18 de marzo.
Cuarto Domingo de Cuaresma

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23.

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén.

El Señor, Dios de sus padres, les envió des de el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada.  Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio.

Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos.  Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino:

«Así habla Ciro, rey de Persia: “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!”»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 136.

Antífona: Que no me olvide de Ti, Señor

Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sion;
en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión.»

¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!  
Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha.

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 2, 4-10.

Hermanos:

Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe.  Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya.  Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 3, 14-21.

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que no cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

 

Comentario a la Palabra:

El que Realiza la Verdad
se Acerca a la Luz

No son afortunadas las referencias al Antiguo Testamento como introducción al evangelio de hoy.

Detrás del texto de la primera lectura asoma una filosofía religiosa de la historia que se coló en los textos bíblicos.  Es un eco de la cultura sumeria para justificar la destrucción de Agadé, una civilización que se diría borrada para siempre.  Parece un tópico de predicadores que encontraban siempre un recurso fácil para humillar a su público.  El redactor de los libros de los Reyes lo aplicó a la destrucción de Samaría primero y después, de Jerusalén.  “Todos los que pasen ante esta Casa sublime quedarán estupefactos, silbarán y preguntarán:  «¿Por qué ha hecho así el Señor a esta tierra y a esta Casa?»  Y se responderá:  «Porque abandonaron al Señor su Dios, que sacó a sus padres de la tierra de Egipto y han seguido a otros dioses»” (1 Reyes 9,6-9).

Por haberse mofado de los profetas, “subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio”.  Presentar al rey de los caldeos como instrumento de la ira de Dios, porque no perdonó “a joven ni a doncella, a viejo ni a decrépito”, es justificar la acción del tirano perseguidor.  Lo cual es tan repugnante como ver en Ciro al elegido por Dios para reconstruir el Templo en Jerusalén.

Si esto no fuera ya demasiado, la referencia del evangelio a la serpiente de bronce elevada por Moisés para sanar a quienes habían sufrido la mordedura de las serpientes venenosas (Números 21,4-9), recuerda una concesión a la magia de Aarón en competencia con los magos egipcios para convertir bastones en serpientes (Éxodo 7,9-12).  Y no redime este recuerdo ni siquiera la fotografía del Beato papa Juan Pablo II en el Monte Nebo, delante de una reproducción de la serpiente enrollada a la cruz.  La serpiente de bronce no es sino la reproducción de la cobra o ureo que figuraba en la tiara del Faraón.  La diosa cobra, Uadyet, junto con la diosa buitre Nejbet, representaban el Alto y el Bajo Egipto.  La serpiente mítica tuvo sus adoradores desde la antigüedad y los sigue teniendo en el mundo de hoy.  Sólo porque este recuerdo de un episodio del Éxodo aparece en diálogo con el judío Nicodemo, se puede tolerar de algún modo.

Cuando el rey Ezequías decidió acabar con la idolatría, “hizo pedazos la serpiente de bronce que Moisés mandó fundir, pues hasta entonces los hijos de Israel quemaban incienso en su honor, llamándola Nejustán” (2 Reyes 18,4).  El Nejustán servía también como indicador del lugar donde funcionaba el banco del Templo, en el que los peregrinos podían cambiar sus monedas en la moneda local para pagar el tributo del Templo.  La purificación del Templo, que el evangelio de san Juan sitúa al comienzo del ministerio de Jesús como gesto programático, iba contra la connivencia entre la religión y el dinero, contra la transformación de la casa de oración en un mercado.

El resto del evangelio es otra cosa.  En un pasaje como éste se aprecia bien la diferencia entre los evangelios narrativos, los tres Sinópticos, y el evangelio de san Juan.  En el evangelio de hoy encontramos resonancias de lo que sería en siglos sucesivos la interpretación gnóstica del mensaje de Jesús.  El gnosticismo se propuso poner de relieve el valor del evangelio transformado en enseñanza de Jesús como Maestro de Sabiduría.  El discurso con que se cierra el diálogo con Nicodemo nos sitúa en el terreno de la interpretación psicológica, que nos invita a entrar en el mecanismo de nuestra humanidad para interpretar el mensaje del evangelio y darle una respuesta que corresponda a un nuevo conocimiento de nosotros mismos.

Este cambio responde a la invitación contenida en el estribillo del Salmo:  “Conviértenos, Señor, a Ti y volveremos”.  La conversión, tshubá, es uno de los temas centrales en la predicación moral de los profetas.  Así aparece con una fórmula más personal en Jeremías 31,18:  “Hazme volver y volveré, pues tú eres mi Dios, Señor”.  Y en un texto clásico, al final del libro de Lamentaciones:  “Haznos volver a ti, Señor, y volveremos” (5,21).  El pueblo que ha pasado la mayor parte de su historia “en tierra extranjera” es un pueblo comido por la “nostalgia de Sión”.  Este recuerdo crea un dinamismo que está en el origen de todos los retornos.  La conversión tiene siempre un sentido material, local, que invita a volver y que ejerce un dinamismo para ponerse en marcha sin pensar en las dificultades.  El pueblo de Israel “volvió” de Egipto, “volvió de Babilonia” y ahora sigue regresando sin descanso a la tierra soñada, aun cuando no exista ya persecución en las naciones de procedencia.  Esta vuelta local, con los pies, ha de reforzar el esfuerzo por el retorno espiritual y moral, con un corazón renovado.

“Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12,32).  La “elevación” tiene aquí el doble sentido que caracteriza el estilo del cuarto evangelio:  elevado, porque exaltado; elevado, porque alzado sobre la cruz.  En este doble sentido, alzar la mirada a la cruz de Jesús es descubrir más allá del inocente condenado a muerte ignominiosa al Hijo cuya causa Dios reivindica exaltándolo para compartir su gloria.

Creer en Él es situarse en esa zona de luz donde se aclara el sentido de la vida de Jesús y el sentido tantas veces contradictorio de nuestra misma vida.  La mirada a la cruz nos salva, porque es mirar al inocente para ver en Él un don de amor.  Tanto amó Dios al mundo que hizo presente en Jesús un regalo de amor.  Parece imposible descubrir amor en la historia salvaje del camino de Jesús hacia la Cruz.  Necesitamos esa luz que nos acerque a la verdad.  De manera simple, quizá elemental, deberíamos empezar por desear que nuestra vida se acerque al horizonte en que asoma la luz de Dios.  “Haznos volver a Ti y volveremos”.  Es un movimiento recíproco:  si Dios vuelve a nosotros, volveremos a Él;  si nosotros volvemos a Él, lo encontraremos esperándonos, vuelto a nosotros.  Es llevar a la práctica, esto es, realizar la verdad del evangelio en la luz de Dios.