20 de junio.
Domingo XIIde T. Litúrgico

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PRIMERA LECTURA.

Lectura de la profecía de Zacarías 12,  10-11;  13, 1

Así dice el Señor: 

«Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. 

Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito.

Aquel día, será grande el luto en Jerusalén, como el luto de Hadad‑Rimón en el valle de Meguido.» 

Aquel día, se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 62.

Antífona: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío. 

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma esta sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos.

Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 3,  26-29

Hermanos: 

Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. 

Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. 

Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres,
porque todos sois uno en Cristo Jesús. 

Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

EVANGELIO.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 18-24

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.» 

Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» 

Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»


Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»

Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.»

 

Comentario a la Palabra:

Aquel día, se alumbrará un manantial

A finales de los años 80 del primer siglo, el evangelio según San Marcos tenía la misma edad que hoy tiene la World Wide Web. Marcos había tenido la genialidad de componer por vez primera un relato sobre Jesús en el que se presentaban los eventos más importantes de su vida en una narración unificada y más o menos coherente. La red de comunidades cristianas que se extendían ya por gran parte del Imperio Romano había difundido con relativa rapidez este escrito.

Entonces, dos autores que no se conocían entre sí decidieron producir la versión 2.0 del invento. La tradición les ha llamado Mateo y Lucas, pero en realidad no estamos seguros de sus nombres, y casi seguro ninguno de los dos fue un testigo directo de la vida de Cristo. Mateo y Lucas, llamémoslos así para no liar más las cosas, copiaron casi íntegramente el evangelio de Marcos, que era ya un “libro de culto” entre los seguidores del excéntrico judío, pero introduciendo cada uno por su lado importantes modificaciones.

A la mitad del evangelio según San Marcos, Jesús pregunta a sus discípulos: ¿Quién decís que soy yo? Esta pregunta por la identidad de Cristo es el centro de este evangelio, no sólo porque divida la narración en dos partes más o menos iguales, sino porque es la pregunta que da sentido a todo el relato. ¿Quién es Jesús? ¿Quién es realmente este hombre?

Mateo copia este pasaje de Marcos, pero lo reelabora de manera sustancial. Pedro no contesta como en Marcos “Tú eres el Mesías” (Marcos 8,29), sino “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”. A lo que Cristo responde con su famoso “Y Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mateo 16,18). Lucas, sin embargo, deja las cosas mucho más como las encuentra en el texto de Marcos. Sólo añade algunos pequeños retoques, entre ellos, la inserción de la frase: “Una vez que Jesús estaba orando solo” con el que arranca todo el pasaje. A Lucas le encanta presentar a Jesús rezando, especialmente antes de hacer algo importante; este evangelista no pierde oportunidad para recordarnos lo importante que era para Jesús orar, y lo esencial que es para nosotros.

En la primera lectura, Zacarías predice una gran desgracia nacional, el ataque concertado de las naciones contra Jerusalén: “Serán saqueadas sus casas y violadas sus mujeres” (14,2). La conexión entre este pasaje del Antiguo Testamento y el tema del evangelio (“¿Quién es Jesús?”) es la misteriosa expresión “Me mirarán a mí, a quien traspasaron”.

En el contexto de la frase, parece que ese “yo” a quien traspasaron fue Dios mismo, puesto que es Él quien está hablando. Algunos buenos conocedores del texto hebreo, para evitar la imagen aberrante de alguien clavándole un arma blanca al propio Yahvé, han sugerido traducir la frase como “Me mirarán a mí (=Dios) a causa de aquel a quien traspasaron”; pero en este caso, ¿quién es el “traspasado”? La verdad es que nadie sabe a ciencia cierta qué quiso decir Zacarías, si la víctima de la agresión es Dios mismo u otro personaje enigmático. El evangelista Juan lo tuvo claro: La profecía se refería a Cristo crucificado (Juan 19,37).

Lo que sí está expresado con toda claridad es que la muerte de este misterioso personaje causará un gran duelo: “Harán llanto como llanto por el hijo único […], como el luto de Hadad‑Rimón en el valle de Meguido”. En la batalla de Meguido, en un lugar que el profeta identifica como Hadad‑Rimón, murió trágicamente el rey Josías, la gran esperanza de Israel (año 609 a.C.). Varios libros bíblicos hablan de la conmoción que vivió todo el país a causa de aquella terrible desgracia.

En la Historia del pueblo de Israel, en realidad en la historia de cualquier pueblo que lleve el suficiente tiempo sobre la tierra, no faltan los episodios de violencia y brutalidad. Cuando le faltaban pocos meses para morir, a sus casi ochenta años, mi padre nos relató una escena terrible de la que había sido testigo en su infancia, durante la Guerra Civil española. ¿Qué país de América, Europa, Asia o África no ha vivido las salvajadas de los hombres, sus gobiernos y sus ejércitos? Y sin tener que hacer un viaje en el tiempo: Kirguistán, Darfur, Haití,…

La Biblia no se retrae ante el sufrimiento humano, pero no se detiene ahí: “Aquel día, se alumbrará un manantial” – escribe Zacarías. Las lágrimas se transformarán en una fuente que curará a la Humanidad del mal.

Para los primeros cristianos, celebrar el bautismo era sumergirse en esa fuente. Al emerger del agua, la comunidad reunida oraba con las palabras que trascribe la Carta a los Gálatas:

Ya no hay distinción
entre judíos y gentiles,
esclavos y libres,
hombres y mujeres

El perdón de Dios nos ha hecho a todos iguales. Ya nadie es más que nadie, todos somos seres humanos perdonados, primicias de una Humanidad que hace luto y se asombra por esta gracia y clemencia inesperadas, como quien descubre un manantial.
Y la corriente de lágrimas que surca la Historia se arremansa en esa oración de Cristo, en el momento de silencio y soledad retratado por Lucas, antes de lanzar a los apóstoles y a todos nosotros la pregunta esencial: “¿Quién decís que soy yo?”
Cada evangelista trascribe una respuesta distinta de Pedro. Es lo de menos. Entender quién es Jesús no consiste en responder con rigor teológico a la pregunta por la identidad del Cristo. Es seguir su camino abiertos al dolor del mundo, “cargando con la cruz”.

Esta semana he tenido la rara fortuna de escuchar el Cuarteto para el Final de los Tiempos, de Olivier Messien. El compositor francés escribió esta partitura en el Campo de concentración de Görlitz, durante la Segunda Guerra Mundial, en el único lugar donde podía estar solo: las letrinas. La obra se estrenó en una heladora noche de enero de 1941, en la barraca 27, ante 5000 prisioneros de guerra. Quizás la más bella música del siglo XX. El clarinetista y el violinista habían conseguido traer sus instrumentos al cautiverio. Los prisioneros hicieron una colecta para conseguir un violonchelo. No costó mucho, pero le faltaba una cuerda. El propio compositor tocó un piano medio roto, que había encontrado arramblado en un almacén del campo.

No lo sabían, pero aquellos cuatro músicos, un judío, dos ateos y un católico, estaban salvando Europa.

En este continente, aún vivimos de ese caudal de coraje y bondad que amasaron aquellos hombres y mujeres excepcionales. La generación que puso en marcha el Mercado Común, la que alumbró el nacimiento de la Unión Europea. Un capital que hemos venido dilapidando frívolamente, viviendo como si en nuestra convivencia sólo contase el dinero, las facilidades y seguridades que puede comprar.

A veces, te sientes como seco, incapaz de sentir el dolor propio o el ajeno. Entonces el llanto sobreviene como una liberación. Aquel día, se alumbrará un manantial.