3 de abril.
Cuarto Domingo de Cuaresma

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del primer libro de Samuel 16, 1b. 6-7- 10-13a.

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: «Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.»

Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: «Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.»

Pero el Señor le dijo: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia: el Señor ve el corazón.»

Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: «Tampoco a éstos los ha elegido el Señor»

Luego preguntó a Jesé: «¿Se acabaron los muchachos?»

Jesé respondió: «Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.»

Samuel dijo: «Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.»

Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel: «Anda, úngelo, porque es éste.»

Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 22.

Antífona: El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan  todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 5, 8-14.

Hermanos:

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38. (Breve)

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»

Unos decían: «El mismo.».  Otro decían: «No es él, pero se le parece.»

Él respondía: «Soy yo.»

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»

Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.». Otro replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»

Él contestó: «Que es un profeta.»

Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»

Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»

Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»

Él dijo: «Creo, Señor.»

Y se postró ante él.

Comentario a la Palabra:

"Yo soy la luz del mundo"

La imagen de la luz aparece en la primera parte del evangelio de san Juan, desde el prólogo hasta el capítulo 12.  Describe la confrontación del cristianismo naciente con la resistencia de gran parte del pueblo judío a recibir el mensaje del evangelio.

curación del ciego de nacimiento presenta dramáticamente ese rechazo, anunciado en términos generales desde el prólogo del evangelio: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo” (Juan 1,9).  Aunque el rechazo de la Luz viene de  “los suyos”, los de “su casa”, el evangelio mantiene una visión más universal: “cuantos lo recibieron”, “quienes creen en su nombre”.  Incluso en un diálogo directo con la gente que le acompañaba en su ingreso en Jerusalén, Jesús mantiene la referencia a la humanidad en general: “Caminad mientras tenéis luz… mientras hay luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz” (Juan 12,35-36).

Es precisa esta cautela, porque resulta hiriente la identificación de la incredulidad con el judaísmo.  Desde el concilio Vaticano II se había omitido en las preces solemnes del Viernes Santo la mención de la ceguera de los judíos.  El texto aprobado posteriormente para la celebración de la misa en latín, aunque no menciona la ceguera, recoge la esperanza de que los judíos reconozcan a Jesús como salvador de todos los pueblos, ya que, cuando todas las naciones lleguen a la fe, también Israel será salvado. 

Representantes del judaísmo han manifestado su disgusto por estas expresiones.  Lo mejor es dejar a los judíos en paz, sin juzgar su propio camino de salvación.

El ciego de nacimiento es uno de los personajes centrales del evangelio de Juan, junto con Nicodemo, la Samaritana, Marta y María.  Los diálogos de Jesús con el ciego y con los fariseos se encuentran en uno de los pasajes literariamente más elaborados de este evangelio.  En la comunidad en la que se redactó el evangelio de Juan, subsistía un grupo expulsado de la sinagoga, tal como lo había anunciado Jesús: “os expulsarán de las sinagogas” (Juan 16,2; la expulsión se menciona en 9,22 y 12,42).  El conflicto con el judaísmo se desarrolla ampliamente en este relato de la curación del ciego y se justificaría por la pretensión de Jesús de “hacerse igual a Dios” (Juan 5,18).

Sorprende que Jesús aparezca a veces hablando como si Él no fuera judío (Juan 7,19; 8,17; 10,34).  En realidad el cuarto evangelio no se entiende fuera del ámbito cultural y religioso del judaísmo, como demuestra la insistencia en la fiesta central judía de la Pascua (Juan 2,13; 6,4; 11,5; 13,1), en la fiesta de los Tabernáculos, mencionada en 7,1, como tiempo de la estancia de Jesús en Jerusalén, que se prolonga hasta 10,22, donde se introduce la mención de la fiesta de la Dedicación o Janukáh (Juan 10,22).  La piscina de Siloé, mencionada solamente en Juan 9,7.11 (el lugar lo menciona Lucas 13,4), alude a un rito de la fiesta de los Tabernáculos.  Cada día una procesión subía desde Siloé hasta el Templo para derramar unas jarras de agua sobre el altar de los holocaustos.  A esta práctica se refiere la promesa del agua viva (Juan 7,37-39).

Si dejamos a los judíos en paz, nos sobran grupos que cubren con igual o mayor derecho el papel de la incredulidad.  Porque la fe no se evidencia por sí misma.  Si la luz fuera el ambiente normal en que transcurre nuestra vida, no habría escape posible hacia la tiniebla.  Pero, como reconoce el autor del relato tan ordenado de la creación (Génesis 1), la separación de los elementos no elimina la tensión día/noche, luz/tinieblas.  En el libro de Isaías se refleja también la misma tensión.  Por un lado, se promete “que se despegarán los ojos de los ciegos” y “los oídos de los sordos se abrirán” (Isaías 35,5). 

Pero igualmente se asegura que escuchar no es garantía de comprensión y que ver no asegura entender.  Se requiere además un corazón bien dispuesto, “no embotado”, para que el oído no se endurezca ni los ojos se cierren (Isaías 6,9-10).  “Que los ciegos ven”, es una de las señales que Jesús trasmite a los discípulos de Juan Bautista como prueba de su condición mesiánica (Mateo 11,4).  Sin embargo, no es un signo irrefutable, porque el juicio que Jesús trae al mundo se orienta a que “los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos” (Juan 9,39). Con igual dureza juzgan los otros evangelistas la incomprensión del auditorio, a pesar de la enseñanza en parábolas (Mateo 13,14-15).

De nosotros depende dar sentido a la metáfora de la Luz, que es Cristo.  El texto de la carta a los Efesios, que hoy escuchamos en la segunda lectura, responde a ese cambio de perspectiva.  El Sermón de la Montaña propone el ideal de ser “luz del mundo”, de hacer “brillar nuestra luz” de modo que “viendo nuestras buenas obras, sea glorificado el Padre que está en los cielos” (Mateo 5,13-16).  En la carta a los Efesios la exigencia moral se formula de manera más apremiante: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.  Damos forma a la metáfora de la luz cuando nuestros ojos está “sanos” y así todo el cuerpo estará iluminado (Mateo 6,22; Lucas 11,34. 36).  De la salud orgánica de la persona nace la buena conducta y desaparece el miedo de ponerse a la luz.  El esfuerzo de limpieza moral se fundamenta cuando nosotros construimos nuestra vida moralmente luminosa como “luz en el Señor“.

La curación del ciego es un “signo”, un hecho que tiene una verificación real y un significado simbólico.  El público ilustrado define gustosamente los milagros del evangelio como relatos simbólicos.  Pero en el caso de este ciego lo que hiere y lo que muchos rechazan es precisamente el significado simbólico.  Los jueces de Jesús pertenecen al grupo fariseo, un grupo laico, celoso de las observancias judías.  Éstos, “ciegos, guías de ciegos” (Mateo 15,14), se atreven a juzgar a Jesús.  Pero los acusadores son a su vez acusados: “¿También nosotros estamos ciegos?”  La respuesta de Jesús es dura porque responde a la dureza de corazones empecinados: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís «vemos», vuestro pecado permanece” (Juan 9,40).