18 de abril. Tercer Domingo de Pascua
PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 27b—32. 40b—41
En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo: «¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.»
Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.»
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 29.
Antífona: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante, su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura del libro del Apocalipsis 5, 11—14
Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.»
Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar —todo lo que hay en ellos—, que decían: «Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.»
Y los cuatro vivientes respondían: «Amén.» Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje.
EVANGELIO.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 21, 1—19
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.»
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron: «No.»
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le pregunta: ·Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Él le dice: “Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.” Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto añadió: “Sígueme”
Comentario a la Palabra:
Avanzar sin conocer el camino
Para los que la celebramos en El Hornico, con Acoger y Compartir, la Pascua fue un tiempo especialmente hermoso. Familias con hijos pequeños, jóvenes y menos jóvenes nos reunimos durante cuatro días en un paraje natural de la provincia de Jaén, en el Sur de España. Tras las intensas lluvias de este invierno, la primavera brotaba con fuerza en cada rincón. La tarde del Sábado, algunos prepararon las lecturas y la música para la liturgia, un grupo escribió un original pregón pascual, otros decoraron los espacios para la celebración. Por último, unos cuantos prepararon el fuego: una hoguera con brasas y llama, para encender el cirio pascual.
Dos semanas después, como nosotros, los discípulos han regresado a sus vidas corrientes en Galilea, al oficio que habían dejado cuando fueron llamados a ser “pescadores de hombres”. Volvían a ser, de nuevo, pescadores de peces. Pero ahora se sentían diferentes. Era el mismo lago, la misma playa, los mismos compañeros. Pero nada era igual. El vacío de sus redes al final de una larga noche reflejaba otro, el de su vida.
En la Pascua en El Hornico visionamos algunas escenas de la miniserie “La Pasión”, coproducida por la cadena británica BBC y la norteamericana HBO. Una de las ideas originales de esta versión fílmica es su tratamiento de la resurrección. Cristo resucitado es encarnado por distintos actores, ninguno de ellos el mismo que le representa antes de su muerte. Este recurso cinematográfico nos llevó a caer en la cuenta de que en los relatos del evangelio, los discípulos no son capaces de reconocer al Resucitado a primera vista.
Un hombre les habla desde la orilla en la penumbra del alba. Los discípulos no saben quién es.
Sólo tras una pesca increíblemente abundante, el discípulo amado, que en el evangelio de Juan siempre aparece adelantándose a Pedro, descubre la identidad de la misteriosa figura: “¡Es el Señor!”
El zambullido de Pedro suena en la noche como las carracas que acompañaron al cirio pascual: una confesión ruidosa e inarticulada que irrumpe una noche preñada de lucecitas. Notó el agua fría cubriendo su cuerpo, y le gustó. Sentía cómo recorría su ser, preparándolo para el encuentro con el Señor. Al emerger, Jesús estaba ahí, junto a la hoguera.
¿Cuántas veces habrán asado pescado sobre aquellas mismas arenas? Para Jesús comer juntos era algo muy especial. Su Última Cena fue la culminación de una serie de comidas inolvidables que ahora retornaban a la memoria. Ninguno se atrevió a romper el silencio. Comer juntos aquellos peces y verle partir el pan era ya elocuente. No hacía falta más.
Después del almuerzo, Jesús se lleva a Pedro para caminar. Los demás les siguen con la mirada, algo envidiosos. Pedro, sin embargo, se siente indigno. Sabe que no debería ser él el que ocupa ese lugar. “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” – le espeta. Por dentro, Pedro se siente inseguro, no sabe qué decir. Es como si otro dijera con su fuerte voz de siempre: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le pregunta por segunda vez. Y Pedro vuelve a responder. ¿Es él o su personaje quien habla? El Pedro seguro de sí, el primero entre los discípulos, lanzado y atrevido, el mismo que le dijo durante la Cena: “Aunque todos fallen, yo no fallaré”. ¡Cómo le gustaría regresar al pasado y cambiar lo que sucedió aquella noche!
La palabra de Cristo le trae al presente, cuando por tercera vez le pregunta: “¿Me quieres?”
Sí, le quería. No podía negarlo. Tan verdad como el canto de aquel gallo que le rasgó el alma. Tomó aliento y le dijo despacio, mirándole a los ojos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.”
En ese momento, supo que estaba perdonado. El pasado, sin dejar de existir, no era ya un pesado lastre. Ahora Jesús le invitaba a mirar hacia delante: “Apacienta mis ovejas”. Le estaba confirmando en ese inmerecido lugar en el que le había colocado al cambiar su nombre por el de Pedro.
“Sígueme”, pero ¿adónde? ¡Con la que está cayendo! Jesús no nos entrega una hoja de ruta con instrucciones precisas. Simplemente nos pide que cuidemos los unos de los otros al avanzar tras sus pasos. En la última escena de “La Pasión” que vimos en El Hornico, Pedro está junto a la piscina donde Jesús había curado a un paralítico, cuidando de uno de los enfermos. El Resucitado se presenta para despedirse y tras una breve conversación desaparece entre la multitud que llena una de las calles de la ciudad. Él sigue ahí, con nosotros, en las angustias y esperanzas de los que nos rodean.