19 de junio. Santísima Trinidad

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9.

En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronuncio el nombre del Señor. El Señor pasó ante él, proclamando: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.»

Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: «Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»

SALMO RESPONSORIAL. Dn 3.

Antífona: A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.

Bendito eres sobre el trono de tu reino.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.

Bendito eres en la bóveda del cielo.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 13, 11-13.

Hermanos:

Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 3, 16-18.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Comentario a la Palabra:

Inefable, y sin embargo, tan cercano

En el Occidente cristiano, a partir del año 1000, se desarrolla una nueva sensibilidad teológica, con un gusto especial por la abstracción y la sistematización. La Solemnidad de la Santísima Trinidad empezó a celebrarse en Inglaterra en los albores de este nuevo Milenio, por iniciativa de Santo Tomás Becket. En el siglo XIV, el Papa Juan XXII lo convirtió en una fiesta universal. Hasta esa fecha “reciente” todas las fiestas de la Iglesia habían sido conmemoraciones de acontecimientos. La Fiesta de hoy es la primera en la que se celebra una doctrina de la fe.

La Santísima Trinidad está en el centro de la vida cristiana. Sin embargo, si buscamos en la Biblia la palabra “Trinidad”, no la encontraremos ni una sola vez. Esto no quiere decir, por supuesto, que la Sagrada Escritura no contenga la revelación de la Trinidad; pero el Nuevo Testamento está más interesado en narrarnos las experiencias de los primeros cristianos con el Misterio del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que en etiquetar a las personas divinas, marcando cada una de ellas con número, e integrarlas en una estructura teórica.

Entorno al año 1900, los físicos descubrieron que lo que los químicos habían bautizado como “átomos”, es decir entidades totalmente simples que no podían ser a su vez subdivididos (“a-tomo” quiere decir “sin partes”) estaban formados en realidad por tres partículas: protones, neutrones y electrones. Para comprender las extrañas interacciones entre estas partículas se desarrolló una nueva teoría física, la mecánica cuántica, que hizo añicos en pocos años las certezas que habían guiado a la ciencia durante siglos. El universo, según la nueva Física, no es el perfecto mecanismo de precisión que había imaginado la Física clásica. Está, a un nivel fundamental, indeterminado, y permite procesos objetivamente imprevisibles.

Quizás algo parecido es lo que Jesús ha hecho con Dios. Nos lo ha dado a conocer tan de cerca, nos lo ha comunicado tan íntimamente, que lo que parecía un Dios monolítico y “elemental” ha empezado a mostrarnos su compleja interioridad. Para adentrarnos en este Misterio no sirve, como es natural, la “lógica clásica”.

Dios no se limitó a revelar a la humanidad una serie de informaciones interesantes: “Se reveló a sí mismo por medio de Cristo, la Palabra hecha carne, para que los humanos tengamos acceso al Padre en el Espíritu Santo y podamos compartir su naturaleza divina” (Concilio Vaticano II). La Trinidad se nos revela cuando tratamos de acercarnos a Dios desde la vida, guiados por el ejemplo de Jesús e inspirados por el Espíritu.

Dios es ese Misterio del que han hablado o ante el cual han guardado silencio las filosofías y las religiones. Dios innombrable, pero invocado con mil nombres. El inefable, Más-allá-de-todo, al que Jesús llamaba sencillamente “Abbá”.  Cristo, es el rostro de Dios, su presencia transparente en la carne de un ser humano, vulnerable y finalmente vulnerado: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”, le dijo a Felipe el día antes de morir. Él nos ha mostrado el camino a Dios haciéndole accesible. Sobrecoge pensar que Dios, el Creador Todopoderoso, está desde entonces, como Cristo, lavándonos los pies.

Para los católicos, el Espíritu es el gran olvidado de la Trinidad. El gran perdedor en el proceso racionalizador del último milenio que ha llevado a la Iglesia a poner el acento en lo jurídico, lo jerárquico y lo masculino. Los católicos hemos llenado de crucifijos nuestros edificios, pero no sabemos muy bien qué hacer con el Espíritu. Él nos introduce misteriosamente en la comunión con el Padre y el Hijo, pero también con toda la humanidad sufriente. Nos lleva a expresar nuestra fe común con otros cristianos, pero también a dialogar con los no-creyentes y los creyentes de las otras religiones. Resulta incómodo para cualquier institución, porque “no sabes de dónde viene o adónde va”. Nos llama a entrar en nuestro interior para percibir su presencia, pero también a salir de nosotros mismos para compartir con los que están humillados o se sienten solos.

En el año 1964, Murray Gell-Mann lanzó por primera vez la hipótesis de que los protones y los neutrones no eran tampoco tan “elementales” como se creía. Propuso que cada uno de ellos está compuesto por tres quarks. Su intuición es hoy el fundamento del modelo estándar, la teoría más exacta sobre la realidad física que se ha elaborado hasta el presente. Eso que, parafraseando a San Juan, “al quark nadie lo ha visto nunca”. La  fuerza que los une en cada pequeñísima partícula no puede ser vencida ni por toda la energía del Universo. Por esta razón, nunca se ha visto, ni podrá detectarse jamás, un quark aislado. Me gusta pensar en esta curiosa estructura como la firma de un Dios trino, lleno de sentido del humor, en las entrañas de la materia.