3 de octubre.
Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA.

Lectura de la profecía de Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4.

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: «Violencia», sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?

El Señor me respondió así: «Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.»                           

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 94.

Antífona: Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis vuestros corazones.

Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.

Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. 
Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras.»

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo  1, 6-8. 13-14.

Querido hermano:

Reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor en Cristo Jesús. Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 17, 5-10.

En aquél tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»

El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a es morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’. Y os obedecería.

Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: ‘En seguida, ven y ponte a la mesa’? ¿No le diréis: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú’? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ‘Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.’»

Comentario a la Palabra:

UNA MORERA EN EL MAR

Para quien esté habituado a la lectura del evangelio quizás no le sorprendan algunas de las frases que hoy se leen y proclaman. Quien lea o escuche por primera vez algunas de estas afirmaciones, puede que le produzcan cierta perplejidad. Por ejemplo, eso de “plantar una morera en el mar”… o ese amo que llega a casa con tan mal humor que habla a su empleado, como lo más natural, con cierta displicencia. Y al final del evangelio, la recomendación de que te autoconvenzas  que eres, además de “siervo”, un “inútil”.

Así de entrada, sería como para responder: Mañana me lo explicas. Hoy tengo cosas más positivas que hacer.

Pero el domingo se va a leer este evangelio en todas las iglesias católicas. Vale la pena no quedarnos en la sola impresión de molestia. También, porque sabemos que ese no es el mensaje de Jesús.

La actitud de Jesús con sus discípulos nos deja claro que él ni nos quiere “siervos”, ni nos sueña “inútiles”.  Él se hizo “siervo” para que no lo fuera nadie más. Quizás es llegada la hora de superar el uso tópico de la frase “siervos inútiles somos”. Que no. Que eso no es el Evangelio, por muy domesticados que nos deje. O quizás por eso, porque el Evangelio no es una adormidera.

Jesús nos ha pedido que nos relacionemos con Dios desde el amor, desde el generoso don de sí. Con relaciones de comunión y fraternidad en el mismo Jesús. Nunca con relaciones de Amo–Siervo.

¿Pero cómo vivir esa relación de una manera verdadera, sin cinismos ni manipulaciones? ¿Hay en nosotros la energía necesaria para una relación con Dios de estas características?.

Yo enciendo una vela para conseguir algo. Voy a misa para conseguir algo. Creo en Dios para conseguir algo. ¿Cómo salir de ahí?

La parábola es un alegato contra la actitud farisaica que planteaba la relación con Dios como la del esclavo frente a su amo. Si los fariseos cumplían con las normas, Dios tenía que cumplir. Porque cumplían escrupulosamente, se creían ante Dios con derechos adquiridos. Y Jesús, que no responde a la petición de sus discípulos, espera que descubramos que esa manera de relacionarse con Dios no lleva a ninguna parte.

No podemos creer y crear cuando nos relacionamos con Dios como si fuéramos sus esclavos. Es la ironía latente en el evangelio de hoy. Hemos de descubrir esa energía que nos permite actuar en libertad, en amor entregado, en autonomía abierta al misterio de Dios siendo lo que somos. Y somos esa fuerza de Dios aquí, en nosotros.

Nos falta descubrir algo oculto en el minúsculo grano de mostaza. ¿Qué hay en él para que Jesús lo equipare con la fe? El germen de una vida llamada a desarrollarse. Esa energía está en cada uno de nosotros. Es una realidad íntima, que crece desde el adentro y al contacto con la tierra.

Ese germen es Dios en nosotros queriendo expandirse, crecer. Con raíces en la tierra. Con frutos que alimenten a los demás. ¿Cómo dejar a Dios desplegar esa realidad en nosotros? Dándole nuestra existencial confianza. No frenando la fuerza expansiva de su gracia en nuestras vidas.

Dios quiere que el ser humano sea el señor de la creación, no su siervo ni su esclavo. Esa hipérbole de la morera nos dice que Dios ha puesto en nosotros la fuerza de bien suficiente como para que hasta la naturaleza experimente la reconciliación a través nuestro.

¡Una morera en el mar! Sabe a sueños de Isaías. Al lobo y al cordero.

¿Qué somos verdaderamente? Ni lo imaginamos. Dios ha puesto esa fuerza en nosotros.
Sabemos que las personas más logradas, en la medida en que se conocen más, se hacen sencillas, libres, humildes. Dicen que Madre Teresa de Calcuta tenía claro y repetía que ella no había hecho nada. Pero la fe orientó su existencia pese a la oscuridad más intensa.

Dios no va a venir a poner mi morera en el mar, más bien tendré que ser yo quien descubra su presencia en lo hondo de la realidad. Soy yo quien he de hacer ese camino de fe, confianza, entrega, desgaste, resistencia y lucha hasta el final. Hasta anular el mal y encontrar salvación incluso atravesando los desiertos de la sed. Esa es la fe. La que me hace mover montañas de indiferencia, superar sufrimientos, mirar a los ojos del absurdo, integrar y asumir para experimentar salvación. Y no tengo que pedírselo a nadie porque ya Él nos lo ha dado todo. Ahora depende de mí.

Es creyente quien ayuda a Dios para que venga su Reino. Quien acoge su amor y lo entrega como don, como gracia, como gratuidad, porque queriendo conocerse lo ha descubierto.

“Tener fe es ser capaz de bajar lo suficiente al fondo de mí mismo, para anular el efecto negativo de cualquier limitación”.

Bajemos hasta ese minúsculo lugar al que hoy nos invita Jesús. Allí donde está el germen de vida que Dios ha puesto en nosotros. Y dejémoslo estallar. Dios nos quiere capaces de esa plenitud.

¿La fe o las obras? Ni el mar ni la morera. La potencialidad del grano de mostaza.