13 de enero. Bautismo del Señor

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 42, 1-4. 6-7.

Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.

Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»

SALMO RESPONSORIAL.  Salmo 28.

Antífona: El Señor bendice a su pueblo con la paz.

Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales. 
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica.

El Dios de la gloria ha tronado. 
En su templo un grito unánime: “¡Gloria!” 
El Señor se sienta por encima del aguacero,
el Señor se sienta como rey eterno.

 SEGUNDA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34-38.

 En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.  Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.

Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea.  Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios esta con él.»

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 3, 13-17

En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.

Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»

Jesús le contestó: «Déjalo ahora.  Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.»

Entonces Juan se lo permitió.  Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.  Y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»

 

Comentario a la Palabra:

“El Que ha de Bautizar
con Espíritu Santo”

El evangelio de san Juan sustituye hoy al de san Mateo, que leeremos a lo largo de este año.  Viene a prolongar la reflexión que el domingo pasado se hacía sobre el bautismo de Jesús.  San Juan no narra la escena del bautismo, aunque sí el encuentro con Juan Bautista mientras éste lleva a cabo su campaña de conversión.

La omisión de la escena del Bautismo de Jesús responde al propósito del autor de este evangelio de pasar cuanto antes del relato al discurso, de los hechos de la vida de Jesús a su significado para la vida cristiana.  La institución de la Eucaristía no aparece en el relato de la última Cena.  Pero, a cambio, gran parte del Discurso del Pan de Vida (Juan 6) explica el sentido de “comer la carne y beber la sangre de Jesús”.  No se describe la actividad del Bautizador ni su atuendo ni su forma de vida, porque lo más importante es su “testimonio” en favor de Jesús.  Después de la entrevista con Nicodemo (cap. 3), se menciona de pasada el lugar donde bautizaba Juan, “Enón, cerca de Salim” (Juan 3,23), donde “también bautizaba Jesús”.  Son datos sueltos que ni dentro del mismo evangelio ni en la topografía de Palestina encuentran con seguridad su sitio.  Es posible que de fondo estén las tradiciones relativas al mismo Juan, o bien que sea una referencia al camino de Jesús, el cual desde la región al norte del Mar Muerto, iba camino de Galilea y, por un tiempo, se detuvo en Samaría, región donde algunos sitúan Enón y Selim.

Tiene más interés la discusión “entre los discípulos de Juan y un judío respecto de la purificación” (Juan 3,25).  “La purificación”, kazarismós, es una referencia a los ritos de purificación típicos de la religión judía.  En Qumran abundaban los baños rituales, que suplían los ritos de expiación en el Templo.  En este cambio pudo inspirarse el bautismo como lavado ritual practicado por Juan, también al margen del Templo.  El paso siguiente será el “bautismo en el Espíritu”.  La expresión alude a una purificación interior, más allá de los elementos rituales.  Nace de la acción del Espíritu de Jesús, pero la ha de llevar a término quien se bautiza en cristiano.  El Salmo alude a la sustitución de los sacrificios expiatorios por un retorno personal a Dios.  En lugar de los sacrificios, “me abriste el oído” y, a la llamada a la conversión, la persona da el “¡aquí estoy!”.  El texto griego, que cita la carta a los Hebreos (9,10), dice:  “en cambio me preparaste un cuerpo”.  En ambos casos, es la persona con su decisión y libre aceptación la que está llamada en causa.

Todo esto tienen hoy actualidad añadida, dado el rechazo del bautismo cristiano por parte de quienes pretenden cancelar su adscripción a la Iglesia como bautizados o de quienes reconocen que el haber sido bautizados por sus padres en una edad temprana carece de todo valor en su orientación vital.  El bautismo con agua es un presupuesto para la aceptación personal del bautismo.  Si no se da el paso siguiente, si falta la educación en la fe y el adulto no hace suyas las promesas de vivir cristianamente, el bautismo con agua es solamente un ofrecimiento que se rechaza, una posibilidad que no se desarrolla.

En esta clave es posible leer el fragmento del libro de Isaías en la primera lectura. Los “Cánticos del Siervo” describen la imagen del “siervo ideal”.  Acostumbrados a buscar figurones detrás de estos retratos del “siervo”, se han sugerido los nombres de ciertos reyes que superaron la media, generalmente muy baja, de los reyes-mesías de Israel.  No hay por qué pasar esas referencias ni al Bautista ni al mismo Jesús.  En los “Cánticos” se describe una conducta apropiada para quienes, viviendo en el destierro de Babilonia o en otros lugares de la Diàspora, se mantenían fieles al ideal de conducta del judaísmo auténtico.  Eran mujeres  y hombres a quienes se les enseñaba que, por nacer dentro de un “pueblo santo”, tenían por ese mismo hecho, “desde el vientre materno”, una vocación de testimonio y servicio: servicio religioso en obediencia o fidelidad al Dios de Israel; testimonio, como forma pública de vida en medio de una población no judía.

El bautismo de Jesús no fue un ritual de purificación, sino una ceremonia de proclamación.  El testimonio de Juan lo proclama “Hijo” y “Cordero que quita el pecado del mundo”.  Del mundo y de la teología, como presupuesto habitual de todas las formas religiosas que primero hunden a la persona en su miseria existencial a fin de ofrecerle después remedios para salir de ese abismo.

Si el Cordero quita el pecado, el bautismo cristiano puede prescindir de ese elemento previo.  La persona que se bautiza cristianamente recibe ante todo una proclamación semejante a la que recibe Jesús (“Tú eres mi Hijo”) y una invitación a vivir en esa condición nueva, acercándose lo más posible al espíritu de Jesús.

Hay correspondencia entre el “Siervo Paciente” del libro de Isaías y el Cordero que quita el pecado del mundo.  El “pecado del mundo” es una designación global de la maraña de injusticia y maldad que nos hace avergonzarnos de nuestra historia como integrantes de la humanidad.  Es el “imperio del mal”, no como designación genérica, sino como indicación de las personas que han sido y son capaces de crear condiciones de vida infame para multitudes humanas.  En los tiempos a que se refiere el libro de Isaías ese imperio de maldad se movía a sus anchas en las tierras de Mesopotamia, por donde hoy campan también las huestes del terrorismo.  En tiempos de Jesús el mundo podrido estaba gobernado por un sacerdocio corrupto y la fuerza política de Roma.  Y en aquella red de maldad, la victoria será para el Cordero que quita el pecado del mundo.  Un corderillo, en medio de tantas fieras, soñaba un mundo en el que hasta un niño pequeño podría meter la mano en la “hura del áspid” (Isaías 11,8).

“Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, dice el celebrante antes de la Comunión.  El Pan es el Cordero, esto es, Jesucristo que nos invita a afirmar la fe en el perdón y en la llamada a una vida de santidad por el bautismo.  “Consagrados por Cristo Jesús” son quienes en su nombre y por gracia de su Espíritu se niegan a colaborar con la maldad en el mundo y, hasta donde les toque, en su propia vida.