26 de febrero.
Primer Domingo de Cuaresma

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro del Génesis 9, 8-15.

Dios dijo a Noé y a sus hijos: «Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra.  Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.»
Y Dios añadió: «Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo el que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra.  Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 24.

AntífonaTus sendas, Señor, son misericordia y lealtad.

Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas.  
Acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.

El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Pedro 3, 18-22

Queridos hermanos:

Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos –ocho personas- se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús, Señor nuestro, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios. 

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1, 12-15

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.

Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.  Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

Comentario a la Palabra:

“El Espíritu Empujó
a Jesús al Desierto”

Como las tentaciones entran a raudales en nuestra experiencia vital, se da por descontado que también fue una experiencia normal para Jesús.  Después del bautismo, Jesús “se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás”.  Este año leemos el evangelio de san Marcos, el cual sólo da esa escueta noticia sin desarrollar el contenido de las tentaciones.

Si leyéramos este evangelio sin ideas preconcebidas, sin dar por supuesto que tanto Dios como Satanás pueden ejercer un influjo preciso en nuestra vida, dejaríamos que el relato hablara por sí mismo.  Una distinción típica de la llamada “lectura narrativa” es la distinción entre autor real y autor virtual, lector real y lector virtual.

Con palabras sencillas, esa distinción nos invita a descubrir a quién le interesaba ese dato de las tentaciones de Jesús y a quién dirigía su discurso el autor del relato.  El autor real tenía presente la sucesión de tentaciones del pueblo de Israel durante los cuarenta años de marcha por el desierto.  Existía la idea de que un auténtico israelita debía superar las tentaciones que diezmaron al pueblo: la tentación del hambre, de la sed y de la idolatría.  A esas tres tentaciones se refieren los otros dos evangelistas que también llevan a Jesús al desierto después de su bautismo.

Se justifica la estancia de Jesús en el desierto como un tiempo de reflexión a solas para fijar las líneas de su actuación pública.  Sabemos que el plan estaba fijado de antemano y no era necesario planificar nada.  Quien tenía que trazar las líneas de su trabajo era el evangelista. El evangelio de Marcos se enfrentó con la difícil tarea de narrar el camino de Jesús, el Resucitado, hacia la muerte en cruz.  La dificultad en aceptar ese camino no la sintió Jesús.  La sintieron sus discípulos, los que le acompañaron en su vida pública y los que luego prolongaron su presencia en la iglesia.  El evangelio recoge un rechazo fortísimo de Pedro cuando pretendió impedir el camino de Jesús hacia la cruz:  “Aléjate de mí, Satanás … tú piensas como los hombres, no como Dios” (Marcos 8,33; Mateo 16,23).  Detrás de ese rechazo está el conflicto entre una teología de la gloria, soñada por Pedro, y la teología de la cruz que sigue Jesús camino de Jerusalén.  Esta ha sido una tentación constante en la historia de la Iglesia, la cual con demasiada frecuencia ha cedido a la gloria y al poder, incluso a una cierta idolatría de ella misma.

Todo lo contrario del ejemplo de Jesús, el cual “en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia” (Hebreos 12,2).  El autor virtual del evangelio tuvo presente esta tentación y para prevenir a los cristianos quiso presentar a Jesús rechazando la sugerencia de Satanás.  Pero indicando que el verdadero Satanás podría ser nada menos que el primer Papa, Pedro.  Las tentaciones de Jesús sirven de espejo para que nosotros examinemos nuestra fidelidad a la enseñanza de Jesús.

Éste es el camino que Jesús nos señala llevándonos hacia el desierto.  “Enséñame tus caminos”, rezamos en el Salmo.  El evangelio de hoy nos indica el camino que siguió Jesús antes de comenzar su actividad pública, el que hoy nosotros estamos invitados a recorrer también, si en esta Cuaresma nos dejamos “empujar” por el Espíritu.

La tentación típica de la tradición de Israel no es en sí misma una sugerencia pecaminosa como nosotros imaginamos y como da a entender la tentación de la primera pareja en el paraíso.  “Tentar” en sentido bíblico es poner a prueba.  Dios nos prueba y nosotros podemos también probar a Dios.  Es una forma de verificar el sentido de nuestra relación con Dios y también la imagen de Dios que mantenemos en nuestra vida de fe.
Una vez que Jesús concluyó su colaboración con Juan Bautista, empezó a actuar de manera autónoma, proponiendo la novedad de su “evangelio”.  El término “evangelio” es característico de Marcos y probablemente no fue ni conocido ni utilizado por Jesús.  En el inicio de la obra de Marcos, el término tiene una resonancia particular ya que por vez primera en la historia de la literatura mundial se usa para definir un género literario, la exposición ordenada de los hechos y dichos de Jesús en vista de la salvación.

El evangelio anunciaba la alegre noticia de la inminencia o proximidad del Reinado de Dios, lo cual exigía un cambio de actitud en el terreno religioso y vital: convertirse y creer en el Evangelio.  La conversión exigía aceptar la voluntad de Dios por encima de cualquier otra consideración.  “Creer” es la exigencia de vivir en el ámbito del Resucitado.  La conversión genérica a Dios, a las exigencias radicales de Dios sobre la persona, se interpreta cristianamente como un creer en el evangelio.  De las dos exigencias, la más importante es la segunda.  No basta sólo cambiar de mentalidad, ni siquiera dejar el antiguo estilo de vida.  Es preciso hacerlo con referencia explícita a la fe como disposición a acompañar a Jesús en su camino.  La adhesión personal a Cristo es ya un componente central de la fe.  La conversión exige entrar íntimamente en contacto con el abismo de pobreza y finitud, de perversión y fragilidad moral que llevamos en nosotros, a fin de posibilitar una actitud de adhesión personal a “este Jesús”.  “Este Jesús” (Hechos 2,32) es una referencia explícita a los datos históricos de la vida de Jesús, a su camino hacia la cruz.  La referencia a la historia de humillación y de cruz de Jesús es punto central en el evangelio de Marcos.

Aunque destino violento, el camino de Jesús demuestra la posibilidad de superar el círculo violento de nuestra historia.  Jesús no acepta los métodos violentos y por eso reprende a los discípulos en el momento del prendimiento.  Y además no identifica con el mal a quienes le condenan.  Eliminar el mal no exige acabar con la vida de quienes lo llevan a cabo ni siquiera de quienes parecen encarnarlo.  El relato evangélico no acepta la simetría entre la mala acción y el castigo equivalente del criminal.  Seguir el camino de Jesús es creer en la fuerza del bien para vencer el mal.