5 de junio. Ascensión del Señor

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11.

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.

Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»

Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»

Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines del mundo.»

Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 46.

Antífona: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 1, 17-23.

Hermanos:

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

EVANGELIO.

Conclusión del santo Evangelio según San Mateo 28, 16-20.

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Comentario a la Palabra:

Haced Discípulos de Todos los Pueblos

El evangelio de san Mateo, que leemos este año, y el evangelio de san Juan pasan por alto el relato de la Ascensión.  Ambos evangelistas concluyen con el relato de las apariciones del Resucitado.  En un apéndice, que se duda con razón que formara parte de la obra original, el evangelio de san Marcos alude a la Ascensión y al significado que le atribuyó la cristología:  “El Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios” (Marcos 16,19).  Es lo que nos recuerda la segunda lectura:  “la eficacia de su fuerza, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo” (Efesios 1,19-20).

El tema de la Ascensión  sólo ha sido desarrollado con cierta autonomía por san Lucas.  En el final del evangelio se describe en tres versículos la Despedida:  Jesús condujo a los discípulos hacia Betania y, mientras les bendecía solemnemente, “se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo” (Lucas 24,50-51).  El libro de los Hechos describe a los discípulos mirando “fijos al cielo mientras él se iba marchando” (Actos 1,10).  Hay una intención explícita en recalcar que Jesús resucitado se encuentra ya en el cielo.  Se repite hasta cuatro veces: los discípulos miran al cielo (Actos 1,10); los hombres vestidos de blanco les reprochan que miren al cielo, ya que ese Jesús, asunto al cielo, lo verán volver tal cual lo vieron marchar al cielo (Actos 1,11).  “Al cielo, al cielo”, recuerda la respuesta expeditiva que damos a quien pregunta con la misma insistente ingenuidad dónde se encuentra o a dónde ha ido una persona difunta que veíamos siempre a nuestro lado.

Mateo sitúa la despedida de Jesús en “el monte que Jesús les había indicado”.  Como en el texto del evangelio no hay rastro de tal indicación, es posible entender una referencia al escenario del Sermón del Monte, “donde Jesús les había dado sus enseñanzas”.  Estamos siempre en la región de Galilea (Mateo 4,23.25, para el Sermón; 28,7, para la despedida, que Lucas 24,6 modifica a fin de mantener a los discípulos en Jerusalén).  La primera mención de una fiesta de la Ascensión en Jerusalén se debe al historiador Eusebio de Cesarea (265-340).  En el siglo IV se construyeron en el monte de los Olivos dos basílicas para recordar la exaltación del Resucitado.

El evangelio de hoy, que cierra el relato de san Mateo, es un párrafo denso que corresponde a la intención y al estilo del evangelista preferido por la Iglesia antigua y que ha sido injustamente minusvalorado por su tendencia excesivamente legalista o judía en general.  Ambas cualidades deberían devolverle ya todo su valor.

Literariamente la despedida de Jesús ha sido redactada como una misión, al estilo de las encomiendas que se incluyen en los relatos de vocación profética.  Parece evidente el paralelismo con la orden a Moisés (“dirás todo lo que te mando”, Exodo 7,2), a Jeremías (“les dirás todo lo que yo te mande”, Jeremías 1,7).  Aparte de estas coincidencias de vocabulario, perceptibles sobre todo en la versión griega de la Biblia Hebrea, que utiliza el verbo entéllomai para referirse a la enseñanza normativa de Moisés, es clara la referencia a Moisés, el cual aparece ya en el relato de la Transfiguración.  Preparando su partida, Moisés recibe la orden de subir al monte Nebo, “lo mismo que Aarón murió en el monte Hor” (Deuteronomio 32,49-50).  Igual que la enseñanza central de Jesús se trasmite en el Sermón del Monte y a Moisés se le comunicó la Ley en la montaña del Sinaí, la partida de Jesús tuvo lugar en la montaña de la revelación.

Sin la imaginación de san Lucas para componer el relato de la Asunción como final de su evangelio y como inicio del libro de los Hechos, san Mateo ha condensado en el final de su obra temas centrales de todo el evangelio:  “se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” (ver Mateo 11,27, como un eco de Daniel 7,13-14; resuena también la oferta del poder total, la gloria del Pantocrator, no la falsa “omnipotencia” que se le ofreció a Jesús en la Tentación, Mateo 4,8-10); la doble reacción de los discípulos: adoración y duda (Mateo 14,31-33); el sentido universal de la misión en contra de la limitación a “las ovejas descarriadas de Israel” (Mateo 10,5-6; 15,24).

La misión de los Apóstoles ha de continuar la de Jesús, particularmente en lo que se refiere a la convocatoria de nuevos discípulos a los que habrán de comunicar la enseñanza del Maestro, título reservado para Jesús durante su actividad pública (Mateo 23,8).  Pero la misión de los discípulos no se confiere con el tono impositivo con que más de una vez fue ejercida luego en diversas épocas de la Iglesia.  La misión ha de seguir la pauta marcada por Jesús:  “Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios” (Mateo 10,8).  Sería proclamación del reinado de Dios, no imposición de un poder eclesiástico.  La Ascensión como despedida de Jesús iniciaba la misión de la Iglesia.

El bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu”, fórmula preferida por la tradición, era el comienzo de una relación religiosa con Dios por medio de Jesús, “en el nombre de Jesús”, según otra fórmula usada también en el Nuevo Testamento.  El bautismo cristiano se distinguía así del bautismo de Juan y de las abluciones rituales del judaísmo.  Desde el principio se destacó el carácter cristiano del “bautismo en el Espíritu”.

Si se hubiera mantenido este carácter propio del “bautismo en el Espíritu” como consecuencia de una transformación interior de la persona, no hubieran existido los bautismos forzados.  Sin disminuir el carácter histórico de los hechos de la vida de Jesús, en particular de los que acompañaron a sus manifestaciones después de la resurrección, la Ascensión tal como la describen Mateo y Juan, en gran medida también Marcos, ha de ser enfocada como una experiencia de fe, “en el espíritu”.  La subida al monte de las Bienaventuranzas, la despedida de Jesús, la misión universal como proclamación del Reinado de Dios, todo esto se viviría como una oferta de salvación, como ampliación de nuestro horizonte creyente, sin imposiciones, dejando un espacio razonable a la duda.