10 de abril.
Quinto Domingo de Cuaresma

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del profeta Ezequiel 37, 12-14.

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 129.

Antífona: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a la aurora.
Aguarde Israel al Señor como el centinela a la aurora.

Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa;
y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 8, 8-11.

Hermanos:

Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.

Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45. (Breve)

En aquél tiempo, las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.» Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»

Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»

Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»

Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»

Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»

Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó «¿Dónde lo habéis enterrado?»

Le contestaron: «Señor, ven a verlo.» Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»

Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa.»

Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»

Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»

Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Comentario a la Palabra:

...Y CREYERON EN ÉL

Estos últimos domingos la catequesis de cuaresma va girando en torno a temas que nos permiten comprender la centralidad de Jesús. Lo vimos hace dos domingos como quien puede dar el AGUA que calma la sed más insaciable; la pasada semana como LUZ para quien no la ha conocido jamás; y ahora se nos muestra como VIDA MAS FUERTE QUE LA MUERTE.

Imágenes todas que nos permiten avanzar en el tiempo de Cuaresma desde la alegría confiada de la fe.

Nos preparamos así para adentrarnos en la Semana Grande del Cristianismo, gozarnos en el Dios que sale a nuestro encuentro entregándose y abriendo preguntas que nos hacen avanzar:  “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”.

¿Crees esto?. Esta es la cuestión. Y para abrirla la comunidad de Juan nos narra el signo de  Lázaro y sus hermanas. Nos habla de la actitud de Jesús ante un hombre amigo, el único chico de la casa, educado por dos mujeres, sus hermanas, huérfano. Los psicólogos tendrían algo que decir de este Lázaro, porque estamos ante un relato cargado de simbolismo. Pero la psicología es sólo la piel del ser humano.

Hay algo más hondo: Vivir como quien sabe que morir no es dejar de vivir.

Todos sabemos ya que lo de Lázaro no es una resurrección como la de Jesús. Eso ya lo dicen los catequistas a los niños en la parroquia. Quizás, entonces, no es muy apropiado hablar de resurrección. Además, no tiene mucha gracia que te resuciten para que más tarde te vuelvas a morir. Jesús las cosas las hacía bien. No tenemos por qué creer que haría algo así a un amigo al que quiere tanto que hasta  llora por él.

Dos palabras están en el corazón de las fiestas que vamos a celebrar: vida y muerte.

Las hermanas de Lázaro y sus paisanos siguen creyendo que la vida verdadera se da después de la muerte. Pero Jesús mismo es una realidad nueva que ellas no terminan de comprender, ni se plantean. Jesús quiere que avancen, que salgan de esa vieja fe. Quizás se han quedado en la esfera de lo afectivo en su relación con Jesús. Están ancladas en una tradición que habla como quien no ha conocido o aceptado la Buena Noticia de Jesús. Pero quienes narran este signo de Lázaro y sus hermanas ya están viviendo esa realidad nueva iniciada con la misma presencia del Nazareno.

Los textos de la primera y segunda lectura nos ayudan a comprender  eso que hay en el corazón de la catequesis de este domingo: "Os infundiré mi espíritu, y viviréis" (Ezequiel). "El Espíritu de Dios habita en vosotros ... si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros..."(Romanos). Jesús ofrece esta Vida del Espíritu.

Si ese Espíritu habita en nosotros la catequesis de este quinto domingo de Cuaresma tiene que llevarnos a descubrir existencialmente esa vida verdadera ya aquí. La resurrección no es para el último día, para después de la muerte. Las respuestas de las hermanas no valen. Me gusta pensar que Jesús no llora sólo por Lázaro sino también por lo que ellas le dicen. Conocidas, amigas queridas, pero ancladas en lo viejo. ¡De llorar!

¿Acaso cuando uno ve y oye ciertas cosas en nuestra Iglesia no le dan ganas de llorar? ¡Salvemos las diferencias que tampoco hay que pasarse! Pero hay confesiones y gestos de fe que no animan nada.

Alguien ha escrito: "Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la Vida trascendente que él mismo posee y de la que puede disponer". Esa es la cuestión. ¿Creo esto?

Sin descubrir esa Vida Verdadera que Jesús nos ofrece seguimos atados de pies y manos, atenazados, dependientes, bajo una pesada losa, como sin vida por muy divertido que sea todo.

Este Jesús que sube a Jerusalén, que sospecha la muerte, es consciente de esta Vida que hay en Él y que nos la entrega. ¿Y nosotros? ¿Entramos en esta semana de oración, de renovación de nuestras promesas bautismales, de encuentro con la Luz que es la comunidad eclesial, conscientes del hondo fondo de nuestras vidas? ¿Sabedores de que en Jesús se reconcilian el más acá y el más allá, que en Él ha desaparecido ese dualismo y no quiere que lo sigamos reproduciendo? ¿Nos aproximaremos a la hoguera de Pascua como quienes saben que participan ya de ese fuego?

¿Seguiremos esperando que se mueran nuestros amigos para hablar bien de ellos? ¿Por qué lo que somos capaces de descubrir y decir tras la muerte no somos capaces de verlo y realizarlo antes?.

Las losas, las ataduras, las cegueras, las sed, las dependencias infantilizadoras, las esclavitudes, las muertes ... hay que solucionarlas ahora para que empiece aquí la Vida Verdadera. En Jesús se nos entrega esa posibilidad. Él no dice "yo seré la resurrección y la vida". Dice: ¡Yo soy!.  

Dios no nos quiere en nuestros sepulcros. Ese lugar de muerte no lo es de los seguidores de Jesús. Somos más que naturaleza, más que biología. Nuestro destino no es la cueva de la muerte, aunque a veces encontremos en ella un morboso confort.

Quizás debamos escuchar este domingo de Cuaresma, como dicho a cada uno de nosotros, el potente grito de Jesús: " TÚ ...... SAL DE AHÍ, VEN AFUERA" O esa recomendación casi cargada de enfado: "DESATADLO Y DEJARLO ANDAR".

Y se produjo el milagro ... CREYERON EN ÉL.