30 de enero.
Domingo IV del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura de la profecía de Sofonías 2,3; 3, 12-13.
Buscad al Señor, los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la moderación, quizá podáis ocultaros el día de la ira del Señor.
«Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 145.
Antífona: El Señor es compasivo y misericordioso.
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
él hace justicia a los oprimidos, él da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos.
Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 1, 26-31
Hermanos:
Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así –como dice la Escritura- «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor».
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5, 1-12a.
En aquél tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»
Comentario a la Palabra:
Literariamente las bienaventuranzas, que vienen a ser el prólogo del Sermón del Monte, pertenecen al género de “macarismo”, por el término griego makários, en plural makárioi, que significa dichoso o feliz. En el griego homérico makários era el adjetivo con que se designaba la dicha de la divinidad, libre de las fatigas y problemas de la vida en el mundo. También cualificaba la felicidad de los ricos, porque viven al resguardo de las calamidades que amargan la vida a la generalidad de los mortales. La dicha que en grado inferior éstos podían alcanzar se expresaba con el término eudaimonía.
Al abrir la enseñanza de Jesús con una serie de macarismos, Mateo quiso poner de relieve el carácter alegre del mensaje evangélico, como rasgo típico de la predicación de Jesús. En verdad los macarismos no eran una novedad para los judíos. A quien esté habituado al rezo del Salterio le resultará fácil componer una letanía de bienaventuranzas:
“Dichoso quien no sigue el consejo de los impíos” (Salmo 1,1).
“Dichoso quien cuida del pobre y del desvalido” (Salmo 41,1).
“Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia” (Salmo 106,3).
“Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos” (Salmo 112,5).
“Dichoso el que con vida intachable camina en la ley del Señor" (Salmo 119,1).
Que el Salterio sea fuente de inspiración para las bienaventuranzas evangélicas, lo demuestra la bienaventuranza añadida en el versículo 5 con palabras del Salmo 37,11. En otras resuena la seguridad de que “el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos” (Salmo 34,19); que “quienes siembran entre lágrimas cosecharán entre cantares” (Salmo 126,5); que al monte del Señor solamente puede subir “quien tenga manos inocentes y puro el corazón” (Salmo 24,4).
Esta forma de hablar era normal en el judaísmo contemporáneo, como demuestran los documentos de Qumran, entre los que aparece también una serie de ocho bienaventuranzas, de esta guisa: “Dichosos ...” “Dichoso quien dice la verdad con un corazón puro y no calumnia con su lengua”. “Dichosos quienes se atienen a sus decretos y no se apegan a sus caminos perversos”. “Dichosos quienes se alegran por ella (la verdad, o la sabiduría) y no se extravían por caminos de locura”. “Dichosos los que la buscan con manos puras y no la solicitan con un corazón astuto”. “Dichoso quien ha alcanzado la sabiduría y camina en la ley del Altísimo ...”
Pero tanto en Qumran como en el Salterio hay una insistencia en la sabiduría que da el estudio y cumplimiento de la Ley. La bienaventuranza del Salmo 1 se dirige a quien se aparta del camino de los pecadores, porque “encuentra en la Ley del Señor su gozo y medita su Ley día y noche”. Idéntico motivo en la serie de Qumran: “Dichoso quien ha alcanzado la sabiduría y camina en la Ley del Altísimo”.
Las bienaventuranzas del evangelio no llegan tan alto, no se dirigen a personas capaces de meditar los rollos de la Ley para encontrar allí la sabiduría. Es probable que la mayoría de quienes escuchaban a Jesús no hubieran abierto jamás un rollo de la Ley. Jesús dirige su felicitación a personas que quizás no sabían leer. Su camino hacia Dios no lo marcaban los libros, sino que habían de dirigirse a Él partiendo de la dura brega con la realidad diaria. La proximidad del reinado de Dios, tema central de la predicación de Jesús, significaba que no era preciso salir del ámbito de la vida cotidiana para descubrir la proximidad y la urgencia de Dios.
El Sermón del Monte no se ocupa de la sabiduría, sino de la justicia. La última bienaventuranza aproxima la felicitación académica a la vida real de la pobre gente de Galilea y de la primera comunidad a la que se dirigió el evangelio. Jesús hablaba de Dios partiendo de lo que realmente interesaba a la gente sencilla, pobre y perseguida, “insultada y calumniada”. No es la predicaciòn habitual de quien no hace más que echar en cara al auditorio sus pecados. Muchos lectores han encontrado aquí inspiración para sus proyectos de cambio social, desde Tolstoi a Gandhi y Martín Luther King.
La razón de felicitar a los pobres y afligidos, a los llorosos y hambrientos, no está en que pobreza, hambre, llanto sean valores apetecibles. Como tampoco lo es la persecución, que sufrían los seguidores de Jesús cuando se escribió el evangelio. La razón está en que, a pesar de sentirse insultados, perseguidos y calumniados, hay motivo para conservar la alegría. El primero que se hizo merecedor de la felicitación “a pesar” de la persecución a muerte fue el mismo Jesús. Dado el sentido impreciso de las conjunciones que tienen detrás un texto hebreo, incapaz de forma período, pues tiene una estructura paratáctica, el “cuando” del versículo 11 equivale a nuestro “a pesar de”.
Las bienaventuranzas se comprenden mejor a partir de las frases finales, aunque en ellas no aparezca el término “dichoso”. Pero dan razón del alcance de estas felicitaciones paradójicas. “Estad alegres, aunque os persigan, aunque tengáis el espíritu abatido, aunque seáis pobres. Y que esa alegría os ayude a mantener el corazón abierto al prójimo, no endurecido por el sufrimiento cruel que hace a una persona insensible. La alegría de saber que Dios está de vuestra parte os ayudará a mantener el corazón limpio y a empeñar vuestra vida por la causa de la paz, para que nadie tenga que sufrir lo que vosotros sufrís”.
Se activa la persecución masiva contra los cristianos. Nos cuesta creer que en el año 2010 fueron asesinadas 150.000 personas cristianas por animadversión religiosa. Pero habrá sido así. Las Bienaventuranzas afirman la salvación, como lo hace también el prólogo que antepone la salvación liberadora a los Diez Mandamientos: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te liberó de la esclavitud..." (Exodo 20,2). Al necesitado o perseguido se le puede dar la enhorabuena cuando se le asegura que Dios caminará a su lado en la marcha hacia la libertad, porque la barbarie del mal ni la quiere Dios ni es nuestro destino.