15 de abril.
Segundo Domingo de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 32-35.

En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado.  Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 117.

Antífona: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.  
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.  
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia.

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.  
No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.  
Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.  
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.  
Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Juan 5, 1-6.

Queridos hermanos:

Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo.  No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19-31.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.  Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros.”

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.  Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.  Jesús repitió: “Paz a vosotros.  Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.”

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.  Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.”

Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.”

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.  Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros.”

Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”

Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”

Jesús le dijo: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.”

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.  Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

 

Comentario a la Palabra:

El Espíritu Santo nos da la Paz

El evangelio recuerda hoy dos apariciones de Jesús “a los discípulos”, reunidos “con las puertas cerradas por miedo a los judíos” (Juan 20,19).  Curiosamente ni aquí ni en Lucas 24,33-36 ni en Hechos 2,1 se menciona la casa, aunque se supone.  La primera aparición expresa la seriedad de la misión apostólica como recibida directamente del Resucitado.  La segunda tiene una intención apologética para demostrar la realidad de la Resurrección y la identidad entre el Resucitado y el Crucificado.

Lucas relata una sola aparición, en la que Jesús reprocha la incredulidad de los Apóstoles, pero con la disculpa de que no podían creer por la alegría de tan inesperado encuentro.  Para confirmar su fe, Jesús come con ellos  La intención apologética aparece en otros detalles.  Jesús parece conocer las reservas de los discípulos y por eso les asegura “que no es un fantasma”, “porque un fantasma no tiene carne y huesos” (razón de más).  Como prueba mayor de la realidad del Resucitado, Jesús les presenta las manos y los pies, sin aludir a las heridas de los clavos y menos aún a la del costado, porque ninguno de los tres primeros evangelistas menciona la lanzada (Lucas 24,36-43).

El texto de san Juan coincide en esta intención apologética; pero da un sentido diferente a otros detalles.  Los discípulos se mantenían todos juntos por temor a los judíos, no por la impresión de lo acaecido en la mañana del Domingo; el saludo de Jesús es más judío: shalóm; Jesús les muestra la herida del costado; los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor.  Es nuevo, sobre todo, el detalle de la ausencia de Tomás en la primera aparición.  De ahí el desdoblamiento en una segunda aparición, a los ocho días.

Esta segunda aparición, así como el tema de los ocho días, parecen muy preparados literariamente, como se ve por la mención del costado ya en la primera aparición, pues al costado se referirá expresamente Tomás para subrayar su incredulidad (Juan 20,25).

Es posible que esta escena haya sido desarrollada con la intención de que Tomás fuera el símbolo o tipo de los que posteriormente habrían de exigir una demostración física, palpable, de la realidad de la Resurrección.  La felicitación a “los que crean sin haber visto” (Juan 20,29) es quizá una adición posterior, cuando ya sólo existían los creyentes que, sin haber visto ni tocado, creían con la misma fuerza, apoyados en el testimonio de los Apóstoles y confesaban su fe con la aclamación: “¡Señor mío y Dios mío!”.  El grito de Tomás exige una cierta distancia temporal respecto de la confusión de los primeros días, pues se trata ya de una fórmula de fe bien precisa.  La fe en la divinidad de Cristo fue formándose lentamente.  Los Apóstoles tardaron en entender el significado de la Resurrección.  Los testigos de la Transfiguración bajaban del monte cavilando “qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos” (Marcos 9,10).  Aún en el clima más inmediato a los hechos – sepulcro vacío, apariciones – Tomás se mostró recalcitrante.

La revelación no fue una recepción pasiva de la verdad, sino una búsqueda activa de esa verdad para aclarar lo sucedido después de la muerte de Jesús.  Es lo que hicieron los discípulos para explicar la presencia del Resucitado en medio de ellos, dando un sentido nuevo o más profundo a las promesas de la fe bíblica, tal como hizo el misterioso acompañante de los dos de Emaús, a los que “explicó las Escrituras” (Lucas 24,32).

El pasaje evangélico de hoy recoge dos puntos centrales en todo el evangelio de Juan:  el don del Espíritu y la respuesta creyente.  Los cuatro evangelios mencionan al Espíritu en la escena del bautismo de Jesús, pero solamente Juan presenta a Jesús como quien a su vez bautizará “en espíritu santo” (Juan 1,33).  Lucas describe el don del Espíritu como un acontecimiento cósmico: vendaval, trueno, fuego.  Para Juan es más bien una experiencia antropológica: Jesús exhala el aliento sobre los discípulos y les confiere el poder de perdonar los pecados.  Sólo por completar el giro propio del pensamiento semita para indicar la totalidad, al perdonar se añade el retener, pues es evidente que para retener el pecado no hace falta la intervención del Espíritu, sino que basta la enfermedad o el ensañamiento humano.

La transformación de la persona por la acción del Espíritu es fruto del nacer de nuevo o de lo alto, como se le explicó a Nicodemo (Juan 3,3-8).  El don del Espíritu se actualiza a partir de la glorificación de Jesús (Juan 7,39), de modo que para el autor del cuarto evangelio crucifixión, resurrección y Pentecostés son aspectos de la misma realidad de la glorificación de Jesús: elevado en la cruz, exaltado a la gloria, presente en el mundo por la acción del Espíritu que crea el nuevo ser cristiano arrancado del poder del pecado.  El saludo que Jesús repite por tres veces: Paz a vosotros, no es la fórmula convencional. 

Indica la presencia de la fuerza del Espíritu de Jesús resucitado en el espíritu creyente. Y todo sucede en el primer día de la semana, cuando echa a andar un mundo nuevo.
El segundo aspecto central en el evangelio de Juan es “creer”, término usado hasta cien veces, en su forma verbal.  El sustantivo “fe”, pistis, no aparece nunca.  El discípulo amado, entrando en la tumba, “ve y cree”.  Tomás exige ver y tocar para creer.  Jesús le reprocha su incredulidad.  En contra de lo que suele afirmarse, no consta que Tomás llegara a meter mano en las heridas.  Más bien se supone que no, pues de otro modo estaría fuera de la bienaventuranza de quienes creerán sin haber visto.  El evangelio se escribió “para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, para que, creyendo, tengáis  vida en su nombre”.  La fe no transformaba a la persona sólo en su interior, sino que literalmente le cambiaba la vida, al sentirse “viviendo para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6,11).  Pablo dirá que “la vida de ahora en la carne, la vive en la fe del Hijo de Dios”, de modo que ya no es él quien vive, sino Cristo quien vive en él (Gálatas 2,20).  Ver para creer no se refiere sólo a los signos de la Resurrección de Jesús, sino también a la transformación que vivían los primeros testigos.