27 de noviembre.
Primer Domingo de Adviento

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7.

Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «Nuestro redentor». Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas, y seremos salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 79.

Antífona: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines,
resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos.

Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.

Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios, 1, 3-9.

Hermanos:

La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros. En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 13, 33-37.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»

Comentario a la Palabra:

LUZ Y GOZO

Como una continuidad del ciclo “A” iniciamos el tiempo de Adviento y el ciclo B. Un nuevo año litúrgico. Lo iniciamos proclamando el evangelio de Marcos que nos llama a estar atentos a lo inesperado.

Estos días pasados en Haití cuando viajábamos fuera de la capital, Puerto Príncipe, la preocupación era volver antes de que anocheciera. Viajar de noche allí es peligroso; pero no lo es menos de día. De hecho el susto mayor, una emboscada de varios piquetes reivindicativos arrojándonos piedras y botellas, lo vivimos a pleno día.

¿Por qué en la parábola tiene que volver (viajar) de noche el dueño de la casa?.

La noche es la gran metáfora de la salvación. Para los cristianos el sol de justicia irrumpe  en la noche. La de Navidad, la de Pascua, la de las crisis, la de cada día. Como si entrásemos y saliéramos de la vida del mundo en su noche.

Crecemos cuando atravesamos con lucidez las vigilias a que nos somete la vida, cuando actuamos gestando que la noche tenga luz como el día.

Estamos atentos, vigilantes, porque sabemos que el ser humano ha sido creado para renacer. El tiempo de Adviento nos sitúa en esa certeza. Antes que un tiempo litúrgico para los cristianos es un tono vital. Estamos abiertos al que viene. Esta apertura vence toda tiniebla cuando se transforma en entrega personal. El cristiano no niega la realidad de las varias estaciones, pero sabe que su tiempo es la primavera.

Adviento: vivir como quien espera una visita amada, alguien que trae luz y gozo.

Adviento: disponerse para acoger incluso en la noche, sea de los afectos o de la fe.

Adviento: desafío al dominio de mis zonas oscuras que intentan cerrar puertas y ventanas al renacer de la Esperanza en los otros y en mi.

Adviento: Dios hecho encuentro, carne en todo ser humano. También en mi. Cercano siempre. Silencioso, pequeño, frágil. A la puerta. Más que un tiempo litúrgico, una manera de vivir.

Una manera de vivir como vigías, como lo hace el dueño de la casa. Él no teme la oscuridad, ni lo detiene el lado oculto de nuestra personalidad. Él no teme nuestras noches. Él viene con nuestra respiración.

Avanza como en celo, como quien busca a un ser responsablemente amado, como quien está habitado por el deseo de un encuentro y conoce los desiertos de la sed que solo sacia el abrazo.

El deseo y mi espera. Un flujo de vida que busca luz. Importancia de estar presentes al presente.

El “momento oportuno” es cada visita, cada encuentro, cada despertar.

El que nos ama dice: No te duermas. Vive lo inesperado. El instante. Vengo a ti, atiende a mi Presencia.

He leído estos días a un decepcionado que decía: “Si me llama el amor decirle que no estoy, que me fui de vacaciones”. No cree en la vida como adviento, como renovación del deseo.

“Lo que hacéis a uno de estos mis hermanos más pequeños a mi me lo hacéis”. Ese es el momento. La noche es la ceguera del corazón que se niega a ver, sentir, dolerse cuando a pleno día vuelan las piedras, las botellas, el hartazgo, las hambrunas, el dolor de la desesperación, el miedo a la visita del amor.

El sueño, la falta de atención, la incapacidad para discernir el momento oportuno es identificar el Adviento con sólo un tiempo litúrgico. Pero Adviento es el latir del corazón cristiano que sabe que ninguna noche es eterna ni totalmente oscura, que es posible un renacer.

La parábola alude a los tiempos en que se dividía la noche: anochecer, medianoche, canto del gallo, amanecer. ¿ Por qué el dueño de la casa no puede viajar de día?. Porque Él es el día y la luz y el gozo que nos busca.

Lo buscamos sin miedo, porque “Jesús siempre va al encuentro del que le llama, se detiene cuando oye que le gritan, se aparta del camino y se acerca, a curar, siempre a curar. Ese es el Dios que viene, a Ese es a quien salimos al encuentro”.