8 de julio
Domingo XIV del Tiempo Ordinario
PRIMERA LECTURA.
Lectura de la profecía de Ezequiel 2, 2-5
En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pié, y oí que me decía: «Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Sus padres y ellos me han ofendido hasta el presente día. También los hijos son testarudos y obstinados; a ellos te envío para que les digas: 'Esto dice el Seño'. Ellos, te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.»
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 122.
Antífona: Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia.
A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores.
Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia.
Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.
SEGUNDA LECTURA.
Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 12, 7b-10
Hermanos:
Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me respondió: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.»
Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.
EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 6, 1-6.
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Comentario a la Palabra:
“Les Resultaba Escandaloso”
El evangelio de hoy presenta un contraste entre la fe de Jairo y de la hemorroísa y la incredulidad de los paisanos de Jesús. La escena del rechazo de Jesús en la sinagoga de Nazaret ha sido tratada por Marcos con cierto descuido, si la comparamos con los relatos paralelos de Mateo y Lucas. De Lucas sobre todo, que la presenta como pórtico a toda la actividad pública de Jesús.
La reacción de los presentes en la sinagoga no aparece clara: primeramente se pasman (reacción positiva), luego se muestran escépticos (reacción negativa). Es propio de Marcos dar a Jesús el título de “artesano”, tekton. Aunque originalmente el término designa al “carpintero”, a quien trabaja la madera, en sentido más amplio podía abarcar también al artesano o artífice en general. La actividad de Jesús, “hijo del artesano” (Mateo 13,55), se extendía seguramente no sólo a la confección de muebles de hogar y aperos del campo, sino también a la construcción de viviendas. Incluso es posible que el carpintero José y también Jesús, “el carpintero, hijo de María” (Marcos 6,3), se ocupasen de la construcción de las barcas de los pescadores del mar de Galilea. Haber trabajado como carpintero de ribera habría permitido a Jesús el conocimiento y la amistad con los mismos pescadores a los que con un simple gesto, con una sola palabra, invitaría después a seguirle. Lucas omite la referencia a la actividad profesional de los varones de la familia. Jesús es señalado de forma escueta como “hijo de José” (Lucas 4,22).
Literariamente la escena de la sinagoga es la elaboración de un apotegma o dicho de Jesús encuadrado en un relato. Aquí la escena de la sinagoga, no necesariamente inventada o idealizada, ya que es bien verosímil y se encuentra en la triple tradición sinóptica, ofrece el marco histórico para comprender mejor el alcance de las palabras de Jesús. Éstas repiten fundamentalmente un dicho de experiencia popular, recogido también en los evangelios apócrifos de Pedro y de Tomás. Es una experiencia confirmada por la historia de los profetas del Antiguo Testamento, como recuerda el texto de Ezequiel en la primera lectura de hoy. Marcos aplica el dicho genérico al caso de Jesús, despreciado “en su tierra, patrís (“ciudad natal”), entre sus parientes y en su casa”. El mismo evangelio de Pedro menciona otros hijos de un matrimonio anterior de José, que serían los “hermanos de Jesús”: “Santiago y José y Judas y Simón”. Sin pensar en las dificultades que esta mención iba a ocasionar a la cristología posterior, el texto del evangelio de Marcos repite la conjunción copulativa: y … y … y … (y además).
El evangelio de Marcos ha desarrollado la escena del rechazo de Jesús dentro del problema de la incredulidad de los primeros destinatarios del evangelio. Este evangelio se ha redactado como una parcial y progresiva manifestación de Jesús, como una “secreta epifanía”. De ahí las mismas incongruencias en los detalles: Jesús dice y no dice; el público se maravilla y desconfía. A través de esta paradoja continua se obtiene una certidumbre como resultado de clara intuición: aquí hay algo más que un hombre, vale la pena seguir buscando. ¿De dónde sale la sabiduría de la enseñanza de Jesús? ¿Quién se la ha enseñado? Es algo que no se puede aprender y nadie se lo ha podido enseñar.
Esta intuición no se explicita en la fe sino que se detiene en la pregunta: ¿cómo es posible que el artesano sea el Señor? Pero Dios puede activar su poder realizando signos por medio de su enviado. Ni siquiera la incredulidad humana puede frenar la acción de Dios, si bien el texto evangélico revela una cierta contradicción: “no pudo hacer allí ningún milagro … sólo curó algunos enfermos, y se extrañó de su falta de fe”.
A sus paisanos resultaba escandaloso que Jesús se atreviera a enseñar en la sinagoga sin poseer la cualificación teológica, que se atreviera a hablar dejándose llevar de su personal inspiración. El escándalo estaba en el hecho de que Jesús, salido del pueblo como uno más, trasmitiera un mensaje religioso de modo espontáneo como pudiera hacerlo cualquier habitante de Nazaret. Como hizo Amós presentándose ante el sacerdote de Betel consciente de que ni era profeta ni pertenecía al gremio profético. Pero el Señor le había ordenado: “Ve y profetiza a mi pueblo, Israel” (Amós 7,14-15).
De modo semejante, Jesús se presenta a sus paisanos como uno más entre ellos, cuyo origen local todos conocen. Por eso resultaba escandaloso que Jesús hablara como un profeta. La gente descubrió la condición profética de su paisano: “Es un profeta, como uno de los profetas” (Marcos 6,15; 8,28). En la entrada en Jerusalén, “profeta” se utiliza como apelativo para identificar a Jesús. A la pregunta “¿quién es ése?”, la multitud respondía: “Ése es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea” (Mateo 21,10s).
Es claro que no entendemos el término profeta en el sentido de pre-decidor ni siquiera en el de portavoz, que habla en lugar de otro, sino en el sentido más propio, también según la etimología, de proclamador. Profeta es quien logra articular y transmitir un mensaje de origen religioso con referencia a la situación que vive la sociedad, suscitando la responsabilidad frente a la injusticia. Profeta es quien no duda en tomar una distancia crítica frente al “sistema”, sugiriendo propuestas alternativas. Diciéndolo con el lenguaje del profetismo bíblico, el profeta proclama el juicio divino sobre la conducta de los individuos y de los grupos sociales respecto del plan divino que se concreta en una precisa exigencia ético-religiosa. El auditorio de Nazaret descubrió el carácter profético de Jesús, porque sus palabras tenían en cuenta la situación que vivía y sufría la gente.
El Vaticano II afirmó que “el pueblo santo de Dios participa del oficio profético de Cristo” (Lumen Gentium, n.12). Es resultado de la presencia del Espíritu Santo, que se da a todo ser humano, de modo que ellas y ellos profeticen por igual (Hechos 2,16; citando a Joel 3,1-5). Camino de Jerusalén, Pablo se detuvo en Cesarea, en casa del evangelista Felipe, el cual tenía “cuatro hijas vírgenes que profetizaban” (Hechos 21,9). Añorar los primeros tiempos de la Iglesia debía llevarnos a promover un renacer del profetismo.