncio de la pasión: “Apártate de mí, Satanás”.  Así rechaza Jesús en el evangelio de Mateo la tercera tentación (Mateo 4,10).  Con la misma fórmula quita de en medio a Pedro cuando éste pretende interponerse en el camino de Jesús hacia la Cruz (Mateo 16,23; Marcos 8,33).

El relato de las tentaciones de Jesús descubre las que hasta hoy iban a ser las tentaciones de la Iglesia.  En vez de una teología de la cruz se daría una inclinación peligrosa hacia la teología de la gloria.

Y ese peligro subsiste en la Iglesia de nuestros días.  Pero, igual que las pruebas fundamentales de la peregrinación por el desierto se personalizaban como pruebas que toda persona creyente debía superar, también las tentaciones de Jesús tienen una referencia individual sobre cada uno de nosotros.  No son tentaciones de sentido moral, sino ante todo religioso.  Tienen que ver con la imagen de Dios con la que nosotros vivimos.  No ha de ser un Dios que mágicamente resuelve nuestras carencias ni una divinidad que podemos creer está a nuestra libre disposición.

Dejar de lado la figura del demonio significa vivir como hizo Jesús con los pies en tierra.  No es lícito jugar a la milagrería de los ángeles llevándonos sobre sus palmas para que nuestro pie no tropiece en los obstáculos del camino.  Tampoco es lícito utilizar la fuerza seductora del poder del Maligno para rehuir de nuestra responsabilidad personal.
En relación con un conflicto entre médicos y exorcistas a raíz de la muerte de una joven en Klingenberg, decía el Papa actual: “Si el Maligno no existe, entonces el mal reside totalmente en el ser humano.  Éste es entonces el único responsable de la maldad y de la crueldad extrema.  Él es el único culpable de los asesinatos cometidos en el archipiélago Gulag, de las cámaras de gas de Auschwitz, de las torturas y sufrimientos más inhumanos.  Pero entonces surge la pregunta sobre si Dios puede haber creado a un ser humano tan monstruoso.  No, Dios no puede haberlo creado, porque Él es bondad y amor.  Si no existe el diablo, no existe tampoco Dios” (Sermón en Altötting, 26/09/1976).

Y, sin embargo, hay que aceptar el vértigo de los extremos a que puede llegar nuestra libertad.  Como hay que aceptar el riesgo constante de que, abusando del nombre de Dios, muchas veces quienes dirigen religiosamente a la humanidad piensen ante todo en su propio prestigio, cultiven de forma intolerable su personal interés y sean la demonización de la divinidad, la máscara horrible de su auténtica imagen.