15 de mayo. IV Domingo de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 14a. 36-41.

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.»

Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?»

Pedro les contestó: «Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos.»

Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: «Escapad de esta generación perversa.»

Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquél día se les agregaron unos tres mil.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 22.

Antífona: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pedro 2, 20b-25.

Queridos hermanos:

Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.

Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.

Sus heridas os han curado.

Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 1-10.

En aquel tiempo, dijo Jesús:

«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:

«Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.

Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.

El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

Comentario a la Palabra:

"El Señor es mi pastor, nada me falta"

El Salmo 22 (Hebreo, 23) introduce el tema del Buen Pastor, que aparece en la segunda lectura y en el evangelio y que da un título particular a este domingo, llamado precisamente “Domingo del Buen Pastor”.  Es una jornada que nos anima a la oración y promoción de vocaciones sacerdotales y religiosas.

Hay que vencer una cierta resistencia a esta imagen de la vida pastoril.  No solamente porque hoy está muy alejada de nuestras costumbres, pues apenas si quedan pastores de verdad, sino porque además la imagen ovejuna nos reduce a una grey sumisa, obediente, demasiado cabezuda y poco inteligente.

Superada esa resistencia, el Salmo resulta de una sencillez y un lirismo encantador.  La juventud, que no tiene hoy gran formación y por tanto está libre de los resabios de la gente mayor, ve el Salmo más limpiamente.  Hasta es posible que sea una de esas composiciones del rey-pastor, el joven David, que luego pasó a enriquecer el cancionero del Templo.  De ahí que la teología esté reducida a mínimos: Dios es mi pastor, mi guía, mi enfermero, mi huésped.

Es posible que detrás de esa simplicidad pastoril se hayan introducido sones de más trapío.  Las “cañadas oscuras” serían las del “valle poblado de sombras de muerte”.  Las “verdes praderas”, en paralelismo con “el sendero justo”, serían los “campos elíseos”. 

En coincidencia con imágenes propias del orfismo, no se aludiría a la vida terrena guiada por el pastor divino hacia el templo, sino al viaje más allá de la muerte hacia la morada celeste.  Es el mismo lenguaje utilizado por Píndaro, en las Odas Olímpicas, para describir la llegada del alma a la tierra en que “relucen las flores como el oro..., donde vigila el cayado del juez Radamanto”.

Según eso no sería justa una lectura sentimentalista.  De manera accesible a la comprensión popular, el Salmo recogería algunos de los motivos comunes a las antiguas creencias en la superación de la barrera de la muerte.   Esto explicaría también la resonancia que el Salmo ha conservado a lo largo de tantos siglos.  Su fuerza está en la sencillez de la descripción y del lenguaje.  Dios sólo es mencionado al principio y al final.  En medio encontramos un diálogo “TÚ/YO” que expresa la intimidad de una relación confiada.  “Nada temo porque Tú vas conmigo”.  No es posible decirlo con menos palabras y de manera más sencilla.  El evangelio expresa esa proximidad entre el Pastor y sus ovejas con la afirmación de que “él las va llamando por el nombre” y ellas “conocen su voz”.

Pero el evangelio va todavía más lejos.  Siguiendo el atrevimiento típico del Cuarto Evangelio, también en este caso se construye un mundo simbólico que al fin resulta más real que la dura realidad.  “Yo soy el Pastor” y “la Puerta”, y, naturalmente, “el Redil”, y, desde luego, “el Cordero”, y “el Pan”, esto es, “el Pasto”.  Cristo lo es todo y de una manera tan nueva y absoluta que, fuera de él no queda nada.  No sorprende que los discípulos “no entendieron de qué les hablaba”.  Pero todavía debieron entender menos el radicalismo de la explicación: todos los anteriores a Jesús no fueron más que “ladrones y bandidos”.

El discurso de Pedro el día de Pentecostés, del que se toma un fragmento en la primera lectura, tampoco se anda con miramientos: “Escapad de esta generación perversa”.  Quizá este lenguaje exprese únicamente el celo proselitista de los primeros predicadores del evangelio.

Quien juega con el lenguaje simbólico ha de contar con un la posibilidad de que quienes le escuchan disfruten igualmente con el juego.  Jesús es “la Puerta” y sólo por Él es posible entrar honradamente en el rebaño.  En el redil uno se siente tan seguro como cuando, al llegar a casa, cierra su puerta y encuentra su mundillo feliz.  Pero san Lucas hablaba de un pastor que, al notar la falta de una de sus ovejas, dejaba las noventa nueve y se iba a buscar a la perdida (Lucas 15,4).  ¿Nos quedamos dentro tan seguros y contentos o bien nos lanzamos por los caminos a buscar a las ovejas descarriadas, de las que también habla la segunda lectura?  Jesús no conocía los sistemas actuales de seguridad.  En aquellos tiempos era bien fácil abrir un boquete y desvalijar la casa (ver Mateo 24,43; Lucas 12,39).  Las puertas de una pobre vivienda palestina no eran portones de bronce.  Jesús no nos imagina viviendo tras la puerta.  La suya, Él mismo, es una puerta al mundo, por la que tanto como a entrar Él nos invita a salir.

Con ocasión de su Beatificación se ha recordado la consigna con la que Juan Pablo II marcó el programa de su pontificado: “Abrid las puertas a Cristo”.  Sin miedo a entrar y salir, a movernos libremente.  Eso es vivir y la vida que alienta Jesús ha de ser una vida en plenitud, que abarque todos los aspectos de la persona.  Jesús no ofrece una salvación por los pelos.  En medio de los sinsabores y del veneno del mundo, él prepara una mesa abundante.  No sería una mesa de madera ni de piedra, porque a los pastores les basta extender en tierra un paño grueso o una piel de ovino a la que no puedan llegar las sabandijas ni los alacranes ni los reptiles venenosos que se mueven por los campos.  Sobre esa “mesa”, se pone el alimento y la medicina para curar las heridas.  La interpretación cristiana leyó una referencia a la eucaristía.  ¿Quién podrá decir que no?  Jesús promete “vida”, no en raciones escuetas, como en épocas de penuria, sino vida “abundante”.  Con un Pastor así, la grey está asegurada.  Este Pastor ofrece cobijo para la noche, calor humano, confianza en el peligro y comida abundante.