25 de marzo.
Quinto Domingo de Cuaresma

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de Jeremías 31, 31-34.

«Mirad que llegan días –oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: "Reconoce al Señor" Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 50.

Antífona: Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la carta a los Hebreos 5, 7-9.

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.  Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 12, 20-33

En aquél tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.  El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.  El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora.  Pero si por esto he venido, para esta hora.  Padre, glorifica tu nombre.»

Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros.  Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera.  Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Comentario a la Palabra:

VER LO QUE SE TIENE DELANTE
EXIGE UNA LUCHA CONSTANTE

Voy camino de Granada porque ha muerto el padre de nuestros amigos Macu, Blas  y Nono. Aprovecho el viaje en tren para meditar el Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma. Durante el camino brota insistente la cuestión por la muerte.

Un amigo, entre bromas y veras, me decía esta semana que hay dos cosas seguras: que hemos de morir y que tenemos que pagar a Hacienda.  Aunque lo decía con humor, creo que se queda corto al contar. Hay más cosas seguras en la vida de los humanos, aunque cueste verlas: quizás todo lo que hace germinar lo humano hacia su glorificación.

Por eso, mientras el tren baila, me pregunto si la muerte de la que habla el evangelio de este domingo es la muerte física o es un modo de hablar de una realidad más honda y luminosa: un proceso de glorificación hecho de cotidianidad a través del viaje de nuestra existencia. Porque no morimos sólo una vez.

Cierto que la muerte biológica siempre es fea. Pero ella no es el todo del ser humano. Me decía Macu que en la larga agonía de su padre, incluso cuando se encontraba inconsciente, le escuchaban recitar como un susurro el Padrenuestro. Hombre orante durante toda su vida y también en su muerte. Y es que no hemos sido creados para morir  pese a que nuestra naturaleza necesite atravesar esa puerta estrecha. Lo humano está compuesto también de una invencible semilla de vida.

Desde que asistí a la muerte de mi madre me impresiona una petición a la que nunca había prestado mayor atención. Esa súplica contenida en el Ave María: “Ruega por nosotros en la hora de nuestra muerte”. La iglesia recordándonos que podemos recibir ayuda a la hora de hacer el tránsito de morir. Y recientemente son muchos los amigos de AyC que están viviendo esta experiencia en algún miembro de su familia: Ruth, Richi, Nati, Coro, Encarni, Macu ...

¿Qué tiene que ver todo esto con el evangelio de este domingo?. Veamos.

Un grupo de griegos pide a los apóstoles “ver a Jesús”, aunque estaban ante Él. ¿Qué es lo que querían ver? ¿Qué sentido tiene esa pregunta a la que el evangelista responde con un denso discurso de Jesús?

Dice George Orwell que “ver lo que se tiene delante exige una lucha constante” . Quizás este quinto domingo de cuaresma tendríamos que preguntarnos por cuál es el sentido de lo que está ante nosotros: la vida. Y por eso también nuestra visión de Jesús, de Dios, de nosotros mismos, de la Iglesia, del mundo en el que participamos activamente. ¿Qué tenemos cada uno de nosotros ante nuestros ojos que no vemos en su profundidad? ¿Qué deseo verdaderamente ver ?
¿Quiero tener una visión más honda del misterio de mi existencia, de la gloria de Jesús en mi, en nuestro mundo tan querido?
Podría ocurrir que sólo estuviese viendo corruptos, cínicos, pedófilos y terroristas. Podría estar viendo el miedo a la decadencia de Occidente. Quizás, estar envuelto en un cabreo general porque me siento, como tantos, timado por quienes habitualmente hablan de ética.

Quizás mis deseos son lo que son porque entre todos hemos hecho que nuestra fe simile “un abrigo bien diseñado, que oculta más de lo que deja ver”.

Sí, en el Evangelio de hoy se hace una petición que va más allá del acceso a una visión física de Jesús. No se trata de conseguir, como sea, la entrada al camerino del artista. Hay algo más hondo.
La respuesta que da el evangelista Juan nos sitúa en la “lucha constante” de la habla Orwell.

Ha llegado la hora … para ti y para mi, como le llegó a Jesús. La hora en el evangelio de san Juan es más que un tiempo cronológico. Es el momento en que la gracia descorre el velo que oculta la presencia de lo divino en la doliente realidad. Se nos lleva “a lo más hondo de la mina, a donde está el oro. Donde está la mena. La cosa eterna”. Eso que nos hace capaces de bendecir (Cormac McCarthy).

Descubrir la mena de la mina pasando por la experiencia del grano que cae en tierra y da fruto. No es suficiente con entrar en las entrañas de la tierra. Hemos de descubrir que hay en nosotros algo similar a la energía de la semilla. Esa experiencia nos permite afirmar que el grano no muere totalmente. El oro de la vida aparece multiplicado en su fruto. ¿Es ese un atisbo de “glorificación”? Hay una fecundidad que viene con la muerte que no es sólo la corporal. Alguien, queriendo ser razonablemente lógico, ha dicho que “un muerto no existe por definición”. Pero "ver a Jesús" es descubrir existencialmente las carencias de esa afirmación, porque hay una manera de morir que despliega mayores riquezas para la vida: su fecundidad.

Querer ver supone entrar en la mina a buscar el oro. Y si amas tanto tu ego que no quieres someterlo a esa  “lucha constante”, si lo dejas en el afuera del egoísmo, no podrás gozar el gusto de la fraternidad, del amor, del oro de la amistad y de la vida para siempre. Terminarás  creyendo que “sobre cada alegría humana pende la sombra del hacha”. La muerte será tu muro y la desearás destructivamente. No habrá “glorificación”.

Pero siempre es posible que te atrevas a compartir tu pan, a “quitar las manos de la garganta de tu hermano”, “a sacarle de un apuro” … y entonces, te asombrarás al constatar que “la fe a veces aparece cuando ya no queda nada más”. Así de fuerte es la semilla de vida que Él ha puesto en nosotros. Y para esto no es necesario que seamos virtuosos. Esa es una realidad que nos habita desde nuestro origen.

Lo vemos al seguirlo. Verlo es ir con Él. Y va con Él no “quien le dice Señor, Señor” sino aquel que le sirve. Estar con Él. Seguirle. Servirle adentrándose en la “hora”, en la "mina"; en ésa en la que el alma se agita porque se siente cercada como en un Getsemaní sin ángeles que conforten. A solas con la sola Palabra de la fe. A veces, un intenso silencio. Pero siempre posible la voz que desde las entrañas de la tierra, desde la mena de la mina, dijo a Jesús, a la comunidad de Juan y dice a cada uno de nosotros :”Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.

¿En quién lo glorifica? En quienes queriendo VER lo que hay ante su vida, no temen una "lucha constante" haciendo donación de su existencia.

Ya en el tren de vuelta a Madrid recuerdo lo ocurrido en la celebración de la eucaristía esta mañana en Montefrío -Granada-
Había terminado de distribuir la comunión cuando Antonio, Pilar, Miguel, Blas, Inma, Rafa, Ana y Clara, los ocho nietos de Antonio Morales, se dirigieron al ambón y desde allí, ante el féretro de su abuelo, dieron gracias a Dios por la suerte de haber participado en la vida entregada del abuelo, un farmacéutico de pueblo. Decían:

- Lo recuerdo enseñándome a medir el cloro de la piscina, a cortar el césped, a quitar las malas hierbas... El último recuerdo que tengo de él lúcido, también fue una lección: respetar a nuestros mayores incluso cuando no podemos entenderlos.

- El abuelo me ha dejado pequeños detalles que me harán recordarle en mi día a día durante toda mi vida: desde como pelar una naranja aprovechando la vitamina C (aunque para ello necesitemos media hora extra), hasta el ritual completo para lavarse la cara cada mañana. El abuelo era un hombre de paciencia.

- Quiero pensar en él como un padre de familia. Que ha sacado adelante a su mujer, a sus hijos, que vivió una guerra, que levantó un negocio. Que aguantaba en la feria como el que más. Que no faltaba a misa. Que se comía las brevas del árbol. Que todo el mundo le saludaba. Que siempre tenía el Ideal. Que daba los besos apretados.

- Una de las lecciones que el abuelo nos enseñó fue a tener esa fuerza interior que le caracterizaba y a saber afrontar las circunstancias de la vida con la ayuda de los suyos. Nunca se nos olvidaran tus ánimos y tu buen corazón para hacer cualquier cosa.
Nunca se nos olvidará cómo cucharadita a cucharadita el helado de crema tostada quedaba totalmente vacío. Nunca se nos olvidará tu extremada delicadeza para abrir los regalos. Nunca se nos olvidará tu amor por todos los que te rodean y que te quieren.

- Su generosidad, sumada a la de la abuela, porque en su casa siempre hay sitio para todo el mundo. El trabajo bien hecho, con aquellos mosqueos que se pillaba cuando las cuentas no salían. Su buen humor: “A ver nena, que te voy a dar una sardineta”, las canciones, los golpecillos en la mesa, y sus ganas de bromear en todo momento. La lección de amor y respeto a Dios y a mis padres, que me dio no hace demasiado tiempo. Su fe incondicional, su alegre cancionero matinal, su necesidad de Dios, y por supuesto, su devoción a la “Remediaora”.

-  Quiero dar gracias por todas las cosas buenas que se pueden decir de mi abuelo. Del abrazo tan emocionante que me dio al acabar este último cuatrimestre. Tampoco puedo olvidar cuando me preguntaba qué había leído en el periódico, o cuando, en estos últimos veranos, me enseñó a partir almendras casi tan bien como él.

- Creo que no hay palabras para describir lo que el abuelo nos ha enseñado. Él, junto con la abuela, son un ejemplo a seguir como personas y como cristianos. Han sabido transmitirnos el valor de la familia, siempre juntos, pase lo que pase, siendo el mayor punto de apoyo, sintiéndonos orgullosos de lo que tenemos y sabiendo valorar cada segundo que pasamos juntos. Sin sus sardinetas, canciones y consejos, no sería la persona que soy. Me ha transmitido el valor de la constancia, el luchar siempre por lo que se quiere. No conozco  a personas con mejor corazón que mis abuelos.

Ya en el hospital, estos días pasados, nunca dudaba en unirse a nuestras oraciones. Cierto es que en sus últimos años no siempre nos conocía, pero hay dos personas que no salieron de su cabeza ni en el último momento: su Paqui y su Remediaora.

- Siendo la menor, además de bendecir la mesa, hoy me toca ser la última.  Aunque ya han hablado todos, de mi abuelo nunca estará todo dicho. Cuando pienso en él, me siento agradecida ... Algo que nunca olvidaré serán eso días en los que se acercaba y me decía lo de “sabes que te pareces mucho a mi madre”,  y aunque lo dijese un millón de veces en la misma tarde, siempre conseguía hacerme sentir orgullosa .... Gracias Dios mío por todos los momentos que hemos vivido con el abuelo, y por los todos los que viviremos guiados por sus consejos y enseñanzas.

¡Igual no es tan difícil ver ante Quién estamos y hacer que brote en nosotros una alabanza, una bendición!. Quizás sea suficiente con acoger todos los días de nuestra vida el deseo del corazón cuando sugiere: ¡¡¡ Busca a Jesús !!! Y entrar en la mina al encuentro con el oro de su amistad.

Ha llegado un mensaje desde Pamplona porque Maripaz ha dado a luz esta mañana y "Carolina ya está entre nosotros". La última palabra siempre la tiene la Vida.