19 de septiembre. Domingo XXV del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura de la profecía de Amós 8, 4-7.
Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: «¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?»
Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 112.
Antífona: Alabad al Señor, que ensalza al pobre.
Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono
y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a Timoteo 2, 1-8.
Querido hermano:
Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro.
Eso es bueno y grato ante los ojos de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos: éste es el testimonio en el tiempo apropiado: para él estoy puesto como anunciador y apóstol -digo la verdad, no miento- maestro de los gentiles en fe y verdad.
Quiero que sean los hombres los que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de ira y divisiones.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 16, 1-13.
En aquél tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido’.
El administrador se puso a echar cálculos: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa’.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi amo?’
Éste respondió: ‘Cien barriles de aceite’.
Él le dijo: ‘Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta’.
Luego dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’
Él contestó: ‘Cien fanegas de trigo’.
Le dijo: ‘Aquí está tu recibo, escribe ochenta’
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.»
Comentario a la Palabra:
No sólo buenos
-¡Despedido!- El relato evangélico de hoy comienza con su protagonista engrosando la larga lista de los desempleados. El administrador de un hombre rico se queda en el paro. Para salir del trance, no se limita a ponerse en la cola del INEM o hacer un cursillo para “trabajar por el país”. Su idea es más ingeniosa y desconcertante; quizás demasiado indecente para figurar en las sagradas páginas de la Biblia. Pero ahí está.
Hoy lo llamaríamos “ingeniería financiera”. El administrador despedido emplea su última jornada de trabajo para hacer un poco de “contabilidad creativa”. Una versión rudimentaria de lo que tan bien practicaron los ejecutivos de Enron, Lehman Brothers o Afinsa. “¿Debes a mi amo 100? Cambia tu recibo por este otro que dice 50”. Luego, se sobreentiende, favor por favor. Como escribía un humorista esta semana, tener conocidos importa más que tener conocimientos a la hora de encontrar un nuevo trabajo.
Lo que hace el “administrador inteligente” –así lo llama el evangelio– no es sólo inmoral, pertenece al tipo de prácticas empresariales deshonestas que nos han metido en la crisis mundial en la que nos encontramos.
Walter Pavlo era un directivo de alto nivel en la empresa de telecomunicaciones MCI. Joven ingeniero con un Máster en administración de empresas, era el responsable de una división que cobraba facturas por valor de 1000 millones de dólares al mes. Cuando la empresa empezó a tener fuertes pérdidas, debido a los recibos impagados, sus jefes le ordenaron maquillar la contabilidad, para que los accionistas no pudieran darse cuenta de los más de 200 millones que había dejado de ingresar. Asqueado, fue a contarle a un amigo los engaños que debía hacer para su empresa. “Todo el mundo hace trampas –le dijo su colega– lo que tienes que descubrir es cómo enriquecerte tú con ellas” Estas palabras fueron como un virus inyectado en su cerebro. No dejaban de resonar en su mente. La tentación no le dejaba dormir. Una noche, tumbado en la cama, tomó la decisión, no se resistiría más, lo haría. Al día siguiente, acudió a una de las empresas que debía dinero a su compañía. Deben uds. Un millón de dólares. Puedo dejárselo en 250.000, pero han de mandar el dinero a una cuenta de las Islas Caimán. En sólo seis meses, se hizo con una fortuna de varios millones en el paraíso fiscal. Pero esta vez era su conciencia la que no le dejaba dormir, su conciencia y la vigilancia policial a la que estaba sometido. Finalmente, no pudo con la presión, se derrumbó y se entregó al FBI. En su confesión repite varias veces que él había sido un buen chico, hijo de padres católicos, estudiante modelo, hasta había sido monaguillo… Pasó sólo varios años en la cárcel. Su mujer se divorció de él, separándole de sus dos hijos. Nunca podría volver a ejercer su profesión de administrador de empresas.
Siempre me ha intrigado la fascinación por el dinero de personas que ya lo tienen todo. Tienen más que suficiente para una vida cómoda y feliz, una posición social y profesional envidiable, muchas veces incluso una familia que les quiere. Y se arriesgan a la cárcel y a perderlo todo por ganar un dinero con el no van a mejorar su calidad de vida. El dinero tiene este poder de fascinar, hasta el punto de hacernos perder el sentido de la realidad.
El protagonista del evangelio de hoy actúa acuciado por la necesidad. Se ha quedado en el paro, pero lo que hace no es menos fraudulento que las prácticas contables que llevaron a Pavlo a la cárcel. ¿Por qué trae Jesús a un pájaro de esta calaña a las páginas de su evangelio? Claramente, Cristo no aprueba el comportamiento del “administrador injusto”, pero admira su inteligencia.
El dinero es injusto, también aquel que ganamos honradamente. Esto es tan innegable como que una familia en Níger puede comer un día –en lugar de no comer– con lo que yo me gasto en un café. Los dados trucados nos favorecen. Pero Jesús no nos llama a una actitud puritana.
San Francisco pedía a sus discípulos que pusieran tanta imaginación y esfuerzo en ser pobres como aquellos que quieren hacerse ricos en enriquecerse. La llamada evangélica a la pobreza no es solo ni fundamentalmente una renuncia. Es utilizar nuestra inteligencia e imaginación para inventar un estilo de vida en el que la simplicidad está al servicio de la acogida.
No se trata de atravesar la vida sin mancharnos, evitando los conflictos y fatigándonos lo menos posible. La Iglesia a veces ha promovido una moral en el que se ponía más énfasis en no-hacer, “no cometer pecados”, que en hacer el bien. Jesús mira hoy con cierta admiración a los “hijos de este mundo”, tan activos y sagaces; un poco cansado quizás de la pasividad de los “hijos de la luz”.
No se puede servir a dos amos. Sólo Dios es el Señor que da la vida. El dinero es un medio, un instrumento que hay que aprender a manejar con destreza, atentos y prevenidos, porque ha seducido a gente más inteligente que nosotros. Nadie está libre de su poder hipnótico. Pero el Reino de Dios tiene también su propio poder y atracción.
Jesús nos llama a “invertir” nuestro dinero en lo que es verdaderamente valioso: la amistad, la fraternidad, el amor. Esto que parece más frágil y sobre todo menos tangible que los bienes materiales es para Jesús el verdadero tesoro.
“¡Ganaos amigos con el dinero injusto!” ¿Tienes dinero? Utilízalo en aquello que crea fraternidad. Inviértelo en proyectos que benefician a los que nada tienen, pero que son tan hijos e hijas de Dios como tú. No te quedes paralizado ni por la seguridad aparente de la cuenta corriente ni por un puritanismo religioso que busca ante todo la tranquilidad de conciencia. ¡Atrévete a dar!