15 de enero.
Domingo II del Tiempo Ordinario

PRIMERA LECTURA.

Lectura del primer libro de Samuel 3, 3b-10. 19.

En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios.  El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy.»

Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Respondió Elí: «No te he llamado; vuelve a acostarte.»

Samuel volvió a acostarse.

Volvió a llamar el Señor a Samuel.

Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Respondió Elí: «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»

Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»

Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.»

Samuel fue y se acostó en su sitio.  El Señor se presentó y le llamó como antes: «¡Samuel, Samuel!»

Él respondió: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.»

Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 39.

Antífona: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito;
me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio.

Entonces yo digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 6, 13c-15a. 17-20.

Hermanos:

El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo. Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él.

Huid de la fornicación.  Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo.  Pero el que fornica peca en su propio cuerpo.  ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?  Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 1, 35-42.

En aquél tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.  Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»

Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»

Él les dijo: «Venid y lo veréis.»

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»

Y lo llevó a Jesús.  Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

Comentario a la Palabra:

“Hemos encontrado al Mesías”

El evangelio de san Juan sustituye hoy al de san Marcos, que leemos a lo largo de este año.  Prolonga la reflexión del domingo pasado sobre el Bautismo de Jesús en el entorno de Juan Bautista.  El evangelio de san Juan no narra la escena del bautismo de Jesús.  A cambio narra cómo por el bautismo se invita a los creyentes bautizados a entrar en una relación personal con Jesús, a seguirle hacia donde Él vive, donde Él está.

Los primeros pasos de Jesús, según el evangelio de san Juan, siguen el ritmo de un tiempo sagrado como una semana en la que se renueva la creación del mundo, aludida en la sucesión de días: en primer lugar, cuatro y después, las bodas de Caná, “tres días después” (Juan 2,1).  Los primeros días se introducen con el mismo adverbio: “al día siguiente”, te epaurion (sobrentendido: eméra, día).  El evangelio de este domingo corresponde al “tercer día”.  En el cuarto Jesús inicia el regreso a Galilea.  Hasta en el cómputo de la semana sacra es día de tránsito: es el cuarto día de la primera sección, pero entra ya en la cuenta para alcanzar el día sexto en las bodas de Caná.

Esta cuenta resulta más que artificial.  Es probable que se intente reproducir la secuencia temporal en torno al Sinaí, que culmina en el don de la Ley, según el relato del Éxodo.  Moisés recibe el encargo de preparar al pueblo mediante un rito de purificación “hoy y mañana”, pues “al tercer día descenderá el Señor sobre la montaña” (Éxodo 19,10-11).  La fiesta de las Semanas, Pentecostés, se celebra en la tradición judía como fiesta del don de la ley.  En esa celebración se inspiró el autor del libro de los Hechos de los Apóstoles para enmarcar el Pentecostés cristiano como fiesta del Don del Espíritu, que se preparaba antiguamente durante siete días de oración.

Es arriesgado suponer que todos estos elementos hayan sido tenidos en cuenta por el redactor del evangelio de san Juan que leemos hoy.  Pero es innegable que tras los hechos que se narran hay alguna intención simbólica, alusiva a elementos doctrinales y a personas, cuya significación se nos escapa.

Que es un relato de la vocación de los primeros discípulos, resulta evidente.  Sorprende que, a diferencia de los otros tres evangelistas, los apóstoles, Pedro el primero, son llamados al seguimiento de Jesús fuera del marco tradicional de la ribera del mar de Galilea.  No sabemos dónde pudo encontrar Jesús alojamiento en el entorno de Juan, el cual sí se sitúa precisamente “en Betania, en la otra orilla del Jordán” (Juan 1,28).  ¿Tiene alguna intención precisar también la hora, “hora décima”, las cuatro de la tarde, en que los dos discípulos del Bautista, Andrés y el otro, llegaron al albergue de Jesús?  A esa hora tenia lugar la oración de la tarde en el Templo.

El texto está lleno de referencias que no podemos aclarar.  Quizá de esta manera se sugiere un carácter propio de la acción de Dios en el mundo.  No es una presencia ni una acción que se puedan parangonar con los hechos normales de cada día.  Dios actúa y llama de una forma misteriosa.  Podemos preparar nuestro encuentro con él, hasta podemos buscarle, pero al final saltará por donde menos se espera.

Dios puede llamar misteriosamente en las tinieblas de la noche.  El niño Samuel escucha una voz que el sacerdote profesional Elí no sabe interpretar, ni siquiera imagina que Dios pueda susurrar en medio de la noche el nombre de un niño.  Como aclara la introducción al relato, como para justificar al sacerdocio oficial, “en aquellos días era rara la palabra del Señor y no eran frecuentes las visiones” (1 Samuel 3,1).  Como en muchos períodos de la Iglesia, incluso en condiciones de carestía espiritual Dios puede suscitar grandes vocaciones, aunque tenga que recurrir a las piedras de Abrahán.
La identificación de “Jesús que pasaba” repite en forma abreviada la fórmula del día precedente: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1,29). 

En el día tercero se acorta la definición: “Éste es el Cordero de Dios”.

Hay correspondencia entre el “Siervo Paciente” del libro de Isaías y el Cordero que quita el pecado del mundo.  El “pecado del mundo” es una designación global de la maraña de injusticia y maldad que nos hace avergonzarnos de nuestra historia como integrantes de la humanidad.  Es el “imperio del mal”, no como designación genérica, sino como indicación de las personas que han sido y son capaces de crear condiciones de vida infame para multitudes humanas.  En los tiempos a que se refiere el libro de Isaías ese imperio de maldad se movía a sus anchas en las tierras de Mesopotamia, por donde hoy campan también las huestes del terrorismo islámico.  En tiempos de Jesús el mundo podrido estaba gobernado por un sacerdocio corrupto en Jerusalén y por la opresión política de Roma.  Y en aquella red de maldad, se asegura la victoria para el Cordero que quita el pecado del mundo.  En medio de tantas fieras, se soñaba un mundo en el que hasta un niño pequeño podría meter la mano en la “hura del áspid” (Isaías 11,8).

La imagen del Siervo Paciente refleja ya la actitud del pueblo que logra dar un sentido al sufrimiento del destierro.  “Todos errábamos como ovejas cada uno siguiendo su camino ... Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador enmudecía y no abría la boca” (Isaías 53,6-7).  Pero fueron los autores cristianos quienes   desarrollaron la imagen del Cordero, una imagen central no solamente en el Apocalipsis sino también en los demás escritos de “la escuela de Juan”, evangelio y cartas.  La muerte de Cristo es enfocada como una nueva liberación de Egipto, sin ensalzar en tonos tan belicosos la victoria del “Dios guerrero que con su diestra aplasta al enemigo, pues desata su furor y llena de pavor y espanto a todos los pueblos por donde iba a pasar el pueblo liberado” (Exodo 15,1-18).   Los cristianos cantarán el cántico de Moisés, pero como cántico del Cordero (Apocalipsis 15,3).  No se celebra solamente la liberación de Israel sino la de toda la humanidad.  Y, sobre todo, el Dios Salvador y el Autor de la Salvación mediante el rechazo y desenmascaramiento de la violencia se unifican en Jesús.