6 de mayo. Quinto Domingo de Pascua

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PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 9, 26-31.

En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo.  Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles.

Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.

Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor.  Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo.  Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.

La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria.  Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 21.

Antífona: El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.

Cumpliré mis votos delante de sus fieles.  
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre.

Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.  
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor.

SEGUNDA LECTURA. 

Lectura de la primera carta del apóstol San Juan 3, 18-24.

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.

Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios.  Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.

Y éste es su mandamiento: que  creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.

Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. 

EVANGELIO.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 15, 1-8.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmiento; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Comentario a la Palabra:

“Permaneced en Mí, y Yo en Vosotros”

El recurso a la imagen de la vid no es nuevo.  En el libro de Isaías se desarrolla ampliamente un “canto a la viña”, cuya intención, por si alguien no la entendiera, aclara el mismo autor:  “la viña del Señor del universo es la casa de Israel” (Isaías 5,7).  Una referencia de pasada se utiliza en Jeremías 2,21 para acusar la respuesta inapropiada del pueblo.  El Salmo 80 combina las imágenes del pastor y de la viña, pero no para denunciar la infidelidad del pueblo, sino más bien el abandono o silencio airado de Dios, al que no parece preocuparle la suerte ni del rebaño ni de la viña.

Esta variabilidad en el uso de las imágenes es un dato a tener presente cuando se analizan las imágenes o parábolas del evangelio de san Juan.  La parábola de los viñadores homicidas aparece en los tres evangelios sinópticos, en el Pastor de Hermas y en el evangelio apócrifo de Tomás, el cual cierra la parábola con la misma referencia sinóptica a “la piedra desechada por los constructores”, que se convertirá en piedra angular.

Si no fuera por la referencia a los sarmientos secos arrojados al fuego, tendríamos un caso claro de la libertad con que el evangelio de Juan maneja la tradición de los dichos de Jesús.  A diferencia de las parábolas narradas en los evangelios sinópticos, las parábolas del evangelio de Juan abandonan el campo de la narración y se convierten en alusiones a la intención del autor implícito.  El juego del malentendido, propio del cuarto evangelio, convierte con frecuencia al lector implícito en víctima del juego literario, dejándolo incluso fuera de juego.  Cuando el lector cree haber comprendido algo, es posible que al aparecer nuevamente la imagen se sienta descolocado como si no comprendiera nada.

La imagen-metáfora de la vid y los sarmientos la entendemos mejor, si la leemos considerando la metáfora no como un recurso literario, de adorno, sino como un recurso poético, creativo.  La metáfora no expresa semejanzas que ya existen sino que crea nuevas semejanzas, datos nuevos de conocimiento que no podrían conseguirse de ninguna otra forma.  La imagen de la vid establece una comunión vital entre Cristo y los cristianos que difícilmente se hubiera afirmado de otra forma:  “permanecer” en él y él en nosotros.  Permanecer en él y que sus palabras permanezcan en nosotros.

A través de la metáfora se expresa la posibilidad de una nueva experiencia de vida en Cristo.  En la imagen del Buen Pastor (Juan 10,1-8) Cristo es al tiempo el pastor y la puerta.  En el evangelio de hoy Cristo es la vid y la savia que da vida a los sarmientos, mientras que el Padre es el labrador que poda y arranca pero que al fin es glorificado.  El cuarto evangelio nos ofrece un nuevo universo de sentido centrado en el mismo Cristo.

Y no es sólo iluminación de la mente, sino que se busca una decisión de unión vital o de alejamiento de Cristo.  El dualismo de luz/tiniebla, que aparece ya en el prólogo del evangelio de Juan, se mantiene en esta alternativa.  Se trata de permanecer o de romper la unión vital con Jesús. La imagen de la vid prácticamente se deja de lado porque supera sus mismas posibilidades.  Todo se centra en el “permanecer”, ménein, un verbo que aparece siete veces en el pasaje evangélico de hoy: tres veces en el versículo 4; una vez en los versículos 5 y 6; dos veces en el versículo 7.  Dos veces se repite también la fórmula de autorevelación de Jesús “Yo soy”: “Yo soy la verdadera vid” (15,1) y “Yo soy la vid” (15,5).  Hay una cierta gradación en el tema de la permanencia:  primero, de forma genérica, permanecer en Jesús; después, se indican las consecuencias del permanecer o no permanecer; finalmente se aclara el permanecer como una permanencia en el amor (este último tema cae fuera del paso escogido para el evangelio de hoy).

Como la imagen de la vid y los sarmientos no es una alegoría, no se busca una correspondencia plena entre la imagen y su interpretación.  La imagen es dejada de lado, porque no corresponde a la realidad.  Después de introducir el tema de la decisión, se asegura a los discípulos que la poda y quema de los sarmientos infructuosos no van con ellos, porque ellos están “limpios por las palabras” que Jesús les ha hablado.  Algo semejante había dicho antes, pero excluyendo al traidor:  “Vosotros estáis limpios, pero no todos” (Juan 13,10).

En este caso “las palabras” dichas por Jesús pueden aludir a una forma específica de entender el mensaje cristiano dentro de la comunidad o iglesias en torno a la figura de Juan.  Una enseñanza particular de esta comunidad de Juan provocó la salida de algunos miembros.  Esta división está aludida ya en la reacción de los oyentes del discurso del Pan de Vida en la sinagoga de Cafarnaúm:  “muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él” (Juan 6,66).  El problema se agudizó posteriormente cuando “muchos salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros” (1 Juan 2,19).

Aquí está la dificultad en dejarse fascinar sin reservas por el tipo de vida cristiana que está en el origen del evangelio de Juan.  Afortunadamente el mismo evangelio nos lleva a la realización concreta del ideal cristiano.  Permanecer en Jesús es permanecer fieles a su enseñanza fundamental, que es el amor cristiano.  Es demostrar que somos discípulos de Jesús dando fruto abundante.  En los versículos siguientes al evangelio de hoy y que integran la misma unidad, esta permanencia en el amor se expresa con todas las letras: permanecer en Jesús es permanecer en el amor, permanecer en sus mandamientos, que es amarnos unos a otros como él nos ha amado (Juan 15,9-12).

Hasta aquí llega la superación y abandono de la imagen de la vid.  La unión vital con Cristo no es fluido místico sino una coincidencia vital en la decisión de compartir la vida con los demás mediante el amor.  Y ese amor no distingue, no se cierra en capillismos excluyentes, sino que está abierto a toda persona que necesita a alguien cercano, prójimo, que le tienda la mano.